De color vainilla
La se?ora Marta Ferrusola lleg¨® a la plaza de Adri¨¢ de Barcelona a las 10.30 en punto de la ma?ana. Brillaba el sol en la ciudad. Vest¨ªa un traje de chaqueta de tonos marrones y por dentro una blusa de color vainilla. Una gargantilla de oro ce?¨ªa su cuello. Como desde hace dos a?os, y despu¨¦s de que hubieran pasado 39 de absoluta fidelidad a su mo?o, la se?ora llevaba ahora el pelo corto, trabajado a mechas. Iba maquillada y con un rojo p¨¢lido en los labios. S¨®lo llegar a, la plaza recogi¨® un fajo. de propaganda y se puso en marcha. Entraba en las tiendas, hablaba brevemente con quien hubiera, dejaba unos papeles y segu¨ªa su camino. En todas las tiendas la esperaban y la reconoc¨ªan. Su popularidad aparte, lo cierto es que un heraldo -mero militante- anunciaba, segundos antes, en cada establecimiento. que la esposa del presidente iba a llegar. Las gentes la saludaban con un punto de acatamiento. Ella hablaba poco y casi siempre lo mismo: adscrita a la parquedad sil¨¢bica catalana, esto es, por ejemplo, lo que iba diciendo: "Se lo mira ( ... ) desde luego ( ... ), venga ( ... ), vamos( ... ), adentro ( ... ), pi¨¦nseselo". El se?or Joan Vallv¨¦, eurodiputado, militante, iba detr¨¢s y ejerc¨ªa una labor que podr¨ªa metaforizarse as¨ª: como un mu?eco encerrado en una caja que al levantar la tapa, empujado por un resorte, acudiera al ment¨®n del curioso, as¨ª el se?or Joan interven¨ªa en el reparto cuando alg¨²n vecino expresaba su queja. Si hab¨ªan robado en el barrio, el se?or Joan sal¨ªa presto: "Madrid no nos da mossos"; si la queja era por los impuestos, ah¨ª cortaba en seco: "Eso, pregunten, en Madrid". As¨ª lo iba haciendo con gobiernos, ayuntamientos, concejales y presidentes, de tal manera que la se?ora ten¨ªa un paseo dial¨¦ctic¨¢mente muy pl¨¢cido.. A media caminata, lleg¨® la comitiva a una farmacia: all¨ª atend¨ªa un joven de cara muy triste de mirada rom¨¢ntica. La se?ora se le acerc¨® y le hizo el ali?o, pero el joven con un hilillo de voz respondi¨®: "Y el refer¨¦ndum de soberan¨ªa, ?cu¨¢ndo, cu¨¢ndo ... ?" La se?ora, casi en el o¨ªdo de su joven f¨¢rmac¨¦utico, conmocionada, asinti¨®: "Ya tenemos ganas, ya...". Pasaba un ¨¢ngel de soberan¨ªa cuando alguien del grupo medit¨®: "No somos todav¨ªa suficientes". La se?ora, con melancol¨ªa, lo asumi¨®. Fue entonces cuando el joven farmac¨¦utico, sacando fuerzas de donde no sobran, declam¨®: "Pero somos m¨¢s de los que ellos dicen y quieren`. Atento, el se?or Joan rebot¨®: "Raimon, eso es de Raimon". Todo el grupo lo mir¨®.
Mucha gente paraba a la se?ora: Teresa Gimpera sali¨® del fondo, de una peluquer¨ªa, con los rulos puestos, para besarla; un cocinero le habl¨¦ del buen diente que ten¨ªan sus hijos, a quienes serv¨ªa el entrecot. Entre tanto apogeo, apenas se le pudieron preguntar a la se?ora dos cosas rudas: una, por Ub¨², y dijo que nunca ir¨ªa a verla: "El teatro ya lo hacemos nosotros y estamos saturados", zanj¨®. Otra, por la presunta vejez de su marido. Antes de contestar, sin embargo, arque¨® las cejas como quien dice: "Pobre Nadal... ", y tengas todav¨ªa las cejas, sentenci¨®: "El 19 ver¨¢n. lo viejo que es".
Cordial, trabajadora y muy profesional, a la puerta de un oficio de lencer¨ªa, la se?ora despidi¨® al cronista: "Denle un folleto y una papeleta para que nos vote, y un adhesivo si lo quiere". Y as¨ª lo remat¨®: "El otro d¨ªa vino Mikimoto y le hice lo mismo. Pero a ¨¦se ya lo ten¨ªamos en el bolsillo".
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