Entre el convento y el cuartel
La vida que ha llevado Miguel Indur¨¢in en su semana de estancia bogotana dar¨ªa material a m¨¢s de uno para un trabajo de antropolog¨ªa, para contar qu¨¦ era eso de los monjes guerreros. Y poetas. El hotel en el que se ha recluido -en las afueras de la megatr¨®polis, cerca del aeropuerto y del Vel¨®dromo; lejos del tumulto y del peligro del centro; a un costado de una gran avenida que, como la mayor parte de las arterias de Bogot¨¢, es pura autov¨ªa, sin sem¨¢foros, lo que no evita que produzca uno de los tr¨¢ficos m¨¢s ca¨®ticos conocidos- es a la vez fortaleza militar y convento. Y lugar mundano. Puede que el vest¨ªbulo sea como el p¨®rtico del templo, lugar de mercadeo y cambalache: de informaci¨®n, entre los periodistas; de tecnolog¨ªa, para los t¨¦cnicos; de productos y noticias para los Nalini, Pinarello o Campagnolo que ah¨ª pasan las horas; de organizaci¨®n para el montaje de la infraestructura del r¨¦cord. Puede que la recepci¨®n, una vez pasados los discretos controles policiales, sea puro traj¨ªn. Pero en ese espacio Indur¨¢in no ha permanecido m¨¢s de 10 segundos al d¨ªa, lo que tarda en llegar desde la puerta hasta el ascensor. Lo que a ¨¦l le interesa, el noveno piso, su habitaci¨®n, es otra cosa. Eso es el Jugar ideal para dedicar 20 horas del d¨ªa al recogimiento en compa?¨ªa de Prudencio, su hermano solidario. En la puerta, siempre, dos guardaespaldas de la renuncia. Las otras cuatro las dedica a guerrear, a montar en bicicleta, a sacar el m¨¢ximo rendimiento de la Espada.Los m¨¢s de 400 per¨ªodistas acreditados para el r¨¦cord que han p asado por el hotel no han visto a Indur¨¢in ni en el restaurante, ni en la piscina ni se lo han tropezado. por los pasillos. La historia ha sido el colmo de la reserva, un bien fundamental para su tranquilidad y reposo. De otra forma no habr¨ªa sobrevivido al acoso medi¨¢tico. ni al de los cazadores de celebridades. Y luego, qu¨¦ horario ha llevado.
Recogimiento
No se sabe si ha ido al coro a cantar los maitines, pero a la hora de esa oraci¨®n s¨ª que se ha levantado. Antes del alba, cuando a¨²n ni est¨¢n puestas las calles, cuando los noct¨¢mbulos empiezan a pensar que es hora de regresar a casa. Y el ¨²ltimo d¨ªa hasta extrem¨® el sacrificio. El s¨¢bado se acost¨® a las nueve de la noche despu¨¦s de cenar a las siete de la tarde. Aunque el d¨ªa anterior se hab¨ªa levantado a las cuatro de la ma?ana, hasta evit¨® la tentaci¨®n de la siesta para poder tener sue?o a las nueve. Todo, para levantarse el domingo a las 3 de la ma?ana y poder desayunar tres horas antes de saltar a la pista.
Con lo sencillo que le habr¨ªa resultado todo si le hubiera sido posible buscarse un vel¨®dromo cubierto a nivel del mar, un lugar en el que hubiera podido decidir a qu¨¦ hora asaltar el r¨¦cord de la hora, un lugar en el que no habr¨ªa estado pendiente del viento que le obliga a madrugar. Pero todo el sacrificio es necesario por la altitud. Sin ¨¦l no asistir¨ªa nadie a la poes¨ªa de la potencia hecha carne y pedaleando sin tregua durante una hora.
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