Una cabeza por los suelos

Dentro de un ciclo de dif¨ªcil justificaci¨®n y no tan feliz articulaci¨®n dedicado a Salom¨¦ como fuente de inspiraci¨®n art¨ªstica, la danza entra con este estreno fallido de Blanca Li. Cuesta trabajo reconocer incluso la vitalidad, cohesi¨®n e inventiva que ten¨ªa en Nana y Lila esta emprendedora mujer, de fuerte personalidad y acento esc¨¦nico.Salom¨¦ ha servido en la danza para pocos pero memorables ballets, sobre todo desde la efervescencia finisecular en que anid¨® el drama de Wilde y los dibujos de Beardley, rematados por la ¨®pera de Richard Strauss, donde la archifamosa y trajinada danza de los siete velos ocupa un fragmento musical de gran belleza. La versi¨®n de Li, m¨¢s cercana a un cabar¨¦ o espect¨¢culo de variedades, mezcla lo humano con lo divino, lo vulgar con lo exquisito y lo serio con la chanza. El resultado es dudoso, a pesar de tener escenas aisladas de inter¨¦s (la primera de los bastones; la acrobacia con largos velos, el final pasado por agua). Los entreactos de Pedro Paz son irregulares dentro de su originalidad, y el primero es el mejor, cuando aparece como Herodes, o en el final, donde hace colof¨®n tragic¨®mico, hacha en mano. Hubo detalles hermosos y discretos, corno los atriles de los m¨²sicos y el electrizante d¨²o a¨¦reo de los trapecistas, donde la core¨®grafa se apunta a esa moda dentro de la nueva danza francesa que iniciara Decoufl¨¦ de mezclar el nuevo circo con el baile. Excelentes bailarinas, m¨²sicos capaces de integrarse en la escena y trajes de premio no han bastado para dejar un acto redondo. A pesar de ello, el p¨²blico aplaudi¨® a rabiar al final de la representaci¨®n, donde no faltaron, tal como es la moda de ahora, que sonaran de vez en cuando varios relojes digitales y alg¨²n que otro tel¨¦fono port¨¢til.