De acampada
Cada d¨ªa amanece Madrid tal cual era hace un par de d¨¦cadas -a?o arriba o abajo- y a las pocas horas ya est¨¢ invadido por una miriada de autom¨®viles. No autom¨®viles en circulaci¨®n, que ser¨ªa lo suyo, sino parados, dir¨ªase que abandonados, firmando dobles filas, terceras filas y hasta cuartas filas, en plan acampada.Y as¨ª ininterrumpidamente hasta la noche, incluso hasta la madrugada si la zona es de bingos, bares y discotecas. Coches en mitad de la calzada, como si fueran moscas; o como puestos por el Ayuntamiento, ese gran, incompetente, culpable del ca¨®tico tr¨¢fico que padece Madrid. Coches,, miles de coches, cada uno de los cuales constituye el testimonio sangrante -mas bien maloliente: a gasolina, humos venenosos, los pies cantabiles que se gasta el conductor- de la incuria municipal, a la cabeza su alcalde presidente.
Con qu¨¦ derecho acampan los coches en las calles de Madrid es una cuesti¨®n surgida del ¨¢mbito de lo ignoto. Tener coche no da derecho a dejarlo donde a uno le d¨¦ la gana. En realidad, tener coche no da derecho a casi nada. Pero, ya que miles de automovilistas se lo arrogan por la v¨ªa de los hechos consumados con la anuencia del Ayuntamiento, los restantes ciudadanos pueden acogerse al mismo derecho de invadir las calles con cuantas intenciones y bagajes les venga en gana. Sin ir m¨¢s lejos, haciendo lo propio: acampar.
Hay muchos madrile?os que preferir¨ªan tener su domicilio en lugar distinto al que habitan, o una segunda vivienda, y en estos casos es perfectamente l¨ªcito que instalen su tienda de campa?a en medio de la cosmopolita Gran V¨ªa, o por Almagro, que es zona residencial, o en el paseo del Pintor Rosales, que goza de vistas al campo, o en los aleda?os de los Jer¨®nimos, para tener a dos pasos y de una sola vez el hist¨®rico templo y el Museo del Prado, o en la esquina del Marqu¨¦s de la Ensenada con G¨¦nova, donde a¨²n los d¨ªas calmos corre un aire que curte la piel y deja serranos e inmunes los cuerpos si de viajar a Alaska se trata, siempre que no los haya matado antes de pulmon¨ªa.
M¨¢s beneficios pueden disfrutar los ciudadanos madrile?os en uso de los derechos que tienen concedidos los automovilistas por su cara bonita. Por ejemplo, resolver definitivamente el problema de los trastos viejos. Hay gente que tiene en casa un armario lunero -vale decir un tresillo, una lavadora, un sinfonier- y si deshacerse de ¨¦l le costaba un dinero, ahora basta con que lo baje a la calle y lo deje all¨ª en segunda fila, o en tercera fila, o en cuarta fila, seguro de que no causar¨¢ molestia. alguna, pues, a fin de cuentas, un armario lunero no abulta m¨¢s que un coche y, por a?adidura, no es contaminante, ni huele, salvo a naftalina y alcanfor.
Llegada la primavera -que invita a orearse-, las sobremesas, las visitas, las tertulias, las manos de naipes, los envites del domin¨® y otros ritos pueden oficiarse con gusto y desahogo en medio de la calzada,donde previamente habr¨¢ instalado el ciudadano la mesa camilla con su acomodo de sillas, y el aparador y un b¨²caro florido y el servicio de caf¨¦ y buen botijo fino repleto de agua fresca y un toquecito de an¨ªs.
Bien es verdad que, producida esta invasi¨®n, probablemente el Ayuntamiento enviar¨¢ coches patrulla, gr¨²as, agentes judiciales, guardias, soldadesca, dispuestos a desalojar a los nuevos ocupantes de las calzadas, pero esto constituir¨¢ una solemne injusticia, ser¨¢ incurrir en tremendo agravio comparativo, una aut¨¦ntica alcaldada. Y una de dos: o el Ayuntamiento reconoce a todos los madrile?os el derecho que concede a los automovilistas, o les compensa econ¨®micamente, ingresando en sus cuentas bancarias el equivalente al valor del suelo. O sea, en el barrio de Salamanca y en la zona de la Castellana -pongamos por caso-, un mill¨®n.
Hay que denunciar al Ayuntamiento por arbitrario y por discriminatorio. Y por tonto. Tonto de remate.
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