La amarga resistencia serbia a un Sarajevo unido
Desconfianza en los barrios de Grbavica, llidza e Hadzici, que deben pasar a control bosnio
ENVIADO ESPECIALDe las calles empinadas de Grbavica cuelga una ringlera de trapos negros y marrones. Son muros deshilachados por el viento y los meses, una protecci¨®n escasa frente a los francotiradores del otro lado. Desde los pisos altos, se distingue la parte bosnia de Sarajevo. Est¨¢ tan pr¨®xima que se puede palpar la avenida de los francotiradores y a toda la gente que camina en tropel por ella, despreocupada, en medio de un d¨ªa lluvioso y gris. Grbavica es la ¨²nica conquista serbia dentro del casco urbano de la capital. Su m¨¢s preciado trofeo. Un verdadero mordisco en la yugular del s¨ªmbolo, de Sarajevo. Grbavica es un barrio bronco, hosco, sin tiempo ni ganas para el maquillaje o la sonrisa, por el que casi nadie camina de ronda por la calle. No hay corros, r¨ªo hay charlas. S¨®lo personas solitarias, meditabundas y con cara de mala digesti¨®n.
Zoran tiene tan s¨®lo 20 a?os y desea callarse su apellido. Es rubio, largo pelo ensortijado, casi un n¨®rdico. "Soy de aqu¨ª, de Grbavica", protesta raudo ante la duda. Tras los labios y un bigote de barbilampi?o brotan como setas dos caries enormes que ya le han carcomido los incisivos. "Cuando la guerra no conduce a nada, como suced¨ªa ahora, es mejor no seguir, luchando,", afirma. Zoran era hasta hace unos d¨ªas soldado encargado de la defensa de Grbavica. "Aqu¨ª he estado desde el principio", apunta orgulloso, como si eso le diera un derecho de tanteo. "La situaci¨®n era muy mala, la cosa no pod¨ªa seguir as¨ª; la vida era muy dura", admite. Zoran es muy pesimista sobre la futura fuerza de la Alianza Atl¨¢ntica, a la que no considera imparcial. "Al principio de la guerra ¨¦ramos fuertes, hoy los fuertes son los croatas y los musulmanes, y si a eso se le a?aden los miles de soldados de la OTAN equipados con armas poderosas, son m¨¢s fuertes a¨²n. No podemos luchar contra todos ellos".
La guerra ha terminado
Para Sladoje Gavro, que viste, ropa sucia de faena y va desarmado, la guerra ha terminado. No. existe posibilidad alguna de volver atr¨¢s. "S¨ª, s¨ª estoy contento con los acuerdos de Dayton", dice. Sladoje posee un piso en el otro lado de Sarajevo, en la zona bosnia. "No ve, desde hace casi cuatro a?os. "No pienso regresar -a ese piso, ya est¨¢ perdido", exclama. `Si me voy o no de Grbavica depender¨¢ de la, situaci¨®n", asegura con los ojos muy abiertos. "Los croatas, musulmanes y serbios no podemos Vivir juntos...Por lo menos hasta que no pasen diez o veinte a?os".En un portal detr¨¢s de Sladoje, donde hace tan s¨®lo tres d¨ªas pas¨® ufana una manifestaci¨®n orquestada desde Pale; una mujer sin nombre vende viandas en una diminuta tienda. De los tres estantes grandes, dos est¨¢n vac¨ªos. Son restos de un imperio sumergido. Apilados unos contra otros, los tomates disimulan su tama?o raqu¨ªtico y su mal color. Los vende a tres marcos. Hay repollo, cebollas; y poco m¨¢s. Vinos rojos de la regi¨®n de Kosovo, otra de las heridas abiertas. Los bol¨ªgrafos prehist¨®ricos comparten espacio de honor con pilas desnutridas y dos o tres latas de caducidad dudosa.
De Grbavica se viaja hasta Ilidza a trav¨¦s de una angosta carretera abombada que transcurre paralela a las recientes trinchera,,;, que a¨²n echan humo. Una larga talla de robusto hormig¨®n gris evita las sorpresas. En el primer cruce protegido por planchas de hierro, a la izquierda, se gira hacia el ya abierto aeropuerto de Sarajevo. Es zona muy peligrosa. Abundan carteles con el vocablo ingl¨¦s mine (mina) escrito en blanco sobre un fondo rojo.
Los l¨ªmites de la carretera est¨¢n acotados por alambres de espino.Para evitar equivocaciones. Uno, dos y hasta tres controles franceses comprueban las identidades. Cerca del puente, pasadas las instalaciones del aeropuerto, en el demolido barrio de Stup aparece un control serbio. No exist¨ªa antes de las conversaciones de paz de Dayton.Lo han colocado ah¨ª por el mero placer de ganar unos metros. La barrera est¨¢ izada. Los tres habitantes del puesto, tocados con vistosos uniformes azules, mueven ostensiblemente los labios con la mand¨ªbula prieta. Sin duda braman un insulto.Ya en el barrio de Ilidza, la gente muestra muy poco inter¨¦s por hablar. Es esquiva. Sobre todo las mujeres, que se quejan de la ayuda dada a los musulmanes, como les llaman. Darija Jakic es de Hadzici, tiene 23 a?os, y estudia econom¨ªa. En su barrio nadie est¨¢ de acuerdo con el plan de paz acordado en Dayton. Darija dice que "esta paz tiene un gran error: poner todo Sarajevo bajo el control de la federaci¨®n [croata-musulmana]". Y a?ade: "No lo vamos a aceptar. Somos serbios y debemos vivir en tierra serbia bajo protecci¨®n serbia". No desea la protecci¨®n internacional. "Eso no es suficiente, no nos fiarnos". Darija admite que empezar la guerra fue un gran error. Ella, como toda su familia, se ir¨¢ de Hadzici si ese territorio pasa a la Federaci¨®n bosnio-croata.
All¨ª por Hadzici transcurre una de las v¨ªas de acceso a Sarajevo, la que abandona la otrora peligrosa ruta del monte Igman. Desde hace cuatro o cinco d¨ªas, los ni?os de Hadzici han tomado la mala costumbre de apedrear los autom¨®viles de las fuerzas de las Naciones Unidas. Es su diversi¨®n y su manera de protestar. Los mayores les dejan hacer sin una sola rega?ina. Son los instrumentos de su ira.
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