La memoria disecada del elefante
Historia del paquidermo que entr¨® en 1932 en un museo y no sale porque no cabe por la puerta
Un elefante sali¨® un incierto d¨ªa de primavera de 1932 del Jard¨ªn Bot¨¢nico, enfil¨® el paseo del Prado, a su izquierda la fuente de Cibeles, m¨¢s adelante Recoletos, a su derecha la Biblioteca Nacional y, por fin, la Castellana hasta el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Los pocos veh¨ªculos que entonces circulaban por Madrid se detuvieron ante el espect¨¢culo. Los paseantes an¨®nimos quedaron helados y los zo¨®logos, profesionales y aficionados, indignados. Nunca se hab¨ªa visto espect¨¢culo tal en la capital... ?Con dos cojones! Un descuido sorprendente hab¨ªa dotado de test¨ªculos a un mam¨ªfero que la naturaleza tuvo a bien ocultar. Los elefantes los tienen, pero in ternos. ?ste no. La proeza de an dar despu¨¦s de muerto y disecado merec¨ªa una exhibici¨®n en correspondencia a las razones incuestionables de su poder¨ªo. El paquidermo que se acababa de disecar para ocupar el lugar preferente en la sala principal del museo asombr¨®, definitivamente, de forma un¨¢nime.Esta historia, incre¨ªble y cojonuda -adjetivo m¨¢s que justificado, fuera de la exclamaci¨®n castiza-, empieza antes. Un cazador, adem¨¢s duque de Alba, detuvo de un disparo el paso de su mejor trofeo en la segunda d¨¦cada del siglo. La memoria escrita del Museo Nacional de Ciencias Naturales recoge el hecho en una frase: "Fue cazado aqu¨¦l en Stern Jack, Nilo Blanco, Sud¨¢n, el a?o 1913, 11 de marzo". Se trata de un Loxodonta africana.
"Elefante, elefante africano", dec¨ªa y a continuaci¨®n callaba un gu¨ªa de los de toda la vida ante el asombro de los primeros visitantes. "No explicaba m¨¢s, pues nada m¨¢s sab¨ªa, y eso bastaba, porque la cara de incredulidad de la gente a?ad¨ªa el resto", recuerda el bedel decano Bernab¨¦ Vega, que entr¨® a trabajar en el museo- en 1944. Ahora, ya jubilado a sus 63 a?os, se ha convertido en la voz y memoria del magn¨ªfico ejemplar de tres metros y medio de envergadura que preside el sal¨®n principal desde hace m¨¢s de sesenta a?os.
Reflejos del pasado
Sin embargo, el viaje v¨ªa Londres hasta Madrid que hizo la pieza capturada en ?frica gracias a la probada habilidad cineg¨¦tica del noble de marras, no fue el trayecto m¨¢s singular que recorriera despu¨¦s de muerto. Desde unos talleres improvisados en el Jard¨ªn Bot¨¢nico anduvo, pero quieto, hasta el museo sito en los antes denominados Altos del Hip¨®dromo. En sus ojos de cristal, ya perdido para siempre el color de la sabana, se pudo reflejar la imagen de unos antiguos compa?eros de fatiga. Los leones p¨¦treos de la fuente dedicada a la diosa de la Tierra (Cibeles) a buen seguro quedaron helados ante la visi¨®n de tan magn¨ªfico ejemplar ex¨¢nime y rodante (sobre un andamio con ruedas hizo su espectacular caminata).
La segunda vida de este paquidermo, convertido en pieza fundamental y singular del viejo museo antes de su remodelaci¨®n en los a?os ochenta, empieza en el taller habilitado al efecto para el taxidermista Luis Benedito. Tras la entrega de la piel del animal por el notable espa?ol, el fardo de 600 kilogramos de epidermis seca durmi¨® en los desvanes casi veinte a?os.
En 1929, El entonces director de las instalaciones encarga al "naturalizador" -en la jerga t¨¦cnica- el cometido m¨¢s notable de su carrera. Seg¨²n consta en un art¨ªculo de 1933 publicado en la, revista de la Residencia de Estudiantes de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza y firmado por Morales Agancio -"asistente"-: "Se trataba de dar soluci¨®n a un problema inverso al que resuelven los sastres cuando toman las dimensiones de la persona para hacerle un traje; aqu¨ª se dispon¨ªa de una piel que hab¨ªa que adaptar a un cuerpo desconocido".
Dura como el hierro, la epidermis fue reblandecida y raspada hasta hacerla, manejable. Su estado penoso reflejaba el paso del tiempo en el m¨¢s desastroso de los olvidos, adem¨¢s de las huellas de la impericia de los nativos a las ¨®rdenes del de Alba. "Le fue quitada burdamente la piel por los toscos cuchillos de los gu¨ªas y oteadores, no pudiendo evitar los cazadores que los negros, llevados de sus primitivas costumbres, atravesasen a lanzazos la piel por distintos sitios", comenta el asistente.
Se tuvo que construir una pila de cemento de dos por tres metros para las labores de curtido. "Sin embargo, lo m¨¢s dif¨ªcil vendr¨ªa m¨¢s tarde. Hab¨ªa que modelar un elefante de escayola que cuadrara perfectamente con las dimensiones de lo que all¨ª se ten¨ªa", relata el nieto del maestro taxidermista, Jos¨¦ Luis Benedito, que a sus 36 a?os contin¨²a la tradidici¨®n familiar. Por primera vez en Espa?a se iba a utilizar una t¨¦cnica tan novedosa como compleja: la dermoplastia. "Hasta entonces para disecar un animal lo ¨²nico que se hac¨ªa era rellenar como fuera las pieles sirvi¨¦ndose de un armaz¨®n primitivo. Mi abuelo deb¨ªa esculpir un elefante entero y luego poner la piel encima", contin¨²a el descendiente de naturalizadores.
Hasta 1.300.000 espetones alfileres fueron necesarios para sujetando el cuero del paquidermo, seg¨²n el relato del nieto. El cronista de la ¨¦poca rebaja sustancialmente el n¨²mero: "pasaron de 77.000". "Y tanto que pasaron", insiste Benedito. En cualquier caso los dos se muestran de acuerdo con un florido comentario: "Jam¨¢s pudo decirse de novia alguna que estuviera prendida con m¨¢s alfileres".
La t¨¦cnica empleada por los taxidermistas explica tal derroche de herramientas de costura. Para sujetar la piel h¨²meda y adaptarla a la anatom¨ªa esculpida se han de emplear resinas que tardan d¨ªas en secar. "De esta forma, se pueden ir haciendo las correcciones necesarias hasta alcanzar la disposici¨®n pretendida", ilustra el naturalizador que soporta de mala gana la definici¨®n de disecador.
Tres a?os dur¨® la vuelta a la forma, que no a la vida, de la bestia. "En invierno no se pod¨ªa trabajar porque en la sala del jard¨ªn no hab¨ªa estufas", aclara Benedito. Cuando ya hubieron terminado los trabajos, todo estaba dispuesto para reconstruir la senda perdida del elefante. Se desmont¨® una puerta lateral del museo y por all¨ª "entr¨® de culo", dice el bedel. Luego se procedi¨® a reconstruir la pesada entrada de hierro y su suerte qued¨® sellada para siempre. Un altar de exhibici¨®n que se ha convertido en su tumba.
Un total de 9.834 pesetas y 10 c¨¦ntimos cost¨® todo el trabajo, incluido el transporte. En los tiempos que corren la suma habr¨ªa ascendido, seg¨²n el nieto, a cerca de 10 millones de pesetas. Todo queda perfectamente se?alado y reflejado en las cuentas transparentes: desde las 341 pesetas que importaron los 3.450 kilogramos de escayola hasta las ocho destinadas a "propinas".
"En el museo era sin duda la pieza estrella, junto a la jirafa ahora en reparaci¨®n. Los militares de los a?os cuarenta dudaban de que fuera real y todos sin excepci¨®n no se resist¨ªan a arrancar alg¨²n pelo de la cola", dice el bedel. "En cualquier caso", contin¨²a, "lo del rabo es lo de menos: hay una buena colecci¨®n de repuesto". Sobre los colmillos no es tan optimista. Pese a que son postizos -los originales se los qued¨® el duque-, han tenido que soportar una fractura.
"Un compa?ero, bastante guas¨®n, se colg¨® de ellos y fue la suelo con los dientes en la mano", dice Bernab¨¦. Una vez solucionado el problema de los colmillos, la piel ajada por el fr¨ªo y la humedad ha tenido que aguantar recosido tras recosido hasta llegar a su estado actual.
Todos coinciden que el tiempo ha sido bastante injusto con el animal. "Ya todo el mundo est¨¢ acostumbrado a verlos en el zoo o en la tele y, adem¨¢s, un museo moderno tiene que ofrecer otras cosas que animales naturalizados", explica el director de exposiciones, Francisco de Blas. De hecho, los ant¨ªlopes, gorilas o leones ya no acompa?an como en el pasado al inerme elefante. La galer¨ªa m¨¢s noble es desde 1989 la sala dedicada a las exposiciones temporales.
Espectador privilegiado
All¨ª se ha convertido en un espectador de excepci¨®n. ?l ha pasado de ser observado a escudri?ar con asombro todos los secretos de la naturaleza. Presenci¨®, sin importarle en apariencia puesto que no cambi¨® un ¨¢pice su expresi¨®n, la maravilla del mundo de los ¨¢tomos (Expo-fusi¨®n). Tampoco pareci¨® incomodarle figurar al lado de los olores m¨¢s raros, repelentes y atractivos del mundo natural (Por narices). Sobre la prehistoria de los mismos humanos que le dieron caza se mostr¨® m¨¢s que curioso, intrigado. En esta ¨²ltima ocasi¨®n el elefante fue colocado justo en el centro de la sala.
En la ahora en funcionamiento, Al cuerno, se encuentra en la entrada y completamente ajeno a la colecci¨®n de cornamentas. Como si de un recluta sumiso se tratara ha ido pasando del fondo izquierda al fondo derecha pasando por el lugar central y privilegiado, como en los viejos tiempos. Siempre obediente y a la es pera de poder ser integrado o, en ocasiones, tapado "porque no hab¨ªa otra", dice De Blas. En la exposici¨®n de Amada Tierra de dicada a explicar el desarrollo de la vida en los diferentes ecosistemas estuvo a punto de ser con vertido en una mascota gigante. "Pensamos en colocarle unos auriculares gigantes como a la gente que visitaba la exposici¨®n", dice una de las colaboradoras del director.
Completamente excluido de las actividades del museo lo ha sido s¨®lo en contadas ocasiones y cuando esto ha sucedido siempre se ha optado por ocultarlo. No pudo presenciar a las m¨¢s misteriosas y escondidas bestias (Fauna secreta) y se perdi¨® el asombroso muestrario de animales que nadan en las profundidades de los abismos oce¨¢nicos (600 millones de a?os de viaje submarino). Para los responsables no est¨¢ claro si se trata de un problema o una gracia a a?adir al museo. "En cualquier caso no lo podemos mover m¨¢s que hacia adelante o atr¨¢s, pero siempre dentro de esta sala", insiste De Blas.
La ¨²nica soluci¨®n se anuncia ya. El director est¨¢ convencido de que el elefante debe formar parte del museo como s¨ªmbolo. Pronto, su condici¨®n de eterno interino sin plaza se cambiar¨¢ "de forma definitiva". En la entrada, custodiado por dos estandartes, figurar¨¢ de frente y mirando a todo los visitantes que se acerquen a comprar su entrada. Los test¨ªculos hacia el interior.
En 1913, el Museo de Ciencias Naturales a?adi¨® a su denominaci¨®n la palabra Nacional. Ese mismo a?o en ?frica oriental mor¨ªa el elefante que iba a acabar enterrado entre sus muros.
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