Chistes de amor
Recorre de cabo a rabo la ciudad sin el m¨¢s m¨ªnimo signo de cansancio. Lleva un enorme bols¨®n colgado al hombro, en el que almacena cientos de cuartillas manuscritas con unos chistes de argumento escatol¨®gico y brutal, que algunas veces he comprado, sin haber sido capaz de conservarlos mucho tiempo encima de la mesa. Creo que la vi por primera vez hace m¨¢s de treinta a?os, en la entrada de los cines d¨¦ la calle Fue?carral, voceando su mercanc¨ªa:- "?chistes de amor a cinco duros!". La he fotografiado en distintas ¨¦pocas del a?o, sinti¨¦ndome siempre, culpable de este atraco. En invierno, sentada en un banco de la Castellana escribiendo sus cuartillas con una letra picuda de grandes trazos curvos poblada de exclamaciones y expr¨¦siones soeces. En verano, caminando decidida, Gran V¨ªa arriba, encorvada bajo el peso de su insitparable bolsa, que cambia de color con las estaciones.
La he dibujado a escondidas,. mientras miraba distraidamente un escaparate, reflejando su rostro de marimanta terriblemente maquillado.
Camina sobre zuecos de estilo topolino o, con gruesas botas con dos pares d¨¦ calcetines, rojos, amarillos o verdes. Siempre tocada con una enorme variedad de gorros, caperuzas o boinas, bajo las que, se desparraman sus blancas guedejas. Es uno de esos personajes inconfundibles que sobreviven, con su aspecto peculiar y su peregrino atuendo, a toda clase de modas y estilos. Durante d¨¦cadas se ha dejado ver, sobre todo en el centro de, la ciudad ignorando por completo al personal y con el exclusivo inter¨¦s de vender sus inconc¨¦bibles chistes de amor Podr¨ªa ser un personaje de Baroja surgido de las p¨¢ginas de La busca con un malhumor c¨®smico, o una vagabunda parisiense persiguiendo in¨²tilmente las orillas del Sena en Madrid.
No es imposible encontrar bajo las hechuras de su destartalada indumentaria un cierto aire de distinci¨®n que la sit¨²a al final de sus recorridos en un oscuro entresuelo del barrio de Salamanca.
Nunca pie he atrevido a abordarla con ¨¢lguna excusa y no han faltado ni ganas ni ocasiones.Pero esta mujer me impone, y tantas veces como he buscado su proximidad para dibujarla he compren dido que me ignora con, ese desapego y falta de inter¨¦s por el resto del mundo del que hace gala en sus interminables paseos.
Cada vez que me cruzo con eI la frente a los cines Roxy, en Callao o en Recoletos, tengo la "sensaci¨®n de que ¨¦sa va a ser la ¨²ltima vez que, voy a verla.
Durante muchos a?os, el paso del tiempo no parec¨ªa afectarla, y en mis ocasionales encuentros, su aspecto era siempre el mismo enfundada en sus apolillados abrigos de piel de conejo o luciendo, con el calor, sus brazos desnudos Y musculosos.
Una noche so?¨¦ con esta mujer. Fue una espantosa pesadilla en la que nos encontr¨¢bamos frente a frente alrededor de una mesa. Con una piedra afilada, la extravagante escritora de chistes me cortaba los dedos, uno a uno, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.
Al despertar aterrorizado record¨¦ que hab¨ªa estado leyendo la noche anterior un cuento de Edgar Alan Poe, El ¨¢ngel de lo singular.
Lo ignoro todo sobre esta mujer. No s¨¦ su nombre, siempre me refiero a ella como. "chistes de amor" ni su verdadera. edad, y muy pocos detalles sobre su vida.
En mi ¨²ltima exposici¨®n de dibujos le dediqu¨¦ alguno en el que se la pod¨ªa ver caminando con paso firme por la Gran V¨ªa., Mucha gente reconoci¨® su imagen en t¨ªnta china, compartiendo conmigo recuerdos y encuentros, con este personaje tan familiar como desconocido.
Puede, que no sea del todo real, un ¨¢ngel desabrido y aut¨®nomo encarnado sobre el esqueleto de una criatura apocal¨ªptica, mujer de lunas que se ha puesto el mundo Por montera junto a la Red de San Luis.
Tengo, miedo de no volverl a ver, pues forma parte de mi vida, como paseante de esta ciudad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.