"Pongan ropa limpia cada d¨ªa para mi marido muerto"
Un 2% de las personas que han perdido alg¨²n ser querido tiene que recurrir a la ayuda psiqui¨¢trica
La reina Victoria de Inglaterra sigui¨® ordenando que dejaran preparada ropa limpia junto al lecho de su esposo fallecido. En ?Qui¨¦n teme a Virginia WooIf?, de Edward Albee, marido y mujer hablan del hijo muerto como si siguiera vivo. A comienzos de mes, un hombre de un pueblo burgal¨¦s, ante la noticia de que le iban a traer a su madre, enferma terminal, a morir a casa, no pudo resistir el impacto e intent¨® darse un tiro en la cabeza; apunt¨® mal, pero se destroz¨®, la cara; asustado tanto por la idea de la muerte como por el qu¨¦ dir¨¢n de sus vecinos, huy¨® al monte, donde d¨ªas despu¨¦s le localiz¨® la Guardia Civil en una cueva.Son aproximaciones desequilibradas a la muerte, la propia y la ajena. Un asunto dif¨ªcil de hablar, de trasladar desde la emoci¨®n ¨ªntima a la frialdad de una exposici¨®n p¨²blica, pero que esta semana fue abordado en la Universidad Aut¨®noma de Madrid en el seminario El sentido de la vida, organizado por el departamento de Sociolog¨ªa de la Facultad de Econ¨®micas. De ello hablaron Margaret Kiely, estadounidense, catedr¨¢tica de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica de la Universidad de Montreal, experta en terapia de dolor, que ahora realiza una investigaci¨®n con los supervivientes de suicidios, y ?ngeles Toharia, espa?ola, doctora en Psicolog¨ªa Cl¨ªnica en el hospital de la Universidad McGill (Montreal) y especialista en terapia familiar e infantil.
Para Kiely, la principal ayuda que presta la religi¨®n es ofrecer el ritual de la transici¨®n, el p¨¦same, el funeral, la reuni¨®n de familiares y amigos. "Necesitamos los ritos de paso", subraya. Y ve en el proceso de secularizaci¨®n de la sociedad, que trae la p¨¦rdida de ese ceremonial, uno de los factores que pueden incidir m¨¢s negativamente en la asunci¨®n de la p¨¦rdida de los seres queridos. Cuenta que Norteam¨¦rica se ha caracterizado por ser una sociedad que rechaza la muerte, la oculta, no quiere hablar de ella, la disimula y olvida; pero ahora, como con tantas cosas, la ha puesto de moda, y trata de exprimirla con la constante publicaci¨®n de libros, de acotarla y definirla, de hacer digerible la muerte para el consumo del ciudadano: "Se ha puesto de moda", dice. "Intentan saber c¨®mo debe ser el duelo, si hay que hacerlo o no, cu¨¢nto debe durar. La velocidad con que se vive casi ha llegado a imponer el l¨ªmite de tres semanas para el duelo". Habla Kiely de la tendencia norteamericana a considerar la pena -si excede m¨ªnimamente de una serie de convenciones-como algo patol¨®gico, que necesita ayuda psiqui¨¢trica. Kiely ha llegado a la conclusi¨®n de que s¨®lo el 2% de las personas cae en lo psicopatol¨®gico, el resto puede sobrellevar la p¨¦rdida con la ¨²nica pero b¨¢sica ayuda de familia y amigos. "Pese al movimiento tanatol¨®gico en Norteam¨¦rica, la inmensa mayor¨ªa de la gente nunca ha necesitado ayuda profesional", dice Kiely. Incluso cree que en ciertos casos puede ser contraproducente. ?ngeles Toharia a?ade: "El principal ant¨ªdoto contra la pena es poder compartirla. Como dice un proverbio sueco, la alegr¨ªa compartida es doble alegr¨ªa y la pena compartida es media pena".
Kiely explica que no pasar por ese ritual del tr¨¢nsito puede acarrear problemas mayores, que afloran a largo plazo. Y trae a la conversaci¨®n a una de sus pacientes: "Una mujer vino a mi consulta porque ten¨ªa una constante sensaci¨®n de depresi¨®n, un sentido de estar perdiendo permanentemente algo. Con el tiempo, se hab¨ªa dado cuenta de que la causa de muchos de sus problemas radicaba en la muerte de su padre, cuando ten¨ªa cuatro a?os. Nunca le hab¨ªan explicado lo sucedido ni particip¨® en el funeral, y adem¨¢s, inmediatamente despu¨¦s de la muerte, la trasladaron a otra ciudad. Para ella, su padre hab¨ªa simplemente desaparecido. La separaci¨®n y la p¨¦rdida emergieron, con todas sus consecuencias, cuando ya era adulta".
Muchas personas son entrenadas para ser ganadoras en la vida, cuando se debiera aprender a perder y a separarse. "La muerte es la p¨¦rdida definitiva, pero en general la vida es un proceso de p¨¦rdida", dice Kiely. "Perdemos cosas todos los d¨ªas, desde ideales a amigos y personas amadas. Todo compromiso implica, tarde o temprano, una p¨¦rdida. Es el precio". El poeta Robert Browning escribi¨®: "Es la muerte la que aviva la vida". En ello coinciden Kiely y Toharia. La muerte, la propia y la de los dem¨¢s, es la que da llama a la vida.
Para Toharia, "si la muerte, su realidad f¨ªsica, nos hace perder y destruye, la idea de la muerte y el duelo nos salvan, intensifican la vida. Un encaje equilibrado es para ambas psic¨®logas s¨ªntoma de salud mental: "Podemos honrar a nuestros muertos queriendo a nuestros vivos, empezando tal vez por los m¨¢s j¨®venes y los m¨¢s ancianos, los m¨¢s vulnerables, pero sobre todo los que m¨¢s vinculan nuestro presente con nuestro futuro y pasado d¨¢ndole sentido". ?sa es la terapia que recomienda Toharia: "La pena por una p¨¦rdida puede abrir las puertas a una intimidad perdida, a expresar sentimientos, a comprender muchas cosas y aprender otras. Un padre me cont¨® que, tras perder a su hijo m¨¢s peque?o, se dedic¨® con m¨¢s intensidad a los otros dos, reduciendo sus horas de trabajo.
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