Una mirada en el metro
Son horas de comer y la gente va camino de sus casas, hay quienes ya han almorzado y se dirigen camino del trabajo, pero tambi¨¦n puebla los vagones del metro gente que deambula guiada por otros afanes. Tristes y alborozados, alegres y ensimismadas, mirones y lectoras pacientes de la ¨²ltima novedad, grupos, de adolescentes que vuelven del instituto, oficinistas y parados, carteristas y emigrantes. Quien es siempre se abstienen en todas las votaciones y aquellos que discuten de pol¨ªtica hasta con su sombra: que en la actualidad m¨¢s presente y occidental suelen ser personas que rondan la jubilaci¨®n.Se escucha mon¨®tona y cansina la voz de un yonki, que pronuncia con la nariz tanto y tan cruelmente castigada. Le cuenta a un colega su aventura ponzo?osa y diaria, relatada con delectaci¨®n ante un iniciado con trazas de pijo de baja casta, que le escucha con cara de feligr¨¦s. Este yonki ya apurado va m¨¢s o menos uniformado: ch¨¢ndal, zapatillas de deporte blancas sucias. Barba rala y delgadez al uso, p¨®mulos chupados y cuerpo de esp¨¢tula acerada.
El vag¨®n del metro est¨¢ lleno, y ¨¦l y sus colegas, quienes escuchan junto al pijo; y otros que est¨¢n a cinco metros riendo, se cre¨¦n muy al margen, marcianos elegidos entre un mundo de pringados que no saben vivir... El yonki, que a la saz¨®n va uniformado, est¨¢ contando sus necesidades monetarias._De lo que se toma para dormir, de lo que sus venas engullen a diario, de sus desenganches, de que cuando no hay atraca, de la estaribel y sus calabozos.
Una pareja que hacen en la misma clase tercero de BUP est¨¢n bes¨¢ndose. Una madre joven lleva a su ni?a peque?a en brazos. Y un vendedor de seguros se afloja la corbata, ¨¦sa que la semana pasada compr¨®, en un zoco de la estaci¨®n de Gran V¨ªa, a un emigrante con los papeles inciertos, llegado de Guinea o Kenia.
No hay tensi¨®n en los alrededores de los marcianos, pero tampoco sosiego. Est¨¢n a su bola los selenitas, hablan guiados de su po¨¦tica enteca y nerviosa, de aquello que a sus personas les sucede durante el d¨ªa, se cuentan dichas y cuitas que las hace reales y suficientes a su entendimiento. Quienes en las cercan¨ªas leen o reposan, no pierden el norte de tanto infeliz colega. E1, como pijo de media casta, se sienta con un camarada aprovechando que dos se?oras se han bajado en la estaci¨®n de Ventas. "Qu¨¦ chachi. Siempre encuentro sitio". Y se saca del bolsillo un tubo peque?o de cierta pomada que se unta por las enc¨ªas. Cuenta que tiene dos muelas hechas polvo, los nervios de las enc¨ªas macerados, que lleva la marcha y el curro, y que puede con todo, con dos cojones.
-?Quillos, qu¨¦ no os enter¨¢is! ?Qu¨¦ hemos llegado!
S¨ª, han llegado a la estaci¨®n de Pueblo Nuevo. All¨ª har¨¢n transbordo. Luego se bajar¨¢n tal vez en la estaci¨®n de Simancas o San Blas, y se adentrar¨¢n por las ca?adas desabridas y prometedoras, en fin, de alivios fugaces y para¨ªsos qu¨ªmicos que revientan en la nada. A pillar, que son dos d¨ªas. El pas¨® nervioso y el deje chulesco. Mientras, a su alrededor flotan sombras que se r¨ªen sin saber de qu¨¦, un rastro siniestro y la derrota servida en bandeja de azogue mugriento..
La gente al cruzarse con el grupo, entre los que hay aprendices, iniciados y veteranos de todas las refriegas, disimula, y sin olvidar su biograf¨ªa, en cuanto a sucesos e, intimidaciones, sigue pasillo adelante y se dirige. a su destino cotidiano.
En los centros del poder y el dinero que r¨ªo paga impuestos, hombres de fachada respetable enjuagan monedas, para su lucro privado y bien visto. Presupuestos con el que una tribu muy numerosa podr¨ªa sobrevivir.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.