La biblioteca de madera
En la Galer¨ªa Marlborough, Manolo Vald¨¦s ha establecido provisionalmente los anaqueles de una biblioteca y los de una colecci¨®n de jarrones griegos. En la biblioteca no hay ni una sola hoja de papel, y los jarrones griegos, aunque repiten esas formas perfectas que parecen siempre ideas puras y no objetos materiales, no est¨¢n hechos de barro, sino de madera, de madera maciza, la misma madera de las estanter¨ªas y de los libros, tallada a la vez rudamente y con delicadeza, barnizada o desnuda, con las huellas evidentes de los instrumentos que la han trabajado, y cuyos nombres me gustar¨ªa mucho saber, porque esas herramientas que hienden y tallan la madera contienen en sus formas tan simples secretos inmemoriales de destreza.Hasta hace poco estuvieron en esa misma sala las grandes esculturas de Leiro, las figuras c¨®mo b¨¢rbaros mascarones de proa o como, troncos de ¨¢rboles o m¨¢stiles tragados por el mar y arrojados luego a una orilla de naufragos. Hab¨ªa una figura que parec¨ªa surgir del pavimento de la galer¨ªa igual que un ¨¢rbol asciende de la tierra, y un magn¨ªfico David con cara de escultura babilonia y apostura de heroicidad arcaica que manejaba no una honda, como el David de la Biblia y el de las estatuas del Renacimiento, sino un tirachinas espa?ol y aldeano, id¨¦ntico a los que usaban hace 30 a?os los chicos m¨¢s gamberros de la calle para cazar p¨¢jaros o romper las bombillas de las esquinas.
Tocar esas figuras de Leiro, seguir con la mirada, y con los dedos las sinuosidades de la madera, percibir su resistencia y su dureza, era aproximarse simult¨¢neamente a dos cosas que parecen siempre ajenas entre s¨ª, la naturalezay las invenciones del arte, la sugesti¨®n primitiva y sagrada de la materia y las sutilezas simb¨®licas de la representaci¨®n. Supongo que la ra¨ªz etimol¨®gica de madera y de materia es la misma: ahora, meses despu¨¦s, en la misma galer¨ªa, vuelvo a encontrar la forma y el tacto y hasta el olor de la madera trabajada, pero me parece que entre aquellas esculturas de Leiro y ¨¦stas de Manolo VaId¨¦s hay como un tr¨¢nsito hacia otros mundos posibles, hacia otra edad de la experiencia humana y del arte, una traves¨ªa abreviada desde el animismo de los ¨¢rboles y de las piedras a la sofisticaci¨®n de los vasos para ofrendas rituales, desde el bosque a la biblioteca y el museo como lugares de la imaginaci¨®n.
La forma pura, la belleza pr¨¢ctica y suprema de las cer¨¢micas griegas es transmutada en madera por Manolo Vald¨¦s, y tambi¨¦n en pintura, en lienzo, en arpillera, en brochazos de ¨®leo, en cuadros que mirados de cerca ofrecen una textura lujuriante de expresionismo. americano y un dramatismo como el de las telas de sac¨® desgarradas y cosidas de Manuel Millares. Pero cuando los seguimos mirando a una cierta distancia poco a poco se transmutan en algo m¨¢s, en figuras de un ilusionismo exacto, un jarr¨®n grandioso, un sombrero de Van Gogh, un gran zapato de mujer, un perfil femenino que recuerda a la vez los perfiles pintados por Picasso, y los del Quattrocento. No s¨¦ si hay ahora muchos pintores, aparte de Manolo Vald¨¦s, que jueguen as¨ª de gozosa y descaradamente con las leyes de la percepci¨®n, que se complazcan tanto en las sabidur¨ªas de los enga?os y las ilusiones que provocan la proximidad y la distancia, en ¨¢ngulo de la mirada, la posici¨®n de quien mira, incluso sus recuerdos, el museo imaginario de sus preferencias. En algunos cuadros, el contraste entre cercan¨ªa y distancia tiene una cualidad de aparici¨®n: se mira un poco atentamente uno de ellos y se ve surgir el retrato de una ni?a con un sombrero de a?os a?os veinte, y lo que de cerca hab¨ªa sido una diatriba desordenada y violenta de manchas de ¨®leo y pliegues y desgarrones de arpillera se convierte en una cara que tiene la melancol¨ªa y la delicadeza, de una foto de hace muchos a?os, la fotograf¨ªa en blanco y negro desle¨ªdo en sepias de una muerta muy j¨®ven. En el arte de la pintura importan o importaban tanto las leyes qu¨ªmicas de los colores como las de la percepci¨®n visual. Un cuadro o una escultura contienen siempre un a pedagog¨ªa de la mirada. Lo que tenemos delante de los ojos importa menos que nuestra manera de mirarlo, que esa ilusi¨®n o esa fracci¨®n de sue?o que el tr¨¢nsito entre la pupila y la conciencia despierta en nosotros. De lejos, los jarrones alineados en las estanter¨ªas de Manolo Vald¨¦s son exactamente jarrones griegos, con su curvatura y su brillo de cer¨¢mica, su majestad arqueol¨®gica, su equilibrio entre la elegancia de la forma exterior y una sugerencia de concavidad en la que siempre hay algo de la sombra, fresca de un pozo. Pero me acerco y sucede una especie de transmutaci¨®n en la que no s¨®lo intervienen mis ojos, sino tambi¨¦n mis manos y hasta mi olfato, porque el barro se convierte en madera y lo hueco en macizo, y las estr¨ªas que rozan mis dedos no son las de la alfarer¨ªa, sino los anillos conc¨¦ntricos del tronco de un ¨¢rbol, las huellas de las herramientas rudas y precisas que tallaron un jarr¨®n en un bloque de madera. Si otros escribimos libros, los atesoramos o los amontonamos, Manolo Vald¨¦s los talla, los organiza, los acumula sobre una pared como un bibliotecario falso, un carpintero de la bibliofilia que al tallar imposibles libros de madera lo que est¨¢ haciendo es celebrar la forma simple y m¨¢gica del libro, que no el menos perfecta que la del jarr¨®n ni menos obstinada que la madera o la piedra: los jarrones y los libros macizos de Manolo Vald¨¦s nos recuerdan que detr¨¢s de la fragilidad del barro y de la fugacidad del papel est¨¢ la persistencia material de las cosas que ennoblecen la vida de los seres humanos, la duraci¨®n y la suprema elegancia de unas pocas formas, la curva de una jarra o el lomo de un libro. En los cuadros de Manolo Vald¨¦s se disfruta con igual intensidad. la pintura y la historia de la pintura. En los vol¨²menes macizos de su biblioteca de madera uno siente una presencia poderosa de enciclopedias, de novelas, de tratados cient¨ªficos y explicaciones eruditas del mundo, de p¨¢ginas impresas en una letra diminuta, tan innumerables como los anillos conc¨¦ntricos en la madera de un gran ¨¢rbol milenario.
Babelia
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