Bufarik, ciudad maldita
Los integristas radicales condenan a muerte a los habitantes de la ciudad argelina por presentar resistencia
Este invierno, las naranjas de Bufarik tendr¨¢n el sabor amargo de la muerte. El Grupo Isl¨¢mico Armado (GIA), ala radical del movimiento integrista, ha condenado a la pena capital a los casi 100.000 habitantes de la ciudad, situada a una treintena de kil¨®metros al sur de Argel. Los fundamentalistas les acusan de un delito de resistencia.La primera sentencia contra los ciudadanos de Bufarik fue le¨ªda en voz alta, en la madrugada del pasado 30 de noviembre, cuando un comando islamista, compuesto por cerca de medio centenar de personas, irrumpi¨® en uno de sus suburbios -C¨ªudad Dallas- e hizo, salir a sus habitantes a la calle, para concentrarlos en un cruce de caminos. Los hombres armados seleccionaron y apartaron de aquella masa de ciudadanos abatidos por el miedo, el sue?o y el fr¨ªo a dos periodistas y a tres funcionarios del Estado. Fueron degollados en p¨²blico.
El pen¨²ltimo veredicto de muerte fue dictado el pasado mi¨¦rcoles, 27 de septiembre, a poco menos de tres kil¨®metros del n¨²cleo urbano de Bufarik, en un paraje bautizado con el nombre de Hauch Brosset, donde se hab¨ªan desplazado un grupo de empleados de la compa?¨ªa de ferrocarriles, que, custodiados por fuerzas del Ej¨¦rcito, trataban de limpiar la v¨ªa que conduce a Argel, en la que yac¨ªan cuatro vagones, asaltados e incendiados el d¨ªa anterior.
Este atentado parece formar parte de una operaci¨®n con la que se intenta controlar la regi¨®n y en especial la poblaci¨®n de Bufarik, cerrando sus comunicaciones con Argel, lo que permitir¨ªa a la guerrilla integrista deambular sin problemas por la zona, dirigirse a la capital cuando lo crean conveniente para perpetrar sus atentados y volver luego hacia atr¨¢s para huir a las monta?as cercanas. La destrucci¨®n del ferrocarril parece formar parte de esta estrategia.
"Nos sorprendi¨® una deflagraci¨®n. Es verdad que esper¨¢bamos algo, pero no un atentado. A los autores de la explosi¨®n los vimos apostados a la derecha de la v¨ªa f¨¦rrea, agazapados bajo unos naranjales", declaraba uno de los supervivientes, mientras se establec¨ªa una discusi¨®n sobre el n¨²mero total de muertos y heridos. Algunos aseguran que fallecieron tres empleados del ferrocarril, otros dicen que las v¨ªctimas mortales se elevan a cinco.
Nunca se sabe con certeza el n¨²mero de muertos que se registran en los atentados perpetrados por los integristas en Bufarik. Por ejemplo, no se conoci¨® nunca con exactitud el balance de v¨ªctimas ocasionadas por la explosi¨®n de un cuartel, el pasado mes de julio, cuando estall¨® un coche bomba que alguien aparc¨® frente a la fachada, en plena calle, en el centro de la ciudad. Tampoco pudo establecerse el c¨®mputo total de muertos, en agosto, cuando otro coche bomba trat¨® de hacer saltar por los aires la central el¨¦ctrica, al otro lado de la autopista. La deflagraci¨®n alcanz¨® de lleno a un grupo de ciudadanos que esperaban la llegada de un autob¨²s, lanzando sus restos hacia el cielo y haci¨¦ndolos caer como una lluvia encima de los ¨¢rboles. Quedaron colgados de las ramas algunos de sus miembros, como si fueran los frutos del odio.
Hoy, el n¨²cleo urbano de Bufarik permanece rodeado por las fuerzas del Ej¨¦rcito, que controla sus accesos. Todo se efect¨²a en medio del m¨¢s absoluto de los silencios, mientras el soldado, metralleta en ristre, mete la cabeza por la ventana, lanza una ojeada e inspecciona el interior de los veh¨ªculos.
Acceder y deambular por Bufarik se ha convertido en una verdadera carrera de obst¨¢culos. Algunos grupos de vecinos han optado por cortar trozos de sus calles, levantando barricadas con todo tipo de desechos y de material de derribo. Hay desde una parab¨®lica a alg¨²n que otro mueble viejo. Todo es v¨¢lido en ese intento de interceptar el paso e impedir la huida si se ven de nuevo atacados por los grupos islamistas, o en prevenci¨®n, para impedir que alguien aparque en el lugar un coche bomba.
En el centro de la ciudad patrullan la polic¨ªa, el Ej¨¦rcito y otras fuerzas de seguridad no identificadas y de paisano. Alguno de ellos lo hace con una gorra de visera, colocada al rev¨¦s, siguiendo las directrices de la moda Rambo, que ordena tener cubiera la nuca. Camina dando patadas a las piedras, con el ca?¨®n del arma en alto, mirando las nubes, y la culata del fusil ametrallador apoyada en la cadera. No tendr¨¢ m¨¢s all¨¢ de veinte a?os.
Todo eso sucede ante la mirada inexpresiva de los j¨®venes y de los ancianos, que permanecen agrupados en algunas esquinas o que este mediod¨ªa se pelean por conseguir una barra de pan, de un vendedor ambulante que ha llegado cargado con su motocicleta, convirti¨¦ndose en una panader¨ªa ambulante. Suple quiz¨¢s de esta manera a una tienda cercana que ha tenido que cerrar sus puertas, v¨ªctima del impuesto integrista, que logra sortear el control de la polic¨ªa y filtrarse en el tejido urbano.
"Bastantes comercios han cerrado y se han establecido en otros pueblos m¨¢s seguros. Los vecinos que vivian cerca de los edificios p¨²blicos o de las sedes de las fuerzas de seguridad tambi¨¦n se han visto obligados a abandonar sus domicilios, aunque por otras razones. Nosotros tenemos la suerte de vivir lejos de los lugares estrat¨¦gicos", explica una muchacha, vecina de Bufarik, bajo la parra del patio de su casa, al amparo de la mirada de los ciudadanos extra?os.
Farida no lleva cubierta la cabeza, pero viste una falda larga que le cubre los tobillos. Al igual que sus hermanas. Hoy es fiesta en el colegio, por eso no lleva el yihad o pa?oleta, preceptivo para los integristas. Pero deber¨¢ pon¨¦rselo ma?ana cuando salga a la calle y acuda de nuevo a la escuela. No olvidar¨¢ nunca que una de sus compa?eras, una amiga de clase, fue asesinada a tiros en la puerta del liceo por no llevar el velo isl¨¢mico.
"No, no tengo miedo. Pero me gustar¨ªa irme de Bufarik. Salir de este lugar", parece pedirlo con una sonrisa en los labios. Quiz¨¢s piensa que ha tenido suerte. Mucho m¨¢s suerte que este grupo de mujeres y chicas que fueron secuestradas por el grupo integrista que asalt¨® el mi¨¦rcoles pasado el tren y que se las llevaron al maquis o no se sabe d¨®nde. O que las hermanas Bahia y Fella vecinas de Cuatro Granjas, hu¨¦rfanas de padre, que fueron degolladas hace una semana, despu¨¦s de haber sido torturadas o violadas, o que las otras dos hermanas tambi¨¦n degolladas que viv¨ªan en el cercano paraje de Birtuta. O que tantas otras mujeres.
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