La Gran Muralla invisible
Dec¨ªa Borges que mucho m¨¢s c¨®modo que escribir agotadoras no velas de quinientas p¨¢ginas era hacer como que otro ya las hab¨ªa, escrito y limitarse a redactar un resumen o una cr¨ªtica de unas cuantas cuartillas. Muchas veces, el gusto de leer cr¨ªticas o rese?as de libros procede de ese principio borgiano: por desgracia, no podemos leer todos los libros que quisi¨¦ramos, e incluso hay muchos que jam¨¢s abrir¨ªamos ni sabr¨ªamos que existen, pero un buen cr¨ªtico, un buen lector delegado, nos los cuenta como antes se contaban las pel¨ªculas, de modo que una parte de los tesoros contenidos en ¨¦l pasan a enriquecernos a nosotros.En Espa?a, esa tarea del cr¨ªtico como narrador no la hace casi nadie, a no ser Justo Navarro, que en los tiempos en que publicaba cr¨ªticas de, novelas policiales en Abc lograba comprimir narraciones mucho m¨¢s interesantes que los libros de los que trataba. En Espa?a el cr¨ªtico tiende a mostrar reverencia o desd¨¦n, cuando no descarada sumisi¨®n o venenoso sarcasmo, pero casi nunca curiosidad apasionada, puro inter¨¦s de lector por la materia del libro que est¨¢ rese?ando, sobre todo ahora, cuando la est¨¦tica del videoclip se est¨¢ imponiendo tambi¨¦n en los suplementos literarios, cuyos directivos, salvo alguna anticuada excepci¨®n, tienen m¨¢s inter¨¦s en el dise?o gr¨¢fico que en la palabra escrita.
Para leer res¨²menes novelescos de libros que de otro modo no conocer¨ªamos no queda mas remedio que buscarlos en revistas extranjeras. En unos cuantos folios, en diez minutos de lectura, uno puede encontrarlo contenido todo, desde la cr¨®nica de una exploraci¨®n polar del siglo XIX hasta la correspondencia cicl¨®pea de uno de esos novelistas brit¨¢nicos cuya principal dedicaci¨®n en la vida no era la de escribir novelas, sino cartas minuciosas que alimentaran despu¨¦s de su muerte la industria pr¨®spera de la biograf¨ªa y la erudici¨®n. Las revistas literarias y los suplementos espa?oles logran convencemos desganadamente de que casi nada tiene inter¨¦s: el Times Literary Supplement o la New York Review of Books provocan justo el efecto contrario, el de volverlo todo interesante, hasta lo que en principio nos parecer¨ªa m¨¢s lejano a nosotros, y nos despiertan unas ganas de saber tan vigorizadoras como el apetito despu¨¦s del ejercicio al aire libre, una curiosidad fea no s¨®lo por la literatura y los literatos, sino por todas las cosas que vuelven apasionante el espect¨¢culo del mundo, la arqueolog¨ªa egipcia, los ¨²ltimos; descubrimientos sobre la atm¨®sfera de J¨²piter, las verdaderas causas de la peste negra de 1348, las, cartas que escrib¨ªan los soldados desde las trincheras del Somme en 1916, el amor entre una fugitiva jud¨ªa y un ama de casa nazi en el Berl¨ªn bombardeado de 1944...
A esa biblioteca inventada acabo de a?adir un libro que probablemente nunca tendr¨¦ entre las manos, escrito por alguien que podr¨ªa perfectamente ser un personaje de El jardin de senderos que se bifurcan: el libro se titula ?Fue Marco Polo a China? y su autora es la profesora Franc¨¦s Wood, que es una especialista mundial en la historia antigua de China, y tambi¨¦n en el chino cl¨¢sico y en el mongol. Consultando arcanos vol¨²menes de cr¨®nicas medievales chinas y persas, descifrando la caligraf¨ªa de los archivos imperiales mongoles, sumergi¨¦ndose en los s¨®tanos m¨¢s deshabitados de las bibliotecas universitarias de Estados Unidos, del Reino Unido y de Asia, la profesora Wood ha llegado a una conclusi¨®n inapelable: el viaje que aliment¨® durante siglos la imaginaci¨®n europea y que cre¨® una noci¨®n de Oriente que todav¨ªa perdura, nunca tuvo lugar. Marco Polo, cuyo libro impuls¨® al rey don Enrique el Navegante a enviar nav¨ªos a la India y a Crist¨®bal Col¨®n a buscar por el Oeste los tesoros del gran Kan, no sali¨® nunca de Europa, y su relato es una falsificaci¨®n de tercera o cuarta mano, un zurcido de cronicones embusteros y testimonios mal contados por otros.De Marco Polo, que es tan relevante en la cultura europea, no se encuentra ni el m¨¢s leve rastro en toda la abrumadora extensi¨®n de los archivos cortesanos y las cr¨®nicas que Franc¨¦s Wood ha examinado en las bibliotecas de Pek¨ªn. Durante siglos, viajeros vocacionales, pero sedentarios, han admirado y envidiado lo que Marco Polo vio. La profesora Wood, para desmentirlo, anota justo lo que no vio: Marco Polo no vio, la Gran Muralla, ni la escritura china, ni la costumbre del t¨¦, ni los pies vendados de las mujeres.
?Pudo alguien estar en China y en la corte imperial sin ver ninguna de estas cosas? Aunque la reticente Franc¨¦s Wood no lo crea, es posible que s¨ª. A principios de los a?os treinta, el novelista y fil¨¢ntropo H. G. Wells viaj¨® extensamente por Ucrania, justo cuando la colectivizaci¨®n forzosa de la agricultura estaba llevando a la muerte por hambre a millones de campesinos, y s¨®lo vio gente risue?a, bien alimentada, fervorosamente estalinista. Por la misma ¨¦poca el hoy tan reivindicado C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano no vio en Alemania la brutalidad nazi, y durante todos los a?os que estuvieron funcionando los campos de exterminio ning¨²n funcionario, ni t¨¦cnico ni ciudadano alem¨¢n lleg¨® a verlos, igual que tampoco ve¨ªan los trenes cargados de jud¨ªos que viajaban hacia el Este. Sagaces dirigentes pol¨ªticos espa?oles veraneaban regaladamente en Rumania hasta bien entrados los a?os ochenta y jam¨¢s vieron la menor muestra de totalitarismo ni miseria. Ahora mismo, en cierto pa¨ªs lejano del norte peninsular cuyo nombre prefiero omitir, por cansancio o prudencia, hay escritores dotados de excelentes dotes de observaci¨®n que ven prados id¨ªlicos y abstractas luchas de principios y sin embargo no ven el chantaje diario, y el vandalismo consentido en las calles, la sangre derramada ni los cuerpos destrozados de personas inocentes. Durante a?os, los altos cargos del Ministerio del Interior no vieron que algunos de sus subordinados eran g¨¢nsteres...
As¨ª que no es tan raro que Marco Polo no llegase a ver la Gran Muralla, ni la escritura china, ni las tazas de t¨¦. Lo m¨¢s com¨²n es no ver nada, no fijarse en nada. La biblioteca m¨¢s tremenda que puede imaginarse no es la de los libros que han sido de verdad escritos o la de los que se quemaron o se perdieron, ni la de los res¨²menes de libros que uno disfruta tanto en los peri¨®dicos m¨¢s civilizados. La biblioteca m¨¢s grande, la m¨¢s necesaria, la m¨¢s temible, ser¨ªa la que contuviera todas las cosas que los hombres y las mujeres han tenido delante de los ojos y no han llegado a ver.
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