Razones y tentaciones del Estado
Francisco Tom¨¢s y Valiente, colaborador de EL PA?S, remiti¨® el pasado lunes a este peri¨®dico su ¨²ltimo art¨ªculo, escrito a ra¨ªz del asesinato de Fernando M¨²gica. En ¨¦l analiza c¨®mo los asesinos de ETA, con el tiro en la nuca, lo que persiguen. es socavar la legitimidad del Estado democr¨¢tico.
Se ha escrito tanto contra la raz¨®n de Estado que pudiera pensarse que, suprimida ¨¦sta, al Estado no le queda ninguna para defender su necesidad y para, por lo tanto, subsistir. Eso es lo que desean y lo que persiguen con el tiro en la nuca sin piedad los enemigos del Estado, de este Estado. Urge hablar de otra u otras razones del y de este Estado..En el siglo XVII se contrapon¨ªan la mala y la buena raz¨®n de Estado. Aquella revest¨ªa la forma del sometimiento de la moral a la fama del Pr¨ªncipe, a la reputaci¨®n de la Monarqu¨ªa o a cualquier otra divinizaci¨®n del poder como realidad sustantiva. Frente a ella, los te¨®ricos de la Contrarreforma esgrim¨ªan lo que llamaban la buena raz¨®n de Estado, consistente en la subordinaci¨®n del poder y sus instrumentos en defensa de la moral y el derecho natural, de la verdadera fe, de la Iglesia cat¨®lica. Ahora los nombres y las razones han cambiado, pero la contraposici¨®n entre ellas subsiste porque el Estado contin¨²a siendo un instrumento necesario y leg¨ªtimo.
La mala raz¨®n de Estado, su sinraz¨®n, lo que le hace perder su legitimidad, es la divinizaci¨®n o satanizaci¨®n del poder: la voluntad de poder, su sustantivizaci¨®n, el sometimiento de todo a su conservaci¨®n por parte de quienes lo tengan, y el todo vale desde ¨¦l en la persecuci¨®n de fines leg¨ªtimos o ?leg¨ªtimos. Contra esta mala raz¨®n de Estado estamos todos los dem¨®cratas conscientes, quienes entendemos como ¨²nicos valores sustantivos los del hombre individual y sus derechos a la vida, a la paz, a la libertad y los de ellos derivados. Pero hay que decir enseguida que, para lograr o no perder estos valores y derechos, el Estado es imprescindible, es instrumento, pero instrumento necesario, de manera que, si se destruye, nos quedamos sin los objetivos que lo legitiman y que constituyen su raz¨®n de ser, la buena raz¨®n de Estado.
Aqu¨ª y ahora, en este Estado que se construy¨® en y desde la Constituci¨®n de 1978,y en la sociedad que lo sustenta y lo necesita, estamos incurriendo en determinadas tentaciones cuyo triunfo definitivo podr¨ªa determinar la destrucci¨®n de aqu¨¦l y que ya est¨¢n produciendo su descr¨¦dito y debilidad.
La primera tentaci¨®n contra el Estado es el olvido de su legitimidad y de sus l¨ªmites, es decir, la utilizaci¨®n del poder para, luchando contra los terroristas, emplear sus mismos m¨¦todos, sus cr¨ªmenes. El mayor enemigo del Estado es la mala raz¨®n de Estado. Hay, pues, que perseguir a quienes hayan ca¨ªdo en ella. Pero al hacerlo, tarde y escandalosamente, se ha incurrido en la tentaci¨®n de destruir gran parte del aparato del poder estatal leg¨ªtimo, en la desmoralizaci¨®n de buen n¨²mero de sus agentes, en la desaparici¨®n de alguna de sus piezas imprescindibles para luchar contra los terroristas y en el descr¨¦dito del Estado, dentro y fuera de sus fronteras. La mala raz¨®n de Estado y el torpe desenmascaramiento de sus cr¨ªmenes, sin el cuidado en el aislamiento de quienes hayan vulnerado la ley desde el Estado y sin la discreci¨®n judicial y period¨ªstica como cautela y garant¨ªa de derechos, se han unido en la producci¨®n de los efectos que ahora padecemos, de manera que a la tentaci¨®n de la mala raz¨®n de Estado se ha unido la autodestrucci¨®n como ap¨¦ndice perverso.
La segunda tentaci¨®n consiste en la fragmentaci¨®n interna de las fuerzas pol¨ªticas dem¨®cratas en su necesario frente com¨²n, desde el Estado, contra los criminales del terror. Se hab¨ªa avanzado mucho en este camino: en poco tiempo se ha desandado casi todo el trecho recorrido. Si los nacionalistas no violentos se sienten m¨¢s nacionalistas que otra cosa; si toleran en silencio quemas o entierros de la Constituci¨®n; si repitieran palabras de comprensi¨®n hacia los terroristas encarcelados o en libertad por su intencionalidad pol¨ªtica; si unos y otros, en el Pa¨ªs Vasco y fuera de ¨¦l, alimentaran no la colaboraci¨®n entre las respectivas fuerzas policiales, sino la desconfianza y rivalidad entre ellas, si se callara que la sociedad vasca ha ganado ya, con las insuficiencias y los discutibles incumplimientos que puedan a¨²n se?alarse, las libertades y el autogobiemo cuya insatisfacci¨®n puede haber significado desde el siglo pasado la injusticia hist¨®rica que alg¨²n comprensivo prelado recuerda oportune et importune; si la defensa del cumplimiento total de las condenas se esgrime como equ¨ªvoca arma de campa?a electoral; si la necesidad de la uni¨®n entre los dem¨®cratas (nosotros) frente a ETA (ellos) se proclama s¨®lo en los entierros de cada ¨²ltima v¨ªctima; si todo eso contin¨²a pasando, estaremos cayendo en la, tentaci¨®n de la fragmentaci¨®n intema, para desgracia de dem¨®cratas y alegr¨ªa y fortalecimiento de los terroristas.
La tercera tentaci¨®n, o tal vez la primera en el orden cronol¨®gico, es el abandono de la calle. La tolerancia mal entendida respecto a lo que algunos llamaban problemas juveniles de la sociedad vasca est¨¢ desembocando en el triunfo del terror en las calles de las ciudades de Euskadi. Y la calle es s¨ªmbolo y realidad del Estado, escenario de libertades, ¨¢mbito de la paz y la seguridad de los ciudadanos. 0 todo lo contrario. Si se pierde la calle, se pierde todo. Que nadie discuta esto, porque los primeros en saberlo son ellos. No se trata de evaluar en pesetas los autobuses incendiados, las cabinas telef¨®nicas destruidas o los da?os producidos en establecimientos bancarios y comerciales. El da?o es cualitativamente- otro: es la p¨¦rdida de la paz. Y como la paz es el fin primario del Estado, si se pierde ¨¦sta, se pierde aqu¨¦l y se regresa a la guerra de todos contra todos, cuya versi¨®n actual es la persecuci¨®n armada de unos pocos contra la inmensa mayor¨ªa.
No basta con decir estas cosas: pero el silencio es deshonesto antes y. despu¨¦s de la muerte del ¨²ltimo hombre asesinado. Del ¨²ltimo hasta hoy. Es necesario reflexionar sobre estas tres tentaciones para no seguir cayendo en ellas. Si el esp¨ªritu de enmienda prosperara, se podr¨ªa, desde ¨¦l, discutir cu¨¢les son los instrumentos legales que el Estado necesita y proveerse de ellos. Pero si se pierde la convicci¨®n en la propia legitimidad, en la buena raz¨®n del Estado, lo dem¨¢s es imposible. Los especialistas en tentaciones y pecados suelen clasificar ¨¦stos y disculpar algunas de aqu¨¦llas. Todos hemos dicho alguna vez que hay tentaciones inventadas para caer en ellas, lo cual puede ser cierto respecto a las de la carne, pero no a prop¨®sito de las aqu¨ª comentadas. En ellas nos va la vida, la del Estado que necesitamos y la nuestra individual, porque cada vez que matan a un hombre en la calle (y esto no es una met¨¢fora, como dir¨ªa el cartero de Neruda) nos matan un poco a cada uno de nosotros.
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