Pasionaria: memoria personal
El autor evoca a Dolores Ib¨¢rruri a trav¨¦s de sus art¨ªculos period¨ªsticos, sus intervenciones parlamentarias, sus arengas a los milicianos o sus mensajes radiof¨®nicos.
Ya comenzado 1936 y legalizado Mundo Obrero, Dolores, que viv¨ªa muy cerca de la Redacci¨®n en la calle de Galileo, ven¨ªa algunas ma?anas al peri¨®dico. A lo mejor tra¨ªa alg¨²n art¨ªculo: "Si os parece, lo public¨¢is sin firma, como editorial". Daba lo mismo; sin firma o con ella, el estilo era ya inconfundible: el que ha ido configurando el im¨¢n de su palabra y la magia de su voz morada: las ¨²nicas, las temibles y tambi¨¦n arrebatadoras armas del largo camino de su lucha.Precisamente, una de aquellas ma?anas celebramos en la Redacci¨®n la puesta en libertad de Dolores y comentamos que el director de la prisi¨®n de mujeres de Las Ventas era Manuel Machado. "No parece la ocupaci¨®n m¨¢s adecuada para un poeta", opinaba Dolores.
Ya en febrero de 1936, victorioso en las urnas el Frente Popular, no es posible detener a Pasionaria. Es ella la que va a Oviedo (uno debi¨® acompa?arla en ese viaje, pero exigencias period¨ªsticas lo impidieron) A abrir las puertas de la c¨¢rcel a los represaliados de la insurrecci¨®n minera del octubre asturiano.
Se ha escrito mucho sobre la intervenci¨®n parlamentaria de Dolores en junio de 1936. Pero es que uno estaba all¨ª, en la tribuna de prensa, cuando Mart¨ªnez Barrio anunci¨®: "Tiene la palabra la se?ora Ib¨¢rruri". Y en lo alto de los esca?os de la izquierda una mujer erguida, acusadores el adem¨¢n y el gesto, ha soltado los tigres de su voz: "Y si hay generalitos reaccionarios que se levantan contra el poder del Estado, tambi¨¦n hay soldados del pueblo que saben meterlos en cintura". La C¨¢mara es un clamor. Los periodistas corremos a las cabinas de los tel¨¦fonos. El viejo ujier, curado quiz¨¢ de los picos de oro incluso castelarinos, me dec¨ªa: "Corno esto no se hab¨ªa visto nunca, se lo digo yo..."
Ya es julio de 1930, ya los "generalitos" se han sublevado contra el poder del Estado. Esa noche, la del 19 de julio, uno tambi¨¦n estaba all¨ª cuando desde los micr¨®fonos de Uni¨®n Radio, instalados en el sal¨®n Canalejas del caser¨®n ministerial de la Puerta del Sol, Augusto Fern¨¢ndez, el locutor, resum¨ªa. "Han escuchado ustedes..."
Lo que hab¨ªa escuchado Madrid, lo que saltar¨ªa mares y monta?as, tiempo y distancia, lo que ser¨ªa el grito de todos los pueblos agredidos en su libertad era el "no pasar¨¢n" de Pasionaria.
Era tambi¨¦n lo que dec¨ªan los milicianos al verla aparecer en los frentes. Llegaba siempre (un poco como la hermana mayor o la madre joven) con su blusa y su falda negras, jam¨¢s con el mono miliciano, nunca una pistola al cinto ni un fusil en las manos. ?Para qu¨¦? Si ella con una arenga pod¨ªa mandar al combate a una divisi¨®n. Si ella con una frase pod¨ªa poner en pie a todo un pueblo. Si ella est¨¢ encarnando la resistencia de la Espa?a republicana a la agresi¨®n fascista. Los telegramas de la solidaridad internacional, como aquel de los artistas de Hollywood, encabezados por Charles Chaplin, van dirigidos a ella "como s¨ªmbolo de la justa lucha del pueblo espa?ol contra el fascismo" o algo as¨ª. Pasionaria es ya el s¨ªmbolo , el mito que cantan los poetas y estudian los historiadores. Y fascina a los pueblos. Y queda en la historia.
Despu¨¦s... Ya siempre despu¨¦s. En el oto?o de 1939 reencuentro a Dolores en Mosc¨². Ella, con Jos¨¦ D¨ªaz, entonces secretario general del PCE, pertenece a la ejecutiva de la c¨¢tedra y la catedra del marxismo-leninismo y, sobre todo, stalinismo, la Komintern. Uno est¨¢ all¨ª desempe?ando una vaga actividad period¨ªstica. All¨ª, en su despacho oficial, rodeada de Lenines y Stalines iconogr¨¢ficos, charl¨¢bamos a veces. De Espa?a, tan cerca, tan lejos; de su Gallarta natal (ahora tiene en ella una estatua, descubierta en estas fechas del centenario), de la guerraza mundial que ven¨ªa... Irene Falc¨®n estaba, a lo mejor, subrayando alg¨²n art¨ªculo de Pravda. Sonaba el tel¨¦fono. Alguna reuni¨®n importante con Dimitrov, el legendario jefe de la Komintern. y otros kominterianos de los que hab¨ªan estado en la guerra de Espa?a. O quiz¨¢ llamaba a Rub¨¦n. Todo, dentro de un orden, el orden de aquel par¨¦ntesis del exilio, normal. Hasta que en junio de 1941 se rompi¨®. La guerra otra vez. Y otra vez Dolores, esta vez en el estadio D¨ªnamo, de Mosc¨², arengando a los voluntarios espa?oles que forman la 4? compa?¨ªa de una unidad especial del Ej¨¦rcito rojo. Es, otra vez, la "no pasar¨¢n" que todos repiten. Como quiz¨¢ gritara un a?o despu¨¦s el teniente Rub¨¦n Ruiz Ibarruri, al frente de sus muchachos, al caer en la defensa de Stalingrado.
Y llega, ya sabemos, la victoria. Y llega la paz. Y la esperanza, todav¨ªa s¨®lo la esperanza, en la raya de los Pirineos.
Hasta aquel d¨ªa de mayo de 1977. Han pasado casi 40 a?os: los del exilio (todos los viajeros m¨¢s o menos famosos que pasan por Mosc¨² no quieren irse sin ver, sin o¨ªr, a Pasionaria; ella sigue siendo el mito nacional), los a?os de la lucha por el derecho de volver, por la reconciliaci¨®n, por la libertad: el mensaje de Pasionaria en su peregrinar por la geograf¨ªa del mundo a trav¨¦s de los micr¨®fonos de Radio Espa?a Independiente o de Radio Mosc¨². Era, dec¨ªamos, mayo de 1977. Exactamente el d¨ªa 13. Yo volv¨ªa desde Mosc¨² en el mismo avi¨®n que Dolores, Amaya, su hija; Irene Falc¨®n. Vol¨¢bamos ya sobre los campos, sobre los puentes, sobre los techos de Madrid. Yo hab¨ªa pasado al saloncillo donde estaba Dolores.
"Me faltaba Espa?a", dec¨ªa, y casi le temblaba la voz al decirlo.
Ahora, estos a?os, este tiempo, estas fechas de evocaci¨®n de su presencia estelar en la memoria hist¨®rica, sentimos c¨®mo a Espa?a le hac¨ªa falta ella.
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