Papa Noel, calumniado
Mi amigo Bernab¨¦ se declara hombre pac¨ªfico, acomodaticio y transigente. Debe ser cosa de los a?os, por lo que sabemos de su biograf¨ªa. Beb¨ªamos una copa de cava, situaci¨®n en la que nos ha acorralado un vengativo y rencoroso p¨¢ncreas, cuando la charla recay¨® en la irremediable aceptaci¨®n que tienen entre nosotros los h¨¢bitos y maneras extra?os sustitutos de las viejas tradiciones. Santa Claus se ha instalado aqu¨ª, sin aparente periodo de aclimataci¨®n. Para los holandeses, que le han dado permanente estatuto de asilado, como casi todas las cosas buenas, es algo o alguien que viene de lejos; nada menos, y precisamente, de Espa?a. Llega en barca al pa¨ªs de los canales y, en ese ¨²nico d¨ªa, es posible que se disipe la s¨®rdida, indecente y falsa leyenda de la brutalidad de los Tercios que arrasaron hogares, mujeres, tierras y tiendas en los Pa¨ªses Bajos. Ahora, tras haber digerido, con cierta petulancia, la p¨®cima negra, nos salen con que la presencia de soldados espa?oles, entre aquella temible tropa, apenas llegaba al 10%. ?Qu¨¦ patri¨®tica decepci¨®n!Parec¨ªa mi amigo minuciosamente informado, con ese inter¨¦s que ponemos en lo que se detesta, e incluso en los que amamos. Me hizo confidente de cierta experiencia al respecto, que tuvo escenario en una amplia finca cercana a Madrid, As¨ª se desarroll¨® el relato:
"Suelo pasar las navidades en aquella casa, suntuosa, como corresponde al amo, hombre muy rico, aunque generoso. Tiene descendencia tard¨ªa de un segundo matrimonio: dos varoncitos y una ni?a que, como sus hermanos mayores, crecen entre nurses y nannies, internados irlandeses y ambiente cosmopolita. Se re¨²nen por estas fiestas, para rendir tributo a los or¨ªgenes y ponerse morados de jam¨®n de jabugo.
"Por all¨ª caigo, aunque no sea el momento mas agradable, desde el punto de vista meteorol¨®gico, pues azota de lo lindo el cierzo del Guadarrama que est¨¢ enfrente. La temperatura parec¨ªa lo ¨²nico ind¨ªgena, entre los acentos y las expresiones anglosajonas". "Con el fin de mantener supuestas ilusiones e inocencias, el c¨¢ndido cabeza de familia me reitera la petici¨®n de que suplante a Pap¨¢ Noel, para lo cu¨¢l facilita el atuendo espec¨ªfico, la careta barbuda, el saco y la anunciador campanilla de plata. Me presto gustoso a complacerle en tan sencillo capricho y, cada noche del 24 de diciembre, cuando la m¨¢s peque?a de la tribu amenaza con quedarse dormida, pese al singular acontecimiento, endoso el livian¨ªsimo disfraz rojo, ribeteado de piel blanca de conejo, y salgo al campo, maldiciendo en especial del olvido de los guantes. Llegada la oscuridad c¨®mplice, me aproximo, zarandeando el reclam¨® argentino, al tiempo que finjo caminar penosamente, con el voluminoso pero ligero fardo de los presuntos juguetes al hombro. Ve¨ªa a la anhelante poblaci¨®n infantil, agolpada tras los cristales, empa?ados por el tibio vaho. Siguiendo el plan previsto, alcanzo el acceso adecuado, franque¨¢ndolo con riesgo de fracturarme un tobillo. Insisto en que esa noche hac¨ªa un fr¨ªo como para destetar etarras" (conservo la in¨¦dita expresi¨®n del falso Pap¨¢ Noel).
-Gran excitaci¨®n infantil, supongo -coment¨¦ con cortes¨ªa, mientras le serv¨ªa otra dosis de espumoso.
"Ciertamente. Me compensaba la expectante y m¨¢gica curiosidad de los peque?os. Puedo considerarme veterano en lides tales, pues este a?o ha sido el cuarto y ¨²ltimo que suplanto al personaje n¨®rdico. No, no volver¨¦, porque las criaturas han crecido y advert¨ª en sus miradas el veneno, corrosivo de la incredulidad, as¨ª como amplia desconfianza en los cuchiche¨®s furtivos y la forma suspicaz con que me observaban".
"Decid¨ª, pues, preservar los vestigios de candidez, a punto de disiparse. Recelaban de m¨ª y parec¨ªa marchita la antigua fe en 'Santa', como, con sorprendente confianza, le llama todo el mundo. Por supuesto, contaba mi propio prestigio, a punto de hacerse pedazos. Entonces se me ocurri¨® la treta de introducir en la pantomima un gesto nuevo, sorprendente, pero comprensible. En el vasto sal¨®n, apenas alumbrado con el resplandor de las diminutas buj¨ªas que adornan el tambi¨¦n aclimatado pinabeto, Santa Claus, Pap¨¢ Noel, aquel impostor que, yo encamaba, ante los ojos apretujados de la nerviosa clientela, se hizo ser vivo, un ser vivo, la verdad, poco recomendable. Lanc¨¦ en tomo miradas de reojo y disimulo, como en las pel¨ªculas mudas, y ostensiblemente agarr¨¦ un par de ceniceros de plata, alg¨²n candelabro e incluso registr¨¦ el bolso abandonado de una parienta invitada, echando todo en el interior de la casaca carmes¨ª. Sal¨ª con paso de lobo, llevando ¨¦l, realismo hasta franquear la misma ventana, cayendo en el fat¨ªdico error de mantener vuelta la cabeza, tras mi propia sombra. Me di una buena costalada, lastim¨¢ndome esta mano y agarrando un gripazo de campeonato".
-?Y bien?, -le dije, con cierta frialdad.
"Pues que me importa un pepino el concepto que tengan de la moralidad del t¨ªo de la barba, pero he comprobado que no le relacionan comnigo. Al menos, les ense?¨¦ algo bastante actual: Pap¨¢ Noel, Santa Claus o los Reyes no son los pap¨¢s. Nunca lo fueron".
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