El libro
A Sarah Balabagan, la criada filipina violada y condenada a muerte de forma sucesiva en los Emiratos ?rabes Unidos, le empiezan a salir bien las cosas. Se ve que ha entrado en racha: la pena de muerte se transform¨® primero en una de cadena perpetua que el azar acaba de convertir en un a?o de prisi¨®n y 100 azotes ligeros. La ruleta de la justicia es en algunos sitios as¨ª de caprichosa: en 14 meses, la ni?a ha viajado del horror de una, agresi¨®n sexual al espanto de la ¨²ltima pena. Los azotes de ahora son una especie de premio gordo en esa loter¨ªa de sultanes y jeques que evoca un cuento de terror de Borges. Lo que tiene que hacer Sarah es salir cuanto antes de los Emiratos ¨¦sos, o lo que sean, no vayan a violarla o a matarla de nuevo, esta vez por lud¨®pata; despu¨¦s de todo, lleva casi a?o y medio probando fortuna con una justicia m¨¢s aleatoria que una timba.Por lo visto, para que los azotes produzcan en la espalda de la ni?a afortunada la cantidad de erosi¨®n d¨¦rmica prevista por el juez, el verdugo, seg¨²n la ley isl¨¢mica, deber¨¢ sujetar un libro en el sobaco. Lo del libro, la verdad, no sabemos si tiene alguna explicaci¨®n antropol¨®gica profunda o si es tambi¨¦n el resultado de un sorteo. Ignoramos, pues, si dar¨ªa lo mismo que sujetara una barra de pan o una pierna de cordero; despu¨¦s de todo, all¨ª pasan de la pena de muerte a un a?o de prisi¨®n como si consultaran los dados en lugar de las leyes.
En cualquier caso, nos alegra mucho que esta utilizaci¨®n de la cultura, por sobaquera o axilar que resulte, contribuya, si no a paliar la humillaci¨®n de Sarah, s¨ª a aliviar su dolor f¨ªsico. Adem¨¢s animamos a los jueces de esos Emiratos, o lo que sean, a que persistan en el cultivo de una tradici¨®n tan prometedora. En una de ¨¦sas, igual al verdugo se le ocurre leer el libro y las cosas comienzan a cambiar.
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