Almod¨®var recupera lo mejor de s¨ª mismo
Marisa Paredes sostiene con una gran actuaci¨®n el delicado entramado de 'La flor de mi secreto'
Una bella ecuaci¨®n proporciona a La flor de mi secreto la armon¨ªa que irradia: una mujer extremadamente fr¨¢gil da un parad¨®jico vigor a la fr¨¢gil ficci¨®n donde se mueve. Lo que vemos en la pantalla y lo que adivinamos detr¨¢s la c¨¢mara confluye de manera tangible y crea en el espectador la sensaci¨®n de que asiste a algo que est¨¢ representado e ideado sobre una estrech¨ªsima franja de credibilidad. Cualquier intromisi¨®n de la c¨¢mara fuera de esa m¨ªnima zona de equilibrio derrumba la construcci¨®n sobre s¨ª misma, pero nada de esto ocurre. La pel¨ªcula se sostiene, genera comodidad y se ve como se respira. Un di¨¢logo sin palabras entre la actriz Marisa Paredes y el director Pedro Almod¨®var llena la pantalla de esa silenciosa elocuencia que en el cine surge s¨®lo cuando hay cercan¨ªa entre lo que se busca y lo que se encuentra. Ayer, todo en este festival volvi¨® a girar alrededor de Almod¨®var y el tinglado que le acompa?a.
Han pasado casi dos d¨¦cadas desde que hizo pedazos la rutina que por entonces reinaba en estas jornadas. Fue aquella la c¨¦lebre invasi¨®n de los b¨¢rbaros almod¨¢vares, una horda de muchachos encrestados que aportaban a un festival hundido en la desidia y el conservadurismo una sacudida de sarcasmo, de inventiva, de libertad y de osad¨ªa titulada Pepi, Luci, Bom y otras chicas del mont¨®n. Este cronista y otro colega tuvieron que escaparse de la proyecci¨®n para poder dominar las carcajadas que les asaltaron durante la escena de la meada de una de aquellas inolvidables chicas del mont¨®n.Nada de esto ocurre ya. Ayer tuvo lugar aqu¨ª una muy distinta de aqu¨¦lla invasi¨®n de civilizados almod¨®vares y en las salas donde se proyect¨®, en loor de multitudes, La flor de mi secreto se oyeron risas y silencios, pero nadie desat¨® el nudo de las carcajadas compulsivas. Sin embargo con otros medios, Almod¨®var y su tinglado volvieron a apoderarse de los focos y se hicieron nuevamente due?os de la noticia, est¨¢ vez apoyados en un buen trabajo de cine cl¨¢sico, nada rompedor. El festival cambi¨® de ritmo y de eje. Las pel¨ªculas del concurso y de las secciones paralelas se escondieron en la trastienda y el escaparate se llen¨® con otras voces y otros ecos, como ocurre en cualquier parte donde este. formidable defensor de s¨ª mismo acampa.
Por ah¨ª se habla de "lo almodovariano" con la misma capacidad referencial con que se dice "lo felliniano" o "lo bergmaniano". Es decir como distintivo de un estilo visual, cerrado sobre s¨ª mismo. Y si esta comprometedora expresi¨®n ha entrado, a formar parte de la jerga de los peri¨®dicos y los cin¨¦filos es porque la gente la entiende y deduce de un neologismo c¨®mplice una forma com¨²n de entendimiento de algo.
Un c¨®digo especial
Lo mismo ocurre mientras se ve una pel¨ªcula de Almod¨®var. Hay incorporado a la pantalla un c¨®digo de comportamiento emocional del espectador, un dictado desde los giros de la secuencia de sucesivos "esto es para. re¨ªr, esto para llorar, esto para callar" que son infalible e inmediatamente obedecidos. En La flor de mi secreto -muy lejos del desconcierto que creaba Kika y que proven¨ªa del balbuceo originado por el s¨²bito cambio de registro que Almod¨®var en Tacones lejanos- este ping pong entre la sugerencia de la pantalla y la respuesta del espectador a esa sugerencia vuelve a producirse con igual facilidad y prontitud que en La ley del deseo o Mujeres al borde de un ataque de nervios, lo que es seguro indicio de que este cineasta recupera en esta pel¨ªcula lo mejor de s¨ª mismo.Es La flor de mi secreto, rodada en parte en la redacci¨®n de EL PA?S, una obra de transcurso apacible donde Almod¨®var vuelve la espalda a sus dos temerarias, y a mi juicio, fallidas, incursiones precedentes en la ret¨®rica visual. Y en ella busca -encontr¨¢ndolo plenamente en lo fundamental, la mujer protagonista, iluminada desde dentro por el desgarro contenido, el enorme talento y la elegancia de Marisa Parejedes, pero perdi¨¦ndolo en algunas escenas y personajes de apoyatura- el delicado, equilibrio (que requiere componer la musicalidad melodram¨¢tica de la secuencia, lo que llamamos armon¨ªa. Hay armon¨ªa en la ficci¨®n y en su materializaci¨®n. Hay armon¨ªa en la transparente conversi¨®n del tiempo en tempo. Hay armon¨ªa en el juego entre im¨¢genes con la carga de profundidad e im¨¢genes simplemente di latorias. Hay armon¨ªa en las combinaciones, entre la sentimentalidad dominante, y el humor necesario para que ese dominio del registro y el acorde melodram¨¢tico no se haga abrumador y acabe, por saturaci¨®n, aburriendo.
Y hay finalmente un gran oficio de filmador y de director de int¨¦rpretes -aunque persisten las viejas imprecisiones de Pedro Almod¨®var en cuanto guionista, lo que sigue siendo su tal¨®n de Aquiles incluso cuando, como ocurre, en La flor de mi secreto reencuentra lo mejor de si mismo y lo despliega en un apasionante ejercicio de la paradoja del retroceso convertido en salto adelante, en gran salto adelante.
Babelia
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