Mentiras vividas
Hace unas pocas semanas los peri¨®dicos informaron de una noticia impresionante que, sin embargo, por la falta de comentarios posteriores, pas¨® ampliamente desapercibida o, tal vez, me impresion¨® tan s¨®lo a m¨ª: la guerra de Vietnam se pod¨ªa haber evitado por la sencilla raz¨®n de que el incidente que la provoc¨® al parecer nunca hab¨ªa tenido lugar. El ataque vietnamita con tra fuerzas norteamericanas del d¨ªa 4 de agosto de 1964, que dio oportunidad a la c¨¦lebre resoluci¨®n del Golfo de Tonk¨ªn y en consecuencia a la declaraci¨®n de guerra -bajo el eufemismo de emplear "todos los medios necesarios"- por parte del Congreso, nunca se produjo. A esta conclusi¨®n, tras sospecharlo largo tiempo, hab¨ªa llegado el secretario de Defensa de aquella ¨¦poca, Robert McNamara, despu¨¦s de entrevistarse con el que, 30 a?os antes fue uno de sus m¨¢ximos enemigos, el general VoNguyen Giap.Lo impresionante, en estos casos, es la evidencia, no la presunci¨®n. Podemos presumir que la mayor¨ªa de las guerras -si no todas-, empezando por la de Troya si hace falta, arrancan de la mentira y viven de la mentira. Pero colocadas en la lejan¨ªa se extrav¨ªan en la atm¨®sfera delicuescente del mito o en la frialdad anal¨ªtica de los textos hist¨®ricos. No obstante, a medida que se acercan cionol¨®gicamente a nosotros aumenta la violencia de las percepciones y, cuando por fin es desvelada, nos cuesta entender la estrategia de la mentira en las guerras que han recorrido nuestro siglo. La ¨²ltima de ellas -la ¨²ltima "famosa" porque las an¨®nimas a¨²n se cuentan por docenas-, la de Kuwait, sigue habitando en el purgatorio de nuestra memoria, entre la amplia presunci¨®n de sus falsedades y la todav¨ªa incompleta corroboraci¨®n de las mismas.
Pese a todo la guerra de Vietnam tiene un particular peso simb¨®lico en este ¨²ltimo tercio de siglo y ha formado parte de la educaci¨®n sentimental de varias generaciones. Ello otorga una especial significaci¨®n a esa mentira de origen que ahora se airea: es una mentira que nos concierne directamente, es una mentira vivida, no a trav¨¦s de las m¨¢s o menos err¨¢ticas cr¨®nicas del pasado, sino, por as¨ª decirlo, en carne propia, con adhesiones, creencias, ilusiones o errores estrictamente propios.
Asimismo por eso la noticia es impresionante: porque nos traslada a otras evidencias de mentiras que nos han estallado en la conciencia tras a?os de vaporosas sospechas de al gunos y de ciega fe de otros. Ah¨ª radica una de las grandes virtudes de nuestra ¨¦poca. Aunque no haya aumentado, como predican ciertos incautos, o estafadores, la transparencia con respecto a la verdad s¨ª ha aumentado la transparencia con respecto a la mentira. Ahora uno puede hacerse una idea notablemente ajustada de la enorme cantidad de falsedades que ha ido adquiriendo como certezas. El llamado "mundo de la informaci¨®n" sirve o deber¨ªa servir para eso si efectivamente cumple la pretensi¨®n de ser formativo.
Ya que, en efecto, nada hay mejor para nuestra formaci¨®n que llegar a tener una noci¨®n, aunque sea aproximada, de las mentiras que hemos ido acumulando y por las que, en ocasiones, hemos apostado tranquilamente el alma. Pero es un tipo de formaci¨®n dif¨ªcil de emprender porque nos resistimos a admitir la oscuridad de lo que hab¨ªamos tenido por luz o, en una operaci¨®n todav¨ªa mas cobarde, iluminamos lo tenebroso con focos que deslumbren nuestra mirada sobre el pasado inmediato.
El fin de la fe, de toda fe, proporciona territorios de crueldad dif¨ªciles de aceptar, pues, cuando se desmorona la fortaleza de las verdades seguras, nos sentimos m¨¢s libres pero tambi¨¦n m¨¢s desamparados. Ello, cierto en nuestras propias vidas, resulta espectacular cuando nos enfrentamos, ya sin la carga de las falsas certezas, a los hechos hist¨®ricos que nos ha tocado vivir. ?Cu¨¢ntas veces aquello que nos fascin¨¦ ahora nos repugna: aquel credo ideol¨®gico, moral o pol¨ªtico del que en mayor o menor medida participamos y ahora nos llena de verg¨¹enza? Nuestra ventaja es que actualmente se dan los mecanismos que nos informan de las fuentes de nuestro fanatismo o nuestro error. Podemos saber hasta qu¨¦ punto fuimos c¨®mplices, involuntarios o no, de acontecimientos siniestros o doctrinas totalitarias, bajo la excusa de obedecer a verdades indiscutibles Cuando la guerra de Vietnam formaba parte de nuestra educaci¨®n sentimental coloc¨¢bamos fronteras entre el bien y el mal que, luego, se han ido disipando sin remedio. Con la perspectiva de los a?os transcurridos todo aparece fantasmag¨®rico como fantasmag¨®rico fue, seg¨²n se nos dice ahora, el incidente del Golfo de Tonk¨ªn. Las im¨¢genes se superponen mezcl¨¢ndose los h¨¦roes con los asesinos y las creaciones paradisiacas con las peores destrucciones. Cuando vi las siniestras im¨¢genes del exterminio de las ni?as chinas, recientemente emitidas por la televisi¨®n, no pude superponerlas con otras im¨¢genes, guardadas en la memoria, de j¨®venes que coreaban el nombre de Mao-TseTung como profeta del inminente futuro. No es, desde luego, un caso aislado: muchas otras veces me he visto empujado a realizar una operaci¨®n semejante, combin¨¢ndose borrosamente las im¨¢genes de los para¨ªsos convertidos en infiernos. Si bien con menos dramatismo tambi¨¦n el alud informativo acerca del fin del franquismo induce a la fantasmagor¨ªa: no s¨®lo nada se produjo como estaba previsto por unos y otros sino que todo se produjo por un imprevisto, aunque astuto, juego de prestidigitaci¨®n. No deja de ser ir¨®nico y aleccionador pensar que aquel paisaje del final de la dictadura que uno cre¨ªa haber habitado era un paisaje equivocado y que, en realidad, el verdadero paisaje es el que 20 o 30 a?os despu¨¦s, ahora nos ha sido dibujado. Tambi¨¦n aqu¨ª las im¨¢genes se superponen, dejando en la retina la impresi¨®n de las mentiras vividas.
En todo esto hay, sin embargo, una lecci¨®n muy ¨²til: cuando reparamos en las falsedades que hemos asumido como cimientos s¨®lidos de nuestra existencia nos estamos asomando a la esencia de la Historia. Las mentiras vividas, con las que ciegamente hemos construido el presente, son un leve fulgor en comparaci¨®n con la gran hoguera del enga?o en la que se han consumido las verdades del pasado.
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