El fanatismo y la risa
Si no recuerdo mal o si no la interpret¨¦ mal, la conclusi¨®n que puede sacarse de la tan le¨ªda novela de Umberto Eco El nombre de la rosa es que la autoridad, en ese caso la religiosa, tiene a la risa como a uno de, sus mayores enemigos , un peligro que amenaza los cimientos en los que la autoridad se sostiene. En el momento en que la risa o la sonrisa se filtra, algo se tambalea. En todo caso, la solemnidad se debilita mientras las personas normales, las comunes y corrientes, sienten en sus cuerpos una oleada de alivio. ?Qu¨¦ miedo da la seriedad, la gravedad! Detr¨¢s de ella, se vislumbran disciplinas y rigores, castigos.La prohibici¨®n de la risa es propia de una autoridad acorralada, que teme por su supervivencia y que se ha propuesto defenderse de una forma activa, atacando. En mi infancia,. escuch¨¦ con frecuencia una frase que me parec¨ªa enigm¨¢tica: "No confundir la confianza con el respeto", y que a lo largo de los a?os ha ido cobrando m¨¢s y m¨¢s significado. ?C¨®mo pod¨ªan confundirse cosas tan distintas? La confianza era algo alegre. El respeto, pavoroso. ?Es que yo sab¨ªa lo que era el respeto? Creo que no. Pero esa frase quer¨ªa prevenir contra los riesgos, los l¨ªmites de la risa, trataba de anunciarlos. Y como estas categor¨ªas de la confianza y el respeto son muy subjetivas, y m¨¢s a¨²n lo son sus l¨ªmites, la l¨ªnea que presuntamente las, separa, cuando la autoridad se siente amenazada, simplemente elimina la primera, la confianza, que es el origen de la confusi¨®n, la broma, la risa, la iron¨ªa, y se atrinchera en el pavoroso respeto.
Me hice esta reflexi¨®n y evoqu¨¦ estos recuerdos a partir de un peque?o incidente de mi vida cotidiana, un simple choque automovil¨ªstico que sufr¨ª cuando un coche de esos llamados todoterreno y que han invadido las ciudades como si de selvas se trataran (y de selvas se tratan) dio bruscamente marcha atr¨¢s sin advertir que mi veh¨ªculo, conmigo dentro, estaba all¨ª. El caso fue que la conductora del t¨®do terreno descendi¨® de sus alturas y se dirigi¨® hacia m¨ª envuelta en un espl¨¦ndido aire de superioridad y, en lugar de disculparse o de lamentarse del hecho, me aconsej¨® agriamente que cuando viera un coche como el suyo, me alejara un poco m¨¢s de lo habitual porque desde ¨¦l no se ve¨ªa lo que quedaba detr¨¢s, y era consejo que me daba, recalc¨®, de forma desinteresada, ya que, a fin de cuentas, quien deb¨ªa llevar el coche al taller era yo, que contaba con una magn¨ªfica abolladura en el lado derecho del morro de m¨ª coche, y no ella, cuyo veh¨ªculo estaba intacto.
La seguridad y arrogancia de la propietaria del todoterreno eran tales que, pese a que yo era obviamente la perjudicada, la escena me pareci¨® c¨®mica. Mientras conduc¨ªa mi coche para intercambiar la informaci¨®n pertinente a un lugar donde no obstaculiz¨¢ramos el paso de los otros, me pregunt¨¦ c¨®mo pod¨ªa ser que veh¨ªculos desde los que no pudiera verse lo que quedaba tras ellos estuviesen permitidos, porque, como se acababa de demostrar, eran un peligro. La propietaria del todoterreno, aparcado ahora junto a mi coche, cuando de nuevo se dirigi¨® hacia m¨ª, me volvi¨® a repetir su consejo, en un tono m¨¢s antip¨¢tico y arrogante, si cabe, que la primera vez, ya que, seg¨²n dijo, a punto hab¨ªa estado de nuevo, de volverme a dar con su coche en la peque?a maniobra que hab¨ªamos realizado para apartamos de la calle. No era la primera vez que le pasaba, dej¨® caer, ya que su coche era as¨ª, y, en fin, me lo dec¨ªa, insisti¨®, m¨¢s por m¨ª que por ella.
Fundamentalmente, all¨ª, en medio de aquel aparcamiento casi vac¨ªo, a un lado de la carretera, con mi coche abollado y los consejos que, junto con el golpe, acababa de recibir, sent¨ª asombro y perplejidad. Palp¨¦ la lucha que se dirim¨ªa en mi interior, entre mi sentido com¨²n, mi car¨¢cter y mi dignidad ofendida. Como resultado, sonre¨ª, porque primaba el asombro. Asombro ante el espect¨¢culo de esa mujer. Si me pudiera contemplar de lejos, me dije, si no fuera yo la persona que estuviese aqu¨ª junto a esta mujer, me reir¨ªa. Parece la escena de una pieza de teatro del absurdo.
Sucedi¨® entonces el intercambio de datos, yo absolutamente silenciosa (refugiada al fin en el ¨²nico lugar que me pareci¨® posible, el silencio) mientras ella ped¨ªa toda clase de datos como si de un polic¨ªa se tratara. Su tono se mantuvo inflexible, acusador. Cuando se march¨®, sin que hubiera llegado a pronunciar la m¨¢s m¨ªnima frase de disculpa, un mero "lo siento", me qued¨¦ un rato en el aparcamiento, sentada frente al volante, reflexionando. Pero fue luego, al cabo de unos d¨ªas, cuando, como en la secuencia de una pel¨ªcula que s¨²bitamente se detiene, vi ese fragmento de la escena: el momento en que yo, demasiado asombrada ante su actitud, sonre¨ª. Y escuch¨¦ su voz, indignada, y observ¨¦ su rostro endurecido, irritado. "No te r¨ªas", dijo, "te hablo completa mente en serio". Y fueron esas expresiones las que, a trav¨¦s de las horas y de los d¨ªas, vinieron a mi memoria, destac¨¢ndose ' sobre el resto del episodio. La risa le in dign¨®, seguramente le asombr¨® como a m¨ª me asombr¨® su prepotencia y su tono insultante. Creo que por segunda vez me sonre¨ª, sin acabar de dar cr¨¦dito a la existencia (y una existencia tan desenvuelta) de un ser tan ab surdo, sin acabar de creer que, por mucho que yo la mirara (y a¨²n la recuerdo, por yanto; eludir¨¦ la descripci¨®n f¨ªsica, s¨®lo destacar¨¦ sus manos, peque?as y no delicadas, el esmalte rojo de las u?as, la profusi¨®n de anillos dorados), fuese real. Irreal o surreal. Y por segunda vez ella pronunci¨® la frase de negaci¨®n, la pretensi¨®n de prohibici¨®n: "No te r¨ªas". ?De d¨®nde saldr¨¢ esta clase de gente, esta mujer?, ?habr¨¢ muchas como ella?, me pregunt¨¦, ?a qu¨¦ se dedicar¨¢?, ?qu¨¦ padres tendr¨¢, qu¨¦ marido, qu¨¦ hijos?, ?a qu¨¦ programas de televisi¨®n es aficionada, a qu¨¦ canal?, ?en qu¨¦ restaurantes suele cenar con sus amigos, qu¨¦ revistas hojear¨¢?, ?leer¨¢ alg¨²n peri¨®dico?, ?alg¨²n libro? Imaginarla con un libro m¨ªo entre sus manos me estremec¨ªa. No, no es persona que tenga jam¨¢s un libro entre sus manos, me consol¨¦. Sus peque?as manos enjoyadas y pintadas se ajustan mejor alrededor del volante de su todoterreno ciego a la parte de atr¨¢s...
Pero de todo este incidente qued¨® la risa. S¨®lo en ese momento venc¨ª, sal¨ª de la humillaci¨®n y de la ofensa (desde luego, fue una victoria bien fugaz, porque, acto seguido, y ante la perspectiva de una verdadera bronca entre mujeres en aquel solitario aparcamiento, decid¨ª enmudecer). Esta clase de personas odia la risa, la teme, no la soporta. S¨®lo cuando el otro r¨ªe, ella pierde su superioridad. ?Y en qu¨¦ puede basar su superioridad una mujer, una persona as¨ª? En su todoterreno, claramente. No hay otra raz¨®n.
?Y qui¨¦nes son ¨¦stos que no soportan la risa, los avasalladores del todoterreno? Hoy, est¨¢ claro, no hay una autoridad esta-
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El fanatismo y la risa.
Viene de la p¨¢gina anteriortal indiscutible, no hay una ideolog¨ªa salvadora, todo se ha vuelto tan relativo, hemos de vivir con tanta incertidumbre... Pero he aqu¨ª que unas personas tienen las cosas absolutamente claras. Esta raza de depredadores se est¨¢, aprovechando de la confusi¨®n general, ellos marcan las normas (la distancia a la que hay que ponerse cuando uno se topa de bruces con un todoterreno) con adem¨¢n impasible. Lo verdaderamente peligroso ser¨ªa que esta clase de gente tuviera poder pol¨ªtico. Me pregunto, con preocupaci¨®n, con alarma, si no lo tiene, si su peso social, econ¨®mico, etc¨¦tera, no es cada d¨ªa mayor.
Por aquellos d¨ªas, se estaban publicando en la, prensa diaria art¨ªculos, en forma de cartas a Salman Rushdie, se cumpl¨ªa un a?o de su absurda condena. En alg¨²n lugar escondido de Londres se encontraba el escritor condenado a muerte, asediado, perseguido por personas serias, fan¨¢ticas, que no soportan la menor fisura, la menor duda, en sus ideas, personas convencidas de que hay que obedecer ciegamente las consignas y que desean, con su fiel, comportamiento, obtener una. buena recompensa, nada menos que la salvaci¨®n. El escritor se hab¨ªa permitido, hacer una broma sobre Mahoma .- Por lo visto,- una irreverencia (?habr¨ªa confundido Rushdie la confianza con el respeto, con el no respeto?). Los fan¨¢ticos pierden pie cuando la risa se inicia. La risa no puede entrar en las reglas de. su juego. Corno resultado, el escritor hab¨ªa sido acorralado, viv¨ªa escondido, humillado, avasallado por la horrible y prepotente seriedad, la pretensi¨®n de verdad, de certidumbre, de absoluto, de salvaci¨®n. Parecer¨ªa que estos fan¨¢ticos est¨¢n muy lejos y que no nos pueden escoger a nosotros como v¨ªctimas, pero no es as¨ª. Como el peque?o episodio de mi golpe automovil¨ªstico de mostraba, la actitud violenta, basada en una absurda superioridad moral, est¨¢ m¨¢s extendida de lo que creemos. Hay fan¨¢ticos por todas partes, y aunque la variedad es muy diversa, sus rasgos son comunes. Se toman muy en serio a s¨ª mismos, se mueven con la certidumbre en el coraz¨®n. Es f¨¢cil, reconocerlos. Todos dan consejois, todos son peque?os profetas, ya sean viejos militantes que se han quedado sin partido, financieros, - ejecutivos, representantes de bisuter¨ªa, taxistas o cr¨ªticos literarios. Todos, en su ¨¢mbito, hacen lo que hizo la tripulante del todoterreno: conducen sin volver la mirada, te golpean, te insultan,, te alteran, y se marchan tan campantes, con la ver dad de su lado, con el veh¨ªculo reluciente. Aunque te, hayan golpeado ellos, el problema es tuyo.
En esta ¨¦poca en la que hemos asistido al derrumbamiento de las ideolog¨ªas, en la que hemos podido constatar los peligros de las doctrinas Pol¨ªticas cuando se aplican celosamente a la realidad, ellos mantienen la llama de la certidumbre. No est¨¢n dispuestos a vivir de otra manera. Y puede que su origen ideol¨®gico sea muy distinto, incluso puesto, pero su actitud es la misma, nost¨¢lgica y avasalladora.
Pero estos avasalladores se irritan sobremanera ante la risa. Ante los atropellados e indecisos, los temblorosos e inseguros, muestran un semblante serio, imperturbable, lleno, de, raz¨®n y autoridad. Sin embargo, nos los podemos imaginar perfectamente cont¨¢ndose chistes de p¨¦simo gusto cuando est¨¢n entre ellos, a sus anchas. Y, desde luego, no soportan la risa de aquel a quenpretenden atropellar, a quien atropellan. La risa tiene el poder de sacarles de quicio. En la novela de, Eco, una serie. de asesinatos tienen como origen esta misma intolerancia de la risa. En la. novela de, la realidad, un escritor puede ser asesinado en cualquier momento por el mismo motivo. En mi peque?o anecdotario personal, ese fugaz momento en que sonre¨ª frente a mi agresora fue el instante fugaz, de la victoria. Pero, ciertamente, en el campo de batalla, los d¨¦biles, los atropellados, los indecisos, los que viven en la incertidumbre, no pueden ganar. La risa es et¨¦rea y no mata de forma fulminante. Sin embargo, deja en el aire una nube de sospecha que, de manera imperceptible, va creciendo. ?Qu¨¦ nos queda? Hacer todo lo posible para. que la nube de la sospecha se extienda hasta cubrir el cielo, y que estalle, y que se caiga el techo falso que nos impide ver, la profundidad del universo.
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