La televisi¨®n y el doctor Frankenstein
Puede considerarse una circunstancia afortunada el que la televisi¨®n no existiera en la ¨¦poca del doctor Frankenstein-es secundario, a efectos argumentales, que el mencionado doctor es un personaje de ficci¨®n- porque, de haber coexistido, no me cabe duda de que sus doctrinas estrafalarias habr¨ªan gozado de amplia difusi¨®n. Eso s¨ª, habr¨ªa tenido que presentar sus delirios que se afanaba en convertir en realidad, y pretend¨ªa justificar cient¨ªficamente, como ciencia alternativa, como un acto de resistencia ante el stablishment cient¨ªfico y la ortodoxia; y habr¨ªa ganado todav¨ªa m¨¢s puntos (m¨¢s tiempo de emisi¨®n) si hubiera resaltado su papel de v¨ªctima ante la incomprensi¨®n de la comunidad cient¨ªfica, obtusamente, cuando no interesadamente, empe?ada en sus m¨¦todos siempre lentos y poco eficaces.No otra cosa me sugiere el caso del doctor Hamer, convicto y peligroso teraperuta, seg¨²n vamos sabiendo a medida que pasan los d¨ªas, sobre cuya aparici¨®n en televisi¨®n para publicar su mercanc¨ªa, se nos ha prometido una investigaci¨®n. Un caso que no es ¨²nico, aunque es seguramente de los m¨¢s deplorables al tener la "ciencia" del doctor Hamer relaci¨®n con la salud de las personas, de modo que las consecuencias de sus pr¨¦dicas no han sido solamente la desinformaci¨®n del p¨²blico, sino la angustia y la frustraci¨®n de muchas familias y el dolor y el quebranto de quienes se han dejado embaucar por sus m¨¦todos.
Y no es un caso ¨²nico, ni mucho menos, porque los programas que inciden en los aspectos m¨¢s oscurantistas e irrisorios de lo que se vende como alternativa a eso que llaman ciencia oficial encuentran, con irritante insistencia, generoso hueco en televisi¨®n. Los fen¨®menos paranormales, los extretarrestres, los zombis, la adivinaci¨®n del futuro, las levitaciones y curaciones milagrosas, y toda una terrible, procesi¨®n de monstruos de la raz¨®n, o m¨¢s bien de la falta de raz¨®n, desfilan por nuestras pantallas de la mano de visionarios que pretenden haber encontrado atajos a los caminos conocidos de la ciencia, o explicar lo inexplicable (sic).
Lo malo es que no existe la misma diligencia en explicar lo explicable; lo explicable, desde luego, en t¨¦rminos de leyes naturales contrastadas con el experimento, descubiertas tras un proceso de investigaci¨®n racional y aceptadas por la comunidad cient¨ªfica. Cosas todas ellas que no dan respuestas al completo cat¨¢logo de preguntas planteadas, pero que permiten ir avanzando en el conocimiento del mundo en que vivimos. Siempre poco a poco, probando y equivoc¨¢ndose una y otra vez, verificando exquisitamente las hip¨®tesis que se van formulando, en un proceso que a muchos les puede parecer limitado y poco brillante, pero es el ¨²nico que nos permite acumular conocimiento de un modo seguro y universal, verificable y utilizable por cualquiera, crea o no en la bondad del m¨¦todo cient¨ªfico.
No creo yo que el p¨²blico en general est¨¦ sobrado de conocimientos cient¨ªficos, ni siquiera de que sea capaz de distinguir el rigor argumentativo de la charlataner¨ªa tramposa, como para dar por supuesto que la informaci¨®n cient¨ªfica es redundante o carece de inter¨¦s. Por el contrario, ese p¨²blico demanda, hasta con una cierta avidez, programas serios y amenos sobre temas cient¨ªficos, seguramente porque tiene la oscura impresi¨®n de que se trata de una laguna tanto m¨¢s lamentable cuanto m¨¢s atractivo se le aparece el mundo de la ciencia moderna.
Bastantes dificultades hay ya con las aplicaciones nocivas de la ciencia, o con su insuficiente aplicaci¨®n, por motivos de ¨ªndole social y econ¨®mica, a la resoluci¨®n de muchos de los problemas que aquejan a la humanidad, como para que se les a?adan otras a base de episodios de dudoso gusto, en el mejor de los casos, o francamente siniestros como el que nos ocupa.
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