Las ojeras de Maradona
Lleg¨® Dieguito, se baj¨® del caballo, mir¨® a la c¨¢mara directamente al ojo y se colg¨® de la pechera un antiguo cartel de alcoh¨®lico an¨®nimo: "Fui, soy y ser¨¦ siempre un drogadicto", dijo con toda solemnidad, mientras los electricistas le enca?onaban con los focos en busca de alg¨²n brillo met¨¢lico que recordara sus tiempos de ¨ªdolo. Fue in¨²til: iluminaron su mech¨®n dorado, pero s¨®lo consiguieron sacarle un reflejo p¨²rpura.Como estaba escrito, Diego se ha convertido en una paradoja temporal; es, finalmente, un viejo de 40 a?os que no consigue desprenderse de sus sue?os de 15.
Tampoco hay que condenarle por ello. Entonces asomaba por el agujero de Fiorito con su melena ensortijada y con una pelota saltarina que ¨¦l, tic, tac, toc, hac¨ªa volar continuamente del empeine al hombro como si fuese un pajarito redondo. Aunque los ojeadores locales comenzaban a vocear su nombre por las cuatro esquinas del puerto, muchos pensaban que un malabarista no tendr¨ªa porvenir en el moderno f¨²tbol industrial que prosperaba en la arrogante Europa. Las perspectivas eran poco prometedoras: llegaba a la feria del gol cuando la Naranja Mec¨¢nica hab¨ªa sucedido al milagro alem¨¢n. Con las clamorosas excepciones de Franz Beckenbauer y Johan Cruyff, los entrenadores divid¨ªan la cancha en secciones de factor¨ªa, proclamaban la victoria del modelo Briegel y pretend¨ªan convertir a sus pupilos en grandes sacos de prote¨ªnas capaces de conducir el bal¨®n por la cadena de montaje, pin, pan, pun, de acuerdo con el sistema m¨¦trico 4-4-2. Entre aquellos violinistas de madera, Dieguito Maradona parec¨ªa un jugador de peluche.
Fuera por casualidad o por intuici¨®n, supo aprovechar el valor de la diferencia. Seg¨²n los casos, su corta musculatura de leopardo y su bajo centro de gravedad le permit¨ªan salvar las dos situaciones iniciales posibles: ganar el primer metro cuando lograba evitar el choque y mantener el equilibrio cuando era imprescindible aceptarlo. Todo lo dem¨¢s carec¨ªa de explicaci¨®n. O era genio o era diablura.
Con esos poderes, se rode¨® de una corte de asesores financieros, mec¨¢nicos de boquilla, psicoanalistas de barrio y otras figuras de la jaur¨ªa suburbana, y tom¨® el avi¨®n hacia Barcelona. Un a?o despu¨¦s ten¨ªa una flotilla de coches alemanes, un buf¨®n que le re¨ªa por igual los chistes y las pavadas, una compa?¨ªa, Maradona Productions, que produc¨ªa m¨¢s bien poco, un agujero en el bolsillo y un boquete en el coraz¨®n.
Era, exactamente, la primera entrega de un perdedor.
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