La era de los pijos
Hay algunas personas tan arquet¨ªpicas o tan par¨®dicas que ser¨ªan inaceptables si quisi¨¦ramos usarlas como personajes literarios. Aunque no lo parezca, la literatura tolera muchas menos arbitrariedades y exageraciones que la realidad, de modo que ciertas parodias que encontramos con alguna frecuencia en esta ¨²ltima provocar¨ªan nuestra incredulidad si las vi¨¦ramos en una novela. Lo cierto es si uno se fija un poco, que muchas personas favorecidas por alg¨²n grado de atenci¨®n p¨²blica se apresuran a simplificarse o caricaturizarse, a s¨ª mismas, sin duda con la idea de que la identificaci¨®n con un arquetipo har¨¢ m¨¢s f¨¢cil la extensi¨®n de su popularidad. Igual que en el cine, y tambi¨¦n por razones comerciales, para favorecer la c¨®moda masticaci¨®n y degluci¨®n de un p¨²blico al que se imagina: lerdo y somnoliento, los repartos de la notoriedad se van simplificando, y no s¨®lo en la pol¨ªtica, donde los personajes traspasaron hace tiempo todos los l¨ªmites de la inverosimilitud, sino tambi¨¦n en lo que podr¨ªamos llamar las bellas artes.Por las exposiciones, por las presentaciones de libros, por las comidas y cenas literarias, por el espacio enrarecido y confuso donde sucede el espect¨¢culo de la actualidad, circulan caricaturas tan obvias que uno no puede creerse que sean seres humanos tangibles y no proyecciones virtuales de alguna imaginaci¨®n sat¨ªrica malograda por un exceso de amargura o de doctrinarismo. Antes, un escritor, un pintor, un actor, huir cineasta, aspiraban a hacerse una obra, una firma, un destino. Uno cre¨ªa, stendhalianamente, que la ¨²nica manera de llegar a ser algo era siendo uno mismo. Ahora a lo que parece que se aspira es a convertirse cuanto antes en una parodia que sea lo m¨¢s simple posible, una parodia de Viejo Maestro sentencioso, de Artista Decadente, de Furioso Cineasta, de Joven Novelista Pendenciero, de Misterioso, Solitario, de V¨ªbora Maledicente Aunque Ingeniosa, de Borrach¨ªn Entra?able. Incluso hay quien se deja por completo de vaguedades y se dedica sin descanso, ni escrupulos a ser lo que ya es otro: el n¨²mero de Tarantinos que circulan en la actualidad por nuestro cine y nuestra literatura es casi tan incalculable como el de dobles de Elvis que se reunen en Graceland.
Lo que faltaba hasta ahora en el panorama cultural espa?ol era una caricatura del Pijo: por fortuna, gracias a la editorial Planeta y a Carmen Balcells; que patrocinan la irrupci¨®n en la literatura de Ricardo Bofill (hijo), esta ausencia ha sido colmada con una generosidad que supera y arrasa las expectativas m¨¢s demenciales. Este Bofill, de quien hasta hace unos d¨ªas los aficionados a los libros tuvimos noticias muy escasas, se ha revelado en poco tiempo como un genio de la parodia y del arquetipo, como un artista absoluto de esa receta para el triunfo que se obtiene gracias a la mezcla de la cara dura y de la perfecta vacuidad. Ricardo Bofill es el Pijo por excelencia, por antonomasia, el Pijo en estado puro, su s¨ªmbolo, su alegor¨ªa, su perfecci¨®n, su obra maestra, el Pijo tan elevado a la m¨¢xima potencia de pijer¨ªo que lo deja a uno doblemente sumido en la admiraci¨®n y en la incredulidad. ?De verdad existe, y es as¨ª, y habla de ese modo, y se echa hacia atr¨¢s el pelo acarici¨¢ndoselo, y ha hecho carreras y m¨¢sters en Estados Unidos, y est¨¢ tan prodigiosamente encantado de haberse conocido que se desploma de placer en cada silla en la que se sienta, y adem¨¢s cita a S¨®crates ("S¨®lo s¨¦ que no s¨¦ nada"), y asevera que vivimos en la ¨¦poca de la imagen, y que en este pa¨ªs lo que pasa es que hay mucho machismo y no se lee nada, y por supuesto ya est¨¢ escribiendo su pr¨®xima novela, que trata, tema palpitante, del tr¨¢fico de ¨®rganos humanos en Tijuana?
Hasta hace nada, ya digo, mis conocimientos sobre la vida y la obra de Ricardo Bofill (hijo, o j¨²nior, o II) eran pr¨¢cticamente nulos, entre otras cosas porque, el mundo de los pijos y el de la literatura no ten¨ªan muchas ocasiones de rozarse. Los pijos se dedicaban a lo suyo, y los literatos, a lo nuestro, a empalidecer leyendo libros y sinti¨¦ndonos remordidos por la ambici¨®n y la desdicha, a escribir resisti¨¦ndonos a la incertidumbre sobre el valor de lo que hac¨ªamos o sobre nuestras posibilidades de lograr alguna vez un editor o un lector. Paul Val¨¦ry le dijo a Mallarm¨¦: En provincias hay trescientos j¨®venes que dar¨ªan su vida por usted". En cualquier provincia, en cualquier oficina, hay alguien apasionado por la literatura, deshecho por el desaliento, por la dificultad de escribir, y de publicar, por la desgracia de que, incluso despu¨¦s de publicado un libro puede no llegar a existir por la simple raz¨®n de que nadie le haga caso.
A los pijos ahora tambi¨¦n les ha dado por la literatura, pero no est¨¢n dispuestos a dar su vida por ella, ni a llevarse un mal rato Igual que Cary Grant en Sospecha, Ricardo Bofill est¨¢ seguro de que el secreto del ¨¦xito es empezar desde arriba, as¨ª que ¨¦l ha empezado por tener de agente a Carmen Balcells, como Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, y por publicar su novela en la editorial Planeta, gracias a lo cual aparece en todos los peri¨®dicos, en todos los programas de la radio y de la televisi¨®n, que le vienen dedicando m¨¢s tiempo que al premio Nobel Seamus Heaney y mucho m¨¢s del que recibir¨¢ nunca el primer libro de cualquier escrir que no tenga la suerte de ser pijo ni la astucia de presentarse a s¨ª mismo convertido en parodia de algo. Cada vez que lo veo o lo oigo me pregunto en qu¨¦ medida, este prodigioso individuo es consciente de su irrealidad personal. Pero no alrededor y descubro tantos proyectos, caricaturas y boradores de Ricardo Bofill que intuyo en ¨¦l la audacia de pionero, una capacidad fant¨¢stica de multiplicaci¨®n. El mundo es de los pijos, de los mal criados, de los arrogantes, de los que se han acostumbrado a exigir el halago y nunca han conocido ni el entusiasmo ni la incertidumbre. El Pijo, en el fondo, es la versi¨®n barata, apresurada y posmodema del Genio. Ricardo Bofill ahora nos parece una parodia, pero, en realidad es un modelo de artista del siglo XXI.
Babelia
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