Grietas en la boina
La propuesta de elevar el cupo del 5 que las universidades de Madrid tienen asignado a estudiantes de otras regiones puede parecer un esc¨¢ndalo para quienes no conocieran esa circunstancia -?c¨®mo es posible que exista tal cosa como un cupo universitario en raz¨®n del origen de estudiante!-, pero es una de las mejores y m¨¢s significativas ¨²ltimas noticias de la universidad madrile?a que, agobiada como siempre por su gordura, la falta de dinero y sus vicios centenarios, no atraviesa su mejor momento.Tal vez el significado de esta media quede m¨¢s claro si se recuerda la autofelicitaci¨®n radiof¨®nica, con que se. congratulaba hace unos a?os el consejero de Educaci¨®n de la Junta de Andaluc¨ªa (un prototipo de cargo y mentalidad) al anunciar con alivio, una vez creada la ¨²ltima universidad de bolsillo en una provincia andaluza que "ya ning¨²n estudiante andaluz tendr¨¢ que salir de su comunidad" para hacer estudios superiores. O la fatalista constataci¨®n de Jordi Pujol, en abril de 1991, de que el distrito ¨²nico (o sea, la ausencia de limitaciones por origen) serla "el instrumento de descatalanizaci¨®n de las universidades catalanas". Dif¨ªcilmente se puede encontrar, un mejor ejemplo de aberraci¨®n del lenguaje, de desnaturalizaci¨®n de las palabras en el rugby de la pol¨ªtica, que concebir la universidad como un campo de adoctrinamiento patrio, seminario mayor de las esencias, centro de formaci¨®n auton¨®mica o cosa semejante. Ser¨ªa interesante ver las caras de Vitoria, Nebrija, Alfonso el Sabio y otros universitarios fundadores -o las de Unamuno y Ortega y Gasset-, cuando se les explicara que una universidad es ante todo un centro de catalanizaci¨®n, andaluzaci¨®n o extreme?ismo.
En Madrid estudian 220.000 universitarios (aqu¨ª el n¨²mero es m¨¢s indicio de debilidad que de fortaleza), ense?a el 20% del profesorado universitario y se concentra el 701/o de los centros de investigaci¨®n espa?oles. Sin embargo el acceso a nuestras universidades -salvo en el caso de facultades ¨²nicas, abiertas a todos- est¨¢ vedado a otros estudiantes espa?oles que, no tengan un expediente excepcional s¨®lo porque en su provincia de origen hay ya una universidad.
Universidad -que se diga al menos desde aqu¨ª- que a menudo es s¨®lo una declaraci¨®n de intenciones. Con el ¨¢nimo de que esa situaci¨®n se resuelva, ser¨ªa urgente que trascendieran las condiciones en que se desarrollan las clases en algunas: a menudo creadas en el entusiasmo auton¨®mico y presupuestario de los ochenta, cuando parec¨ªa que una ciudad jugaba en Regional si no era capital auton¨®mica o no dispon¨ªa de un auditorio, un museo y una universidad dise?ados por un arquitecto de moda, hoy varias de ellas simplemente flotan, intentando la aprobaci¨®n de plazas en el BOE auton¨®mico antes de que la falta de medios se haga tan evidente que les obligue a cerrar.
Mas si el cerrojazo en proyectos culturales visibles como el de las bibliotecas p¨²blicas ha sido tan espectacular, imag¨ªnense lo que ocurre en ciertas peque?as y remotas universidades (o muy cercanas, aplastadas por la cercan¨ªa de Madrid), cuya marcha, adem¨¢s, est¨¢ estrechamente entrelazada con el avatar pol¨ªtico provinciano: as¨ª, buena parte del esfuerzo se centra en convencer a los redactores del BOE local -los argumentos son f¨¢cilmente imaginables- de que en esa universidad tienen una inversi¨®n.
Esta debilidad no es s¨®lo patrimonio de las peque?as. Tambi¨¦n de las grandes, muy afectadas por la crisis y particularmente por la falta de dotaci¨®n de nuevos profesores. Poco a poco, nos dirigimos a la situaci¨®n de 1976, cuando el 70% del profesorado universitario era provisional. Es decir, sin garant¨ªas. (Discutir qu¨¦ garant¨ªas sigue siendo lo m¨¢s urgente).
El debate sobre la cuota del 5% que comparten los distritos de Madrid y Barcelona (en los- otros es del 10%) es uno de los muros de carga del gran debate sobre la educaci¨®n superior que todos los interesados -desde el Gobierno hasta los alumnos- eluden desde hace a?os. Porque el cupo para forasteros no viene a ser sino un indicio, indirecto pero claro, de que la universidad sigue siendo a menudo concebida, igual que con Franco, como un gran aparcamiento alternativo a la mili y a la emigraci¨®n, y un medio de retrasar el paro. Y en algunos sitios, tambi¨¦n, como se ha visto, como una escuela de invenci¨®n y adoctrinamiento regionalista.
Sin ni siquiera entrar a considerar hechos esenciales, como que una universidad es el lugar mismo del mestizaje y tambi¨¦n una escuela de vida, y que un universitario viviendo con sus padres se est¨¢ perdiendo la mitad de las oportunidades de su educaci¨®n, el argumento de los derechos de los estudiantes locales se caer¨ªa por su peso si otras universidades establecieran la correspondiente y fu¨¦ramos al distrito ¨²nico: todo estudiante tiene derecho a entrar en la universidad que desee; que sean los intereses intelectuales y las notas las que decidan, y que se subvencione a los que lo merezcan.
Dicho sea no al paso sino en el titular, eso es exactamente lo que sucede en toda la Europa civilizada: el distrito ¨²nico. En algunos de esos pa¨ªses es adem¨¢s obligatoria una estancia de un a?o en el exterior. Claro que todos esos pa¨ªses destinan a la educaci¨®n un porcentaje considerablemente superior de su producto interior bruto. Ellos saben. As¨ª les va a ellos, y as¨ª nos va a nosotros.
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