La explotaci¨®n sexual de ni?os
En estos d¨ªas se ha publicado en Nueva York la novela de Andrew Vachss Batman: el colmo del mal, en la que el popular guerrero de la capa negra emprende la guerra contra la industria de sexo infantil, en un pa¨ªs ficci¨®n al que llama Udon Khai. Se trata probablemente de Tailandia, el para¨ªso de los pederastas, donde la demanda de ni?as y ni?os en los burdeles de Bangkok es insaciable. Aunque, seg¨²n las noticias que me llegan de Sevilla, Udon Khai podr¨ªa representar tambi¨¦n esa comunidad, tan cercana y tan querida. Cada a?o decenas de miles de turistas europeos del sexo visitan Tailandia en busca del placer con criaturas que a menudo no pasan de los doce a?os de edad, como denuncia la organizaci¨®n internacional Terre des Hommes.La explotaci¨®n sexual de ni?os es una de esas formas de violencia que la sociedad considera "incre¨ªbles", quiz¨¢ porque todav¨ªa no est¨¢ equipada para afrontar decididamente este gran problema, tan tr¨¢gico como real. La suposici¨®n inmediata es que los agresores son personas anormales, psic¨®ticas, obnubiladas por las drogas o abrumadas por la ignorancia. Sin embargo, el abuso de menores no tiene fronteras de estados mentales ni de clases sociales. Lo que sucede es que los casos de corruptores de clase media o alta acontecen a puerta cerrada, a escondidas, y a menudo no se descubren durante largos periodos de tiempo.
Estudios recientes sobre la personalidad y motivaci¨®n de los pederastas indican que no muestran ning¨²n rasgo o comporta miento aparente que pueda ayudamos a identificarlos. Son hombres y mujer es normales, o incluso socialmente respetables, que viven secretamente obsesionados con el abuso de criaturas. Se caracterizan por sus impulsos per versos encubiertos, compulsivos e irresistibles, por la falta de re mordimiento, por la romantizaci¨®n absurda de sus ultrajes deliberados y por la ausencia absoluta de compasi¨®n hacia sus v¨ªctimas.
Las m¨ªnimas probabilidades de rehabilitaci¨®n de estos depravados plantean un enorme reto a la sociedad, pues no resulta f¨¢cil armonizar su derecho a la libertad -una vez que han cumplido la pena carcelaria- y la protecci¨®n de los miembros m¨¢s inocentes de la comunidad. Precisamente por ello, la conciencia del talante incorregible de la mayor¨ªa de los pederastas determin¨® la instituci¨®n en Nueva York de la ley Megan. Esta ley, creada a ra¨ªz de que Megan Kanka, una ni?a de siete a?os, muriese en 1994 a manos de un reincidente en libertad condicional, obliga a los convictos de delitos sexuales contra menores a registrarse en el Ayuntamiento donde residen. Al mismo tiempo requiere que las autoridades locales provean a los padres que lo soliciten el nombre, la direcci¨®n y la foto del ex delincuente. El abuso sexual de criaturas ha ocurrido Con regularidad a trav¨¦s de la historia en todas las culturas. Sin ir m¨¢s lejos, en peri¨®dicos europeos del siglo XIX aparecen con una regularidad sorprendente descripciones estremecedoras de ni?os sometidos por adultos a tratos sexuales s¨¢dicos y aberrantes. Para conseguir a estos peque?os desgraciados, los torturadores pon¨ªan anuncios disimulados en los mismos diarios, ofreciendo dinero a sus cuidadores o progenitores.
Los ni?os atrapados en antros de vejaciones se enfrentan con retos formidables: deben adaptarse a un entorno amenazante, y simult¨¢neamente tienen que encontrar la forma de convivir con personas crueles que son indignas de su confianza. Buscan en vano un m¨ªnimo de seguridad en un medio que es hostil. y peligroso. Pretenden el control de s¨ª mismos en una situaci¨®n de total subyugaci¨®n y vulnerabilidad. Despu¨¦s de todo, el abuso sexual es una aflicci¨®n de indefensos.
Al sentirse completamente desarmados ante el abusador y ser conscientes de que cualquier forma de resistencia es in¨²til, los jovencitos adoptan una actitud de entrega, claudican, se rinden. Su mecanismo de autodefensa se desconecta, huyen mentalmente de la aterradora realidad, se distancian del mundo y de s¨ª mismos, y finalmente pierden su identidad. La percepci¨®n del tiempo se perturba y experimentan su vida como si estuviera ocurriendo en un escenario fuera de ellos y a c¨¢mara lenta. Se sienten hipnotizados, aturdidos, anestesiados, como si una parte de ellos hubiese muerto. Algunos incluso desear¨ªan estar muertos.Pronto los peque?os no tienen m¨¢s remedio que fabricar un sistema de explicaciones que les ayude a justificar el abuso. Inevitablemente concluyen culp¨¢ndose a s¨ª mismos, convencidos de que la causa de su situaci¨®n no puede ser otra que su maldad innata. Durante a?os revivir¨¢n las penosas experiencias como si estuvieran ocurriendo en el presente. Los detalles m¨¢s dolorosos se entrometer¨¢n en su d¨ªa a d¨ªa y transformar¨¢n su existencia en una interminable pesadilla.
El conocimiento de estos sucesos se impone peri¨®dicamente en la conciencia p¨²blica, instigado por la noticia de un nuevo esc¨¢ndalo, pero raramente se mantiene activo por mucho tiempo. Ciertas transgresiones del orden social son demasiado repulsivas y chocantes como para aceptarlas abiertamente, por lo que entran en la categor¨ªa de lo inmencionable, de lo que hay que olvidar, o negar. No obstante, como expres¨® Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz de 1986, ante la explotaci¨®n de otros tenemos que tomar partido. La posici¨®n neutral ayuda siempre al opresor, nunca a la v¨ªctima. El silencio estimilla al verdugo, nunca al que sufre. En el campo de la salud p¨²blica encontramos s¨®lida evidencia de la conexi¨®n, tan palpable como deprimente, que existe entre estas experiencias penosas infantiles y ciertos trastornos emocionales graves de la edad adulta. Las secuelas incluyen estados depresivos cr¨®nicos, alteraciones del car¨¢cter, alcoholismo, drogadicci¨®n, personalidad m¨²ltiple y hasta el suicidio.
La explotaci¨®n sexual de los ni?os es una realidad que ninguna sociedad se puede permitir ignorar. Aunque resulta casi imposible calcular la frecuencia de estos sucesos, pues son siempre secretos, los datos m¨¢s fiables sugieren que en los pa¨ªses industrializados el 5% de las mujeres y el 2% de los hombres fueron v¨ªctimas de abusos sexuales durante su infancia. Afortunadamente, los ¨ªndices generales de estos delitos est¨¢n descendiendo lentamente. Esta tendencia esperanzadora parece estar relacionada con los avances que ha experimentado la posici¨®n social y econ¨®mica de los ni?os, con el poder disuasor de leyes estrictas contra la corrupci¨®n de menores y con la continua renovaci¨®n de la sociedad. Parafraseando al psic¨®logo Erik Erikson, espero que, quiz¨¢ alg¨²n d¨ªa no muy lejano, adoptemos todos la profunda convicci¨®n de que el m¨¢s grave y fat¨ªdico de los actos del hombre y la mujer es la mutilaci¨®n del esp¨ªritu de un ni?o. Porque semejante da?o socava el principio vital e indispensable de la confianza, sin el cual no es posible la supervivencia de la especie humana.Luis Rojas Marcos es psiquiatra y presidente del Sistema de Hospitales P¨²blicos de Nueva York.
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