El voto de los rusos
Desde el 17 de diciembre, el Partido Comunista de Guennadi Ziuganov es el primer partido de Rusia. Los sondeos ya lo hab¨ªan anunciado desde hace meses, lo que ha anulado el efecto sorpresa aunque no su valor simb¨®lico. Fue necesario un largo proceso ante el Tribunal Constitucional para que este partido fuera legalizado en 1992, y en ese momento nadie hubiera apostado un kopeck por sus posibilidades de incidir en un futuro pr¨®ximo en las elecciones. Guennadi Ziuganov, de 51 a?os, un modesto apparatchik del PCUS, asumi¨® la dura tarea de presentar su partido a las elecciones de 1993. La mayor parte de sus camaradas estaban entonces a favor de la abstenci¨®n, pero ¨¦l afirmaba "la pr¨®xima vez ganaremos".El PC no asume toda la herencia del PCUS y evoca el recuerdo de la pasada grandeza nacional con mucha m¨¢s frecuencia que las ideas de la revoluci¨®n de octubre de 1917. Ziuganov, un aburrido orador, exalta la memoria de Alexis Stajanov, h¨¦roe del trabajo socialista, de Yuri Gagarin, primer cosmonauta de la historia, y, claro est¨¢, del mariscal Jukov, vencedor de la gran guerra patri¨®tica. Las masas han escuchado este discurso con una simpat¨ªa creciente dado que no cuestionaba ni la democracia ni el pluripartidismo, ni incluso la econom¨ªa mixta, y s¨®lo atacaba el capitalismo salvaje.
Viendo que el mensaje de Ziuganov calaba en la opini¨®n, Bor¨ªs Yeltsin sali¨® de su reserva en primavera declarando que "no permitir¨ªa que ganaran los comunistas", lo que hizo pensar que anular¨ªa o pospondr¨ªa las elecciones. Despu¨¦s, 48 horas antes de la apertura de las urnas, dirigi¨® un mensaje radiotelevisado a la naci¨®n en el que habl¨® de los 70 a?os del r¨¦gimen sovi¨¦tico, del gulag y la miseria, para terminar prediciendo que "la victoria comunista desembocar¨¢ en una nueva guerra civil". El general Alexandr Korjakov, jefe de la guardia pretoriana presidencial, advirti¨® despu¨¦s a los rusos que si votaban comunista su presidente renunciar¨ªa a presentarse a las elecciones presidenciales de junio del 96 y les abandonar¨ªa a su suerte. Fue demasiado para algunos electores indecisos.
"Cuando oigo a Yeltsin asegurar que no permitir¨¢ esto o aquello, que no cambiar¨¢ su pol¨ªtica sea cual sea el veredicto de las urnas, tengo la impresi¨®n de que el que habla es el secretario general regional del PCUS de SverdIovsk y no un presidente democr¨¢ticamente elegido", me dice un amigo moscovita. Otro precisa que el lenguaje de Bor¨ªs Yeltsin es claramente m¨¢s "comunista" que el de Guennadi Ziuganov. Otros explican las intervenciones del presidente ruso por su animosidad personal hacia el l¨ªder del PC. Los dos han vivido mucho tiempo en el mismo edificio del comit¨¦ central en Mosc¨² y han bebido m¨¢s de una botella de vodka juntos antes de enfrentarse. Pero m¨¢s all¨¢ de estos elementos personales, el comportamiento del Kremlin da muestras de que la nueva ¨¦lite, encerrada en la cumbre del poder, ha perdido completamente el contacto con la realidad y no ha comprendido que, con su voto, los rusos expresaban el balance de la gesti¨®n de Yeltsin y no lo que opinaban acerca del antiguo r¨¦gimen sovi¨¦tico. Un balance tan poco brillante que incluso el partido de VIad¨ªmir Zhirinovski, desacreditado a causa de su conducta en la Duma, ha obtenido el 11,5% de los sufragios, superando al partido gubernamental, Nuestra Casa Rusia. A pesar de sus payasadas, Zhirinovski sabe ocupar el espacio pol¨ªtico, y adem¨¢s disfruta de una enorme financiaci¨®n para su campa?a electoral. ?Qui¨¦n le paga? Me han respondido que sobre todo los "j¨®venes lobos" del nuevo business, que ya son ricos, pero aspiran a alcanzar el nivel de los grandes hombres de negocios ligados al Kremlin.
Sea lo que sea, el gran perdedor de la batalla electoral es, sin duda, V¨ªktor Chernomirdin, el primer ministro que, a petici¨®n de Bor¨ªs Yeltsin, cre¨® el partido del r¨¦gimen. Fij¨¢ndose poco en el contenido de su lista, autodenominada centrista, confi¨® el primer puesto a Nikita Mijalkov, un director de cine de talento, pero tan irresponsable en pol¨ªtica como Zhirinovski. Esa elecci¨®n ilustra muy bien la intenci¨®n de Chernomirdin de seducir a los electores: necesitaba muchas celebridades y, evidentemente, mucho dinero para hacer publicidad en las calles y en la televisi¨®n. Aunque la ley electoral, votada por la Duma, limita los gastos electorales de cada candidato, el primer ministro actu¨® como si no fuera con ¨¦l. Hizo venir, a golpe de millones de d¨®lares, a grupos de rock occidentales e incluso a Claudia Schiffer, que hizo un desfile de modelos en el hotel Rossia. ?Pensaba de verdad que a un pa¨ªs en el que el salario m¨ªnimo no supera las 8.750 pesetas mensuales y en el que m¨¢s de un tercio de la poblaci¨®n vive por debajo del nivel de pobreza le pueda apasionar la alta costura?
Chernomirdin se neg¨® a tener un debate televisado cara a cara tanto con Guennadi Ziuganov como con Grigori IavIinski, contrincante del campo liberal. Muy seguro de s¨ª, se mostraba convencido de llegar el primero en la carrera electoral, a pesar de que los sondeos no le daban m¨¢s que el 12% de los sufragios (ha obtenido un poco menos, el 9,5%). En 1993, este hombre m¨¢s bien tosco, de escasa sonrisa, tuvo la idea de proceder a un cambio de moneda en periodos muy breves para atar corto a los especuladores. Fue una cat¨¢strofe. V¨ªktor Chernomirdin, que reconoci¨® el fiasco, se content¨® con decir: "Quer¨ªamos hacerlo lo mejor posible, pero el resultado ha sido el de costumbre". Una broma amarga que tambi¨¦n se puede aplicar a la suerte que ha corrido su lista el 17 de diciembre.
En una democracia, un Gobierno que no tiene la confianza del cuerpo electoral, pierde su legitimidad. No puede permanecer en el poder apoy¨¢ndose en el 9,5% de los sufragios y proseguir con una "pol¨ªtica de reformas" que empobrece a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Antes del escrutinio, todas las televisiones occidentales, empezando por la CNN y la BBC, multiplicaron la emisi¨®n de reportajes por los cuatro confines de este inmenso pa¨ªs. En todos lados encontraron un cuadro terrible: f¨¢bricas privatizadas que no funcionan y gente desesperada por la dificultad de vivir o sobrevivir. La BBC fue al pueblo natal de Bor¨ªs Yeltsin e incluso all¨ª muchos declaraban su intenci¨®n de votar a los comunistas. La presentaci¨®n siempre fue objetiva, al estilo anglosaj¨®n, pero ninguna de esas prestigiosas cadenas ha subrayado la responsabilidad de Occidente en el desastre ruso. Hay que saber que el Banco Mundial da cada semestre miles de millones de d¨®lares al Gobierno ruso, verificando minuciosamente que lleva una pol¨ªtica presupuestaria conforme a los criterios del Fondo Monetario Internacional. Incluso suponiendo que Chernomirdin quisiera hacerlo "lo mejor posible", como le gusta decir, teniendo en cuenta la terrible fractura social, los que le dan los cr¨¦ditos en Washington no se lo permitir¨ªan.
Y eso no es todo. En lugar de iniciar a los rusos en el dif¨ªcil arte de la privatizaci¨®n, los occidentales han sido los primeros en aprovecharse de los acuerdos a puerta cerrada, sin ofertas p¨²blicas, sin que se sepa bien qui¨¦n vende qu¨¦ y a t¨ªtulo de qu¨¦. As¨ª es como Philip Morris acaba de comprar en Krasnodar una gran f¨¢brica de cigarrillos aprovech¨¢ndose del favor de Vlad¨ªmir Chumeiko, presidente del Senado, a quien en Mosc¨² ya no llaman Vlad¨ªmir Nikolaievich, sino Philip Morrissovich. "?A qui¨¦n pertenece Loukoil, la mayor compa?¨ªa petrol¨ªfera privatizada?", pregunt¨¦ a Yuri Glaziev, uno de los principales economistas del pa¨ªs. "Nadie lo sabe, excepto quiz¨¢ Chernomirdin, que no lo dir¨¢", me respondi¨®. Cuando las cosas han llegado a este punto, ?hay que asombrarse de que los rusos expresen su rechazo votando a la oposici¨®n, y seguir exigiendo que contin¨²e la "pol¨ªtica de reformas" en Rusia?
El Partido Comunista no ha gastado un duro en publicidad televisiva, se ha apoyado ¨²nicamente en la fuerza de su organizaci¨®n. Su resultado ha probado la eficacia de esta estrategia. El Congreso de los Comunistas Rusos (KRO) ha sufrido un rev¨¦s a pesar de los esfuerzos del carism¨¢tico general Alexandr L¨¦bed, quien ha sido ampliamente elegido en la circunscripci¨®n de Tula. Ahora se empieza a pensar ya en alianzas para las elecciones presidenciales de junio del 96, y seg¨²n los expertos rusos: "L¨¦bed s¨®lo puede ganar si une su carisma a la potente organizaci¨®n de Ziuganov". Es una idea un poco precipitada, y adem¨¢s no tiene en cuenta las ambiciones de Ziuganov. En Rusia, la elecci¨®n presidencial es a dos vueltas, y cada uno querr¨¢ probar suerte, incluido, naturalmente, Bor¨ªs Yeltsin.
Mientras tanto, en la nueva Duma la oposici¨®n ser¨¢ m¨¢s fuerte y m¨¢s decidida que en la precedente. Es probable que la presidencia la asuma un dirigente comunista y que sea menos t¨ªmido que su predecesor Iv¨¢n Rybkin, uno de los grandes perdedores de la elecci¨®n del pasado domingo. Rybkin ten¨ªa miedo del Kremlin, pues se acordaba del bombardeo del S¨®viet Supremo en 1993, del que se salv¨® por los pelos. Pero las cosas han cambiado: a pesar de sus intransigentes declaraciones, Yeltsin tendr¨¢ que ponerse de acuerdo con la Duma para evitar un nuevo pulso entre el Ejecutivo y el Legislativo. La clase dirigente rusa est¨¢ muy dividida tras un fracaso electoral cuya amplitud no hab¨ªa previsto. Siente que si contin¨²a sus "reformas" corre el riesgo de perderlo iodo. Pero para hacer otra pol¨ªtica, Rusia tiene necesidad de otro primer ministro, y dentro de seis meses, de otro presidente m¨¢s atento a los deseos de justicia e igualdad social expresados por los rusos.
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