?Un mundo sin minas?
Desde el 25 de septiembre y hasta mediados de octubre se reunen en Viena los 50 pa¨ªses que hasta ahora han firmado la Convenci¨®n de 1980 sobre determinadas armas cl¨¢sicas (tambi¨¦n llamada de Armas Inhumanas), con objeto de revisar a fondo su contenido, y en particular su Protocolo II, que limita el empleo de minas terrestres. Espa?a es uno de los pa¨ªses firmantes.Utilizadas durante d¨¦cadas como un artefacto defensivo y, en teor¨ªa, bajo un estricto c¨®digo de uso, las minas terrestres se han convertido hoy d¨ªa en una de las formas m¨¢s indiscriminadas de destrucci¨®n, desde el momento en que son usadas a gran escala y de forma deliberada para da?ar especialmente a la poblaci¨®n civil. El 90% de los conflictos de los ¨²ltimos a?os han sido internos, no entre ej¨¦rcitos regulares de diferentes Estados. Hoy las guerras son civiles o de contrainsurgencia, y los actores suelen ser guerrillas, bandas incontroladas o fuerzas irregulares, sin poner letreros de aviso y sin elaborar mapas que despu¨¦s permitan. retirarlas. El resultado es la existencia de m¨¢s de cien millones de minas antipersonales diseminadas en m¨¢s de 60 pa¨ªses. En los ¨²ltimos 20 a?os, estas minas han herido o matado a m¨¢s de un mill¨®n de personas. Cada a?o, adem¨¢s, se colocan entre dos y cinco millones de nuevas minas, mientras que el ritmo de desminado es de s¨®lo 100.000.
La necesidad de poner fin a este desmadre tan luctuoso es un¨¢nime, e incluso muchos militares profesionales han entendido que el descontrol universal de esos artefactos obliga a replantear tanto su uso como su misma existencia. Las minas son muy baratas (se pueden encontrar por menos de tres d¨®lares la unidad), se lanzan desde aviones o veh¨ªculos siembraminas (lo que impide su localizaci¨®n exacta una vez terminado el conflicto), permanecen activas durante 20 a?os y mutilan con mayor frecuencia a ni?os y mujeres que se arriesgan a jugar o recolectar por los campos o carreteras minados.
Desde que a principios de 1992 varias ONG de diferentes pa¨ªses iniciaran una campa?a internacional para prohibir su uso, exportaci¨®n y fabricaci¨®n, muchos organismos internacionales (como la Cruz Roja o el Unicef), el propio Butros-Gal¨ª y la Asamblea General de la ONU, junto con centenares de entidades de todo el mundo, han llegado a sensibilizar profundamente a la opini¨®n p¨²blica sobre este tema. El resultado m¨¢s evidente es una moratoria en la exportaci¨®n de las minas, seguida en estos momentos por m¨¢s de veinte pa¨ªses, y la decisi¨®n de algunos otros de prohibir su fabricaci¨®n. B¨¦lgica ha sido el primer pa¨ªs en tomar esa valiente decisi¨®n.
Los expertos gubernamentales que han preparado el texto de revisi¨®n del Protocolo han redactado un documento que intenta limitar al m¨¢ximo el uso indiscriminado y los da?os causados por las minas, prohibiendo las no detectables, extendiendo el campo de aplicaci¨®n del Protocolo a los conflictos intraestatales, prohibiendo las minas lanzadas a distancia que no dispongan de mecanismos de autodestrucci¨®n, prohibiendo las que tengan forma y apariencia de objetos inofensivos (como las famosas mariposa, que parecen juguetes y, por ello, mutilan a los ni?os), prohibiendo su exportaci¨®n a los pa¨ªses que no han firmado el Protocolo (la mayor¨ªa), alentando la cooperacion para el desaminado y proponiendo nuevos protocolos que limiten otro tipo de armas t¨¦cnicas b¨¦licas, como el empleo del l¨¢ser, las bombas de racimo o las minas navales.
A pesar de las buenas intenciones, sin embargo, estas propuestas no s¨®lo no van a solucionar en modo alguno el problema, sino que pueden llegar a consolidar el principio de que "la barbarie puede controlarse con la moderaci¨®n voluntaria". Las propuestas quiz¨¢ podr¨ªan cumplirse por determinados ej¨¦rcitos, pero no por quienes utilizan habitualmente las minas. No debe olvidarse, adem¨¢s, que las tres cuartas partes de los pa¨ªses del mundo no han firmado el convenio, por lo que tampoco se sentir¨¢n obligados a cumplir con las nuevas reglas.
Ante el terror de las minas s¨®lo cabe prohibir su fabricaci¨®n, uso y exportaci¨®n, esto es, olvidarse de ellas como instrumento de defensa. Continuar con su fabricaci¨®n supone exportarlas y diseminarlas por m¨¢s territorios, puesto que el secretismo del comercio armamentista y la facilidad con que circulan estos peque?os arte factos garantizan su f¨¢cil distribuci¨®n. C¨®mo medidas inmediatas, deber¨ªa prolongarse de forma indefinida la moratoria actual sobre su exportaci¨®n (castigando a quienes todav¨ªa las ofrecen en las ferias internacionales), deber¨ªa destruirse el stock actual de minas antipersonales, que en el mundo suman otros 100 millones, y aumentar las dotaciones para el fondo que la ONU ha creado para el desminado, con contribuciones especiales de los pa¨ªses que en el ¨²ltimo decenio han exportado mayor n¨²mero de minas: Rusia, Italia y China.
La moratoria actual de muchos pa¨ªses y la posibilidad real de que en un futuro se eliminen de la faz de la tierra esas peque?as m¨¢quinas de matar y mutilar de forma indiscriminada es tambi¨¦n una victoria de la sociedad civil y de la responsable actuaci¨®n de muchos organismos internacionales, que han sabido colaborar y conspirar inteligentemente para mostrar los efectos de las minas a la gente de la calle. La diplomacia del desarme es y ser¨¢ siempre lenta. Pero si la ciudadan¨ªa asume estos temas y los batalla de forma directa, el desarme puede dejar de ser una quimera. El fin de las minas antipersonales del secretismo en el comercio armamentista y de las pruebas nucleares son tres ejemplos de conquistas que est¨¢n a la vuelta de la esquina si la gente se lo propone.
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