La facilidad de ser le¨ªdo
Tuvo de los polemistas de la belle ¨¦poque el br¨ªo del articulista que va directo al coraz¨®n del asunto, como el comensal que despedaza un crust¨¢ceo con las tenazas para saborear su fina carne. En sus novelas y sobre todo en sus libros de memorialista, asoma el ejemplo congestionado del incomparable Daudet junior y una pasi¨®n por la historia contagiada m¨¢s de la trepidaci¨®n de Los tres mosqueteros que del tedio de las aulas. N¨¦stor Luj¨¢n aprendi¨® con buenos maestros la facilidad de ser le¨ªdo, el arte del retratista literario y el don vers¨¢til que le convert¨ªa en Pickwick o en cronista del tiempo perdido, como en sus memorias epis¨®dicas de los a?os cuarenta y cincuenta.Comi¨® gozosamente, para compartir con sus lectores las instrucciones del se?or de Talleyrand a su cocinero. Como gourmet de papada prodigiosa, el escritor tambi¨¦n cocina sus novelas con todos los requisitos de una salsa capaz de desdoblarse en sucesivos sabores: fue as¨ª su conocimiento del Madrid de los Austrias o la vocaci¨®n de se?or de Barcelona.
Cuando a finales de los ochenta cata el oficio de novelar, puede hacer su deb¨² con una memoria infatigable para el dato hist¨®rico y da cuerpo a novelas como Por ver mi estrella Mar¨ªa en torno a la aventura amorosa del futuro Carlos I de Inglaterra en Madrid o presenta en una misma escena a Hurtado de Mendoza, Lope, Quevedo y L¨®pez de Guevara en Decidnos, ?qui¨¦n mat¨® al conde? Es muy reciente su premio Sant Jordi con la novela Els fantasmes del Trianon, con la aparici¨®n de Maria Antonieta a unas damiselas inglesas. Ni el enigma de Mayerling le era ajeno, ni el aire secreto de Las Meninas revelado en Los espejos paralelos.
El historiador de los sabores compila la erudici¨®n suntuosa de La historia de la cocina espa?ola con Perucho, o El arte de comer. Ha podido a?orar una paella Manolete en la Barcelona de la postguerra o evocar el men¨² de treinta francos -bebida aparte- que ofreci¨® Maxim's por el r¨¦veillon navide?o de 1898. Luego inventa algo nuevo del pasado leyendo sus cl¨¢sicos en la habitaci¨®n 102 del hotel Martinet de Cerda?a.
En sus espejos aparece alguna vez aquella Madame de Castiglione, antigua amante de Napole¨®n III, que al envejecer ordena cubrir con terciopelo negro todos los espejos de su mansi¨®n, en celebraci¨®n de los "furierales de la belleza". Por lo dem¨¢s, hay en la literatura de N¨¦stor Luj¨¢n un algo boulevardier, un poco de aquellos cronistas de pluma audaz que iniciaban grandes ofensivas sin da?ar la frescura de la flor en el ojal, sin perder jam¨¢s la raya del pantal¨®n. En los buenos tiempos, a eso se te llamaba escribir con alegr¨ªa.
Babelia
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