En memoria de N¨¦stor
Siempre que me acuerdo de N¨¦stor Luj¨¢n me acuerdo tambi¨¦n de la mejor botella de vino que he probado en mi vida y que beb¨ª gracias a ¨¦l en un asador de Valladolid, hace algo m¨¢s de cuatro a?os. Nos hab¨ªamos conocido tan s¨®lo unas semanas antes, en los avatares del Premio Planeta, que nos empujo a los dos a una fatigosa trashumancia por hoteles caros e id¨¦nticos y por sucursales del Corte Ingl¨¦s en las que al cabo de unos d¨ªas ya se nos extraviaba del todo nuestro sentido del espacio, porque eran m¨¢s id¨¦nticas a¨²n que las habitaciones de los hoteles y que las preguntas que nos hac¨ªan sobre nuestros libros los periodistas de las capitales de provincia. A veces no hab¨ªa preguntas. Nos qued¨¢bamos N¨¦stor Luj¨¢n y yo callados frente a un grupo de aprendices muy j¨®venes de la radio y de la prensa local y hab¨ªa un silencio que duraba insoportablemente hasta que una chica, casi siempre una chica, porque los varones no hablaban, lo romp¨ªa para preguntarnos no sin indiferencia de qu¨¦ trataban nuestros libros, mostrando as¨ª la inutilidad de las campa?as de promoci¨®n, de las cr¨ªticas y de las entrevistas a destajo a las que est¨¢bamos siendo sometidos, porque a aquellas alturas hab¨ªamos explicado ya varios cientos de veces y en todos los medios posibles el tema de nuestras novelas, sin que aquellos reporteros que ten¨ªamos delante se hubieran enterado de nada, y ni siquiera hubiesen hojeado los ejemplares que el servicio de prensa les facilitaba, ni mirado sus solapas o sus contraportadas, ni repasado la documentaci¨®n de la que tambi¨¦n dispon¨ªan.Nada. N¨¦stor Luj¨¢n encend¨ªa un puro, suspiraba y adoptaba un aire de paciencia episcopal. Las veces que no hab¨ªa ninguna pregunta era ¨¦l quien romp¨ªa el silencio afable, cansado y pedag¨®gico, como un maestro de escuela cargado de paciencia. En una ocasi¨®n, la rueda de prensa, por llamarla de alg¨²n modo, se celebr¨®, para mayor ignominia, en la discoteca de un hotel que ten¨ªa esa sordidez de los locales nocturnos cuando se los visita en las horas de luz solar, y en la que a¨²n quedaba bajo los fuertes olores de los productos de limpieza un punto de fetidez de humo de tabaco encerrado y enfriado. A N¨¦stor y a m¨ª nos pusieron la mesa y los micr¨®fonos sobre el estrado de la pista de baile. Frente a nosotros, en las mesas bajas, un grupo disperso de periodistas muy j¨®venes nos miraba en silencio, sosteniendo micr¨®fonos, peque?as grabadoras, bol¨ªgrafos sobre cuadernos de notas abiertos. N¨¦stor se acomod¨® en la silla, encendi¨® su puro, o alguno de los cigarrillos ingleses que fumaba por las ma?anas, miro a la concurrencia con una expresi¨®n de inter¨¦s y de bondad que en modo alguno era correspondida. Miraban, los mir¨¢bamos, nadie dec¨ªa nada. Nuestros Iibros estaban en todas las mesas, y detr¨¢s de nosotros hab¨ªa un gran panel en el que aparec¨ªan las portadas y nuestras dos fotograf¨ªas. Se oy¨® un carraspeo, se levant¨® una mano que sosten¨ªa un bol¨ªgrafo y por fin hubo una pregunta:
-?C¨®mo se titulan las novelas de ustedes?
Educadamente, N¨¦stor se lo dijo. A ¨¦l, que sab¨ªa tantas cosas, le intrigaba el espect¨¢culo de la impenetrabilidad al saber, de a falta absoluta de curiosidad hacia todo en personas cuyo oficio era el de averiguar y contar. A su lado, uno pod¨ªa estar siempre aprendiendo, y aquel viaje de promoci¨®n se acab¨® convirtiendo para m¨ª en un viaje de estudios. Lleg¨¢bamos a los restaurantes, y los camareros y los due?os, que a m¨ª no me ve¨ªan, a ¨¦l lo rodeaban enseguida de reverencia y afecto, y le ofrec¨ªan los platos m¨¢s sabrosos y sutiles, los mejores vinos, los habanos m¨¢s exquisitos. He le¨ªdo estos d¨ªas, en las necrol¨®gicas que se han publicado sobre el que N¨¦stor disfrutaba como nadie de la vida. Es cierto, pero yo creo que tanto como disfrutar ¨¦l mismo le_ gustaba ense?ar a los dem¨¢s, y lo hac¨ªa con una delicadeza de la que siempre estaban excluidos el proselitismo y la arrogancia. Era un catal¨¢n afrancesado, pero ni en su catalanidad ni en su afrancesamiento hab¨ªa el menor rastro de esa altaner¨ªa algo francesa que uno encuentra a veces en los catalanes cultos. Le gustaba comer, pero no era un comil¨®n ni uno de esos pelmazos de la gastronom¨ªa, que a poco que uno se descuide lo afligen con una con ferencia sobre el maigret de pato. En un restaurante de mucho lujo y mucha abundancia, yo lo he visto escoger, de todo el men¨², un plato peque?o de jud¨ªas con almejas. Le gustaba la bebida, pero tampoco era un bebedor, sino un sabio que eleg¨ªa y ense?aba a elegir en cada momento lo que deb¨ªa probarse, de acuerdo con la hora y con las circunstancias. Una ca?a de cerveza fresca, reci¨¦n tirada y espumosa, le merec¨ªa tanta consideraci¨®n como uno de aquellos solemnes armagnacs con que lo obsequia ban despu¨¦s de comer los due?os de los restaurantes. A m¨ª me ense?¨® dos placeres que en mi ignorancia yo asociaba a la brutalidad espa?ola de los bares con f¨²tbol los domingos por la tarde, el co?ac y los puros. El co?ac deb¨ªa de ser franc¨¦s, y los puros, habanos, y el champagne espa?ol jam¨¢s deb¨ªa probarse. Para iniciarme en el tabaco habano, me regal¨® una caja de Rey del Mundo peque?os, y me ense?¨® que fumar bien requiere lentitud, destreza y mucha indolencia, no esa especie de masticaci¨®n neur¨®tica de los cigarrillos en cadena. Disfrutar de un habano y de una copa de co?ac charlando con N¨¦stor Luj¨¢n era uno de los placeres m¨¢s civilizados que pod¨ªan encontrarse en la vida. En Valladolid, aquella vez, el due?o del asador le estuvo hablando en voz baja de una botella de Vega-Sicilia de 1964 que guardaba en la bodega, y N¨¦stor, no sin antes solicitar la aprobaci¨®n de los ejecutivos de la editorial que nos acompa?aban -y que nos invitaban-, le pidi¨® que la sirviera. Yo nunca hab¨ªa bebido un vino como aqu¨¦l, ni he vuelto a beberlo desde entonces. Tanto como probarlo ¨¦l, a N¨¦stor le complac¨ªa asistir a mi deslumbramiento, a la instant¨¢nea y gradual felicidad que el vino iba dejando en el paladar y hasta en la memoria. Su compa?¨ªa, su bondad, el lujo, y la iron¨ªa de su conversaci¨®n aliviaban aquella trashumancia de hoteles, de ruedas de prensa y de tardes de exhibici¨®n y firma en las sedes id¨¦nticas del Corte Ingl¨¦s, donde siempre, por prescripci¨®n ben¨¦vola de N¨¦stor, nos beb¨ªamos un gintonic y nos fum¨¢bamos un Rey del Mundo. Descanse en paz. Disfrutar de las cosas que a ¨¦l m¨¢s le gustaron ser¨¢ tal vez la mejor manera de seguir record¨¢ndolo.
Babelia
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