Aza?a, Mitterrand
La delicada trama de una sociedad, esa cima de la racionalidad organizativa de los seres humanos, s¨®lo puede tejerse gracias a las cesiones de todos sus miembros en aras de la armon¨ªa del conjunto. De no hacerse as¨ª, incluso su naturaleza queda en entredicho. Una sociedad en la que son ostensibles los triunfos de una de las partes no merece el nombre de tal, pues ello pone en evidencia carencias de las partes no integradas que, asumidas por ¨¦stas como sufrimiento ¨ªntimo, les restan voluntad para constituirse en retazo id¨¦ntico al resto del conjunto.Viene lo anterior a cuento de c¨®mo la contemplaci¨®n televisiva de las honras f¨²nebres que Francia ha tributado a Fran?ois Mitterrand me ha puesto de manifiesto, una vez m¨¢s, la existencia de las tan manoseadas dos Espa?as.
Un par de veces he visitado en Montauban el viejo cementerio en el que, olvidados por su pa¨ªs, reposan los restos de un jefe de Estado espa?ol, y de los grandes, y de los respetados, y de los ahora ensalzados: don Manuel Aza?a. Un par de veces, ante su losa desnuda, he reflexionado sobre lo imperfecto de la sociedad en que me ha tocado vivir. Un par de veces me ha sido dado obtener del guardi¨¢n de aquel cementerio la oxidada informaci¨®n precisa para localizar la tumba: "?Ah, s¨ª, monsieur Aza?¨¢!". Alguna flor ajada, dejada all¨ª por alg¨²n visitante que me precedi¨® en Varios meses.
Ahora he podido ver c¨®mo Francia, encarnada en primer lugar por el pol¨ªtico que fue su adversario, ensalzaba la figura de su hombre p¨²blico desaparecido. C¨®mo Francia, en tal ocasi¨®n, estaba acompa?ada por dirigen tes de todo el mundo. C¨®mo, in cluso, el actual Jefe del Estado espa?ol rend¨ªa homenaje al ex presidente de la Rep¨²blica Francesa. Y he podido estremecerme pensando c¨®mo en Montauban, a apenas (los centenares de kil¨®metros de- Jarnac, la lluvia de este triste d¨ªa de enero es la ¨²nica humedad que, como l¨¢grimas ca¨ªdas de un cielo m¨¢s justiciero que esta seca Espa?a, acompa?a los restos de un hombre que para todos nosotros, incluso para el primer ciludadano de nuestro pa¨ªs, deber¨ªan ser algo pr¨®ximo y aceptado con amor como figura se?era de nuestra historia colectiva.-
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