EI hombre-poder
Pr¨ªncipe de la ambig¨¹edad, h¨¢bil pol¨ªtico con modales florentinos, hombre de fe sin ley, hombre de ley sin fe, valiente, calculador, c¨ªnico, realista, prudente, manipulador de hombres, genio de lo esquivo, maestro en el arte de transformar las derrotas en victorias, temido mago en la ciencia del poder: ?es ¨¦ste el retrato de Fran?ois Mitterrand? Se podr¨ªan hacer 10, 20 o 100 retratos m¨¢s. Y no se agotar¨ªan las posibilidades del personaje. Para ello har¨ªa falta el arte del pintor, la perspicacia del psic¨®logo, la agudeza del ensayista, la complicidad del contempor¨¢neo y la distancia del historiador. Pero para qu¨¦, si Mitterrand es imposible de aprehender!Desde luego que no ten¨ªa la grandeza inquebrantable del general De Gaulle, ni el aire campechano de Pompidou, ni la transparencia narcisista de Val¨¦ry- Giscard d'Estaing. O quiz¨¢ s¨ª, pero. sab¨ªa c¨®mo mantenerlo oculto. ?Cu¨¢l es la diferencia entre Mitterrand y De Gaulle? La encontrar¨¢n en Cervantes: adivinen qui¨¦n es Sancho Panza y qui¨¦n Don Quijote. De. los mil Mitterrand que ocupar¨¢n los estantes de las bibliotecas, podemos limitarnos aqu¨ª a dos: el hombre y el pol¨ªtico.
El hombre: resistente, de una paciencia infinita, indiferente a las sensibler¨ªas, enamorado de las mujeres -Mitterrand y las mujeres, ?vaya novela!-, conf¨ªa en su buena suerte, es un amigo fiel de costumbres conservadoras, un agn¨®stico fascinado ante los misterios de la creaci¨®n, pose¨ªdo en sus ¨²ltimos a?os por una idea tr¨¢gica de la vida, que modela pacientemente la leyenda de su posteridad como se prepara cuidadosamente un testamento delicado.
Aquel al que se acus¨® tard¨ªamente de haber colaborado en P¨¦tain, ?no compr¨® acaso un rinconcito de tierra en el coraz¨®n simb¨®lico de Francia, Alesia, para ser enterrado all¨ª y reunirse de un gran salto en la historia con "nuestros antepasados los galos"? De Gaulle cohabita en el pante¨®n imaginario de los franceses con Napole¨®n y Juan¨¢de Arco. Mitterrand se une nada m¨¢s y nada menos que a Vercing¨¦torix.
Entregaba su amistad con parsimonia. En realidad desconfiaba de todo y de todos. Se encari?aba, de forma pasajera: seductor impenitente, tambi¨¦n Sucumb¨ªa ante los encantos de los bufones de la corte que ¨¦l escog¨ªa. Par¨ªs, la izquierda. amante del lujo la derecha intelectual (tambi¨¦n la hay, y no le gusta mantenerse alejada de los palacios de la Rep¨²blica), todo ese mundo tan variopinto pasaba por la mesa del El¨ªseo. Y todos sal¨ªan de all¨ª encantados: ?Qu¨¦ cultura, qu¨¦ esp¨ªritu tan sutil el del presidente! Y ¨¦l sonre¨ªa. Y repet¨ªa: "Est¨¢ usted en su casa, querido/a amigo/a. Vuelva pronto".
A sus enemigos. les ten¨ªa preparados unos golpes certeros, pero no vacilaba, mientras tanto,. en hacerles creer que lo. hab¨ªa olvidado todo. Y es que quer¨ªa que la ca¨ªda fuese a¨²n m¨¢s dura. F¨ªjense en Michel Rocard...
El pol¨ªtico: no fue hombre de un proyecto, sino el proyecto de un hombre. Desde la Segunda Guerra Mundial, y despu¨¦s de haber apoyado durante alg¨²n tiempo al r¨¦gimen de P¨¦tain, se uni¨® al bando de la . resistencia, el de Francia. Para ser su amo alg¨²n d¨ªa. En su camino se encontraba De Gaulle. No pod¨ªa vencer,"a De Gaulle. Fue ministro, superministro, en la mayor¨ªa de los Gobiernos de la IV Rep¨²blica, hasta que De Gaulle, en 1958, cambi¨® todo el sistema. La Constituci¨®n de la V Rep¨²blica instauraba el poder supremo de un hombre sobre el Estado. Mitterrand lo comprendi¨® mejor que ning¨²n otro. Y entonces se convirti¨® en el anti-De Gaulle. Polemista excepcional,_cr¨ªtico sard¨®nico y cruel, decide fustigar "el golpe de Estado permanente" de De Gaulle. Todo esto no le impide, quince a?os m¨¢s tarde, al convertirse en presidente de la Rep¨²blica, no cambiar nada de la Constituci¨®n. Era un monarca m¨¢s apegado a¨²n al poder que De Gaulle, pero hizo posible que funcionaran de forma m¨¢s flexible y realista las instituciones de la V Rep¨²blica gracias a su experiencia de cohabitaci¨®n con la derecha (1986 y 1993).
El m¨¦rito le corresponde a ¨¦l. Pero su aportaci¨®n principal es otra: comprendi¨®, mejor que otros, que los partidos pol¨ªticos se hab¨ªan convertido en m¨¢quinas de promocionar individuos, y no lo contrario. Por eso, cuando en 1970 se apodera en Epinay del Partido Socialista; lo pone a su servicio personal. ?Cu¨¢l fue el error de Michel Rocard? ?Creer que el partido serv¨ªa para promover ideas, que la pol¨ªtica es cuesti¨®n de proyectos! ?Nada m¨¢s lejos! En cuanto lleg¨® al poder, Mitterrand cambi¨® de rumbo. Por cierto que eso no le'impidi¨® legitimar la izquierda en el poder, que hasta entonces hab¨ªa sido tratada como un apestado por la derecha conservadora.
?Legitimar la izquierda? S¨ª y no. S¨ª para los hombres y mujeres de izquierdas en el poder, no para las ideas. Y es que la, izquierda, desde 1983, tuvo que renunciar a s¨ª misma para permanecer en el poder. Despu¨¦s fue la la deriva, lenta e irremediablemente.
El objetivo de Mitterrand permanecer a toda costa al frente del Estado. Maquiavelo dec¨ªa que el genio en el hombre pol¨ªtico consist¨ªa no s¨®lo en conquistar el poder, sino tambi¨¦n en conservarlo. La ideolog¨ªa no cuenta mucho, en el asunto. Para conquistar el poder, Mitterrand retorna el revolucionario llamamiento de Rimbaud: "?Cambiar la vida!". Pero una vez en el poder, apoya a Bernard Tapie, un negociante sin escr¨²pulos, al que presenta como modelo a seguir para las futuras generaciones: "Sed ganadores". Al estilo americano.
Como se ha dejado el socialismo por el camino, se vuelca en Europa. Si esta palabra no hubiera existido Mitterrand sin duda la habr¨ªa inventado. Europa en todas partes. Europa para todo. Si tuvo alguna vez una convicci¨®n, fue ¨¦sa. Y la alianza con Alemania es la panacea para la eternidad. Ya seguir¨¢n los dem¨¢s pa¨ªses. Despu¨¦s de un encuentro con el canciller Helmut Kohl, en pleno debate sobre la ratificaci¨®n del Tratado de Maastricht, uno de sus colaboradores le hizo notar que a lo mejor Francia no ten¨ªa que mostrar tanta prisa. "Usted no lo entiende", respondi¨® Mitterrand, "tenemos que neutralizar a. Alemania con nuestros besos". La gran convicci¨®n de Mitterrand, lo que siempre le separar¨¢ de De Gaulle, es su atlantismo, su proamericanismo. Consigui¨® imponerlo en Francia, frente a una derecha nacionalista heredera de De Gaulle y, anteriormente, frente a un partido. comunista poderoso y prosovi¨¦tico. Mitterrand dividi¨® la derecha, ali¨¢ndose de hecho con su fracci¨®n europe¨ªsta y atlantista, y, destruy¨® tranquila, paciente y certeramente al partido comunista.
Tuvo dos puntos de referencia en pol¨ªtica exterior: Bruselas y Washington. Un d¨ªa en que Jean-Pierre Ch¨¦v¨¨nement le habl¨® de independencia nacional frente a la Alianza Atl¨¢ntica, replic¨®: "Ilusorio". La guerra del Golfo confirma su elecci¨®n. Nunca se llevaron tan lejos el cinismo y la sumisi¨®n a la estrategia de EE UU. El balance: un pa¨ªs, Francia, que duda entre la mediocridad y el efectismo a base de c¨¢lculos triviales y t¨¢cticas irrisorias. No hay proyecto exterior, ni pol¨ªtica mediterr¨¢nea, ni proyecto social: "Un campo de ruinas", seg¨²n la tajante frase de Michel Rocard para describir la era de Mitterrand. S¨ª, un campo de ruinas despu¨¦s de diez a?os de gobierno de izquierdas. Pero Miterrand se mantuvo catorce a?os en el poder.
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