El regreso del tiempo
Esta semana ha muerto un poeta, ?ngel Crespo. Como Basilio Losada y corno Eduardo Naval, entre otros esforzados espa?oles, Crespo quiso devolverle a la cultura portuguesa el prestigio hondo que se merece. Ninguno ha conseguido del todo su prop¨®sito y por supuesto ya Crespo no ver¨¢ m¨¢s el fruto de su esfuerzo. Ha regresado al tiempo. Y tampoco ha visto c¨®mo le quer¨ªan los que ahora le despiden desde las secciones necrol¨®gicas que habitan en todas las secciones culturales del mundo.Dicen que uno, de los problemas de morirse es no asistir a esos elogios posteriores, pero ese final del tiempo tiene, entre otros defectos fatales, ese que seguro que a muchos creadores -a mucha gente- molestar¨ªa tan agudamente como la propia muerte. Pero Crespo no estaba en esa categor¨ªa avizora del que siempre espera el halago, para seguir andando. M¨¢s bien era un hombre indiferente a ese contexto de premios y castigos en que alguna vez llega a convertirse para todo el mundo la vida que vivimos.
Crespo ten¨ªa una pipa muy bella, curvada, y unos ojos acuosos hermos¨ªsimos, y tambi¨¦n tristes, como los de tantos poetas que hemos visto, como los de Neruda, por decir uno; el otro d¨ªa, este cronista estuvo viendo las fotos de Borges en la biograf¨ªa que ha publicado. Marcos-Ricardo Barnat¨¢n en Temas de Hoy, y nos fijamos en sus ojos: de joven, cuando a¨²n ve¨ªa, eran ojos asombrados e inquietos, como si a lo lejos vieran un enemigo, mientras ya de viejo, cuando nosotros mismos pudimos conocerle, sus ojos eran los de un anciano tranquilo que parec¨ªa mirar hacia adentro, una de las formas que tiene el tiempo de regresar con su indiferencia. Los ojos de Crespo eran inquietos, pero tambi¨¦n sabios, un poco p¨ªcaros, buscando siempre alrededor la presencia de la multitud de sus amigos.
?Por qu¨¦ esta gente se enamor¨® de Portugal? A nadie debe extra?arle, claro, porque Porugal, su cultura, su gente, su paisaje, el viaje al que nos invita, es un pa¨ªs maravilloso, pero algo hay en ese empeciamiento de gente como Losada, Crespo o Naval para seguir insistiendo, porque el ¨¦xito que han tenido entre nosotros es bastante escaso si se tiene en cuenta la magnitud de la cultura a la que est¨¢n tratando de atraernos. Pero esa indiferencia espa?ola hacia el pa¨ªs vecino es ya una enfermedad cr¨®nica y tambi¨¦n un error moral, una manera de manifestar Espa?a hasta qu¨¦ punto le trae sin cuidado lo que es la ra¨ªz de su propia vida. La nuestra es una cultura insular, cada d¨ªa m¨¢s ef¨ªmera e insularizada, una cultura que no tiene en cuenta ni el patrimonio ni su hondura, y que en ese viaje hacia la nimiedad que ahora nos ha hecho sentirnos el ombligo del mundo tiene en su relaci¨®n con la cultura extranjera su problema mayor. La agente literaria Carmen Balcells les regala a sus visitantes un jab¨®n venezolano que llaman Cariaquito morao, que debe ponerse en el ombligo para evitar malos augurios. Pues al ombligo espa?ol tambi¨¦n hay que ponerle Cariquito morao.
Una vez, Basilio Losada, que ahora acaba de recuperarse de una grave operaci¨®n en la vista, viajaba en un avi¨®n a Barcelona, desde Galicia, su tierra; no s¨¦ qu¨¦ incidente se produjo en el aparato que el poeta y traductor fue abocado a tomar los mandos del avi¨®n, y lo hizo con la suavidad con que trata los versos ajenos, y hasta tal punto se sinti¨® seguro que termin¨® dando a los pasajeros una vuelta tur¨ªstica ,por Barcelona.Probablemente es una de esas historias ap¨®crifas como las que cuenta de otros su paisano Carlos Casares, el mejor narrador coral de Espa?a despu¨¦s de la muerte de Cunqueiro. Eduardo Naval es protagonista de an¨¦cdotas mucho menos estrafalarias, porque en el fondo de su alma es a¨²n un poeta t¨ªmido e ingenuo al que probablemente tener un avi¨®n en las manos se le antojar¨ªa tan peligroso como abrazar el universo. Pero igualmente tiene, como Crespo, como Losada, esos ojos asombrados de los poetas que regresan del tiempo y luego ven, sobre la tierra, esta especie de mezquindad reiterativa que renuncia a creer del todo en lo que ellos aman tan profundamente. Son gente maravillosa, estrafalaria empe?ada en decir fuera de la raya que nos separa que Portugal no est¨¢ a la espalda, sino delante.
Son como los existencialistas que ve¨ªa en Lisboa la reina de los ingleses: se empe?an en existir en medio de la indiferencia general. Un d¨ªa lleg¨® Isabel II a la capital portuguesa y se extra?¨® de ver tantas chabolas en el entorno de la ciudad; el edec¨¢n que le acompa?aba le explicaba:
-Majestad, son existencialistas.
Harta su majestad de recibir igual respuesta todo el rato, pregunt¨® finalmente:
-?Y por qu¨¦ son existencialistas?
-Porque se empe?an en existir.
Ya ?ngel Crespo no podr¨¢ circular por Espa?a con la literatura portuguesa bajo el brazo, empe?ado en que exista entre nosotros, pero aqu¨ª quedar¨¢ su ejemplo tranquilo, su testimonio de poeta necesario, y tambi¨¦n esa tristeza ¨²ltima que parec¨ªa dejarle adivinar c¨®mo se regresa definitivamente del tiempo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.