Una barra pitag¨®rica
Saber estar y comportarse alcanza suma categor¨ªa cuando se conjugan armoniosamente la conducta, el gesto y el ¨¢mbito. El resultado es un! elegancia sutil. La penumbra del templo favorece la severa continencia durante un funeral, modera las alegr¨ªas de las bodas y de los bautizos y adecua el talante que nos llega condicionado. Hoy, las j¨®venes generaciones se enfrentan con la improvisaci¨®n, ayunas de normas y ense?anzas que han olvidado o proscrito el ceremonial de la existencia en comunidad.Ustedes pensar¨¢n que abordo cuesti¨®n balad¨ª, al tratar ahora de la enjundia del mostrador de un bar. Yo no lo creo; la larga y meditada contemplaci¨®n de- la barra de ese recoleto local madrile?o, me ha conducido a la evidencia de que es algo vecino de la perfecci¨®n, el canon de una referencia emp¨ªrica y contundente, una obra de arte y de ciencia, en suma, que no puede ser hija de la casualidad. Si el hombre es la medida de todas las cosas, esa barra est¨¢ concebida a su semejanza y a su servicio.
El tablero, de madera noble y doble, luce el suave brillo de una p¨¢tina de medio siglo. Imagino que: al instalarlo se tuvieron en cuenta las proporciones de Apolo, en postura erguida, quiz¨¢ la estatua en bronce del museo de N¨¢poles; o el semisedente que cincel¨® Fidias, casi encaramado a un taburete. El secreto reside en el list¨®n torneado que recorre el largo mostrador, situado, exactamente, cuatro cent¨ªmetros bajo el nivel anterior, perfecto emplazamiento para apoyar el codo y mover el antebrazo, con gentileza y mesura, al asir y posar el vaso o la copa.
La mayor¨ªa de las barras conocidas ignora ese singular y decisivo detalle, vulgarizando la postura que, tras varias dosis alcoh¨®licas, llevan a la posici¨®n del dips¨®mano yanqui; esto es, con ambos brazos formando lecho para la cabeza abatida. No; tan importante elemento ayuda a mantener, con garbo, la compostura y la dignidad. Paralelo, a la precisa y ponderada altura, un escal¨®n desde el suelo, donde instalar, alternativamente, los pies, (le conformidad con el porte vertical del parroquiano.
. Puede darse en el busiris al comprobar el equilibrio econ¨®mico euclidiano que dir¨ªa un matem¨¢tico antiguo entre permanecer en pie y asentarse en la banqueta. Muchos renombrados bebedores salvaguardaron el decoro merced al perfecto continente.
Uno de los misterios, que alguna vez me: hizo pensar en referencias piramidales, esos escondrijos donde sepultaban a los faraones, consiste en la discreta versatilidad que conjugan los elementos con las diferentes tallas humanas. Pareja comodidad disfrutan el posible jugador de baloncesto que la mujer menuda; el enjuto como el rollizo. Creo m¨¢s prudente no buscar explicaciones razonables; llevar¨ªa muy lejos, cuando el lugar es s¨®lo y nada menos- que una parada y fonda donde despachar el aperitivo, tanto el matinal, como el vespertino.In¨²til mencionar la ubicaci¨®n de este bar en una encrucijada del distrito de Salamanca; ir¨ªa contra mis propios intereses y conveniencia divulgarlo. Es un remanso de paz, y el reposo de quienes dejamos atr¨¢s el ajetreo. Es la serenidad pitag¨®rica, quiz¨¢ euclidiana, donde se conjugan y conviven las m¨¢s exquisitas sensaciones. Imaginen una suave iluminaci¨®n que se refleja con iron¨ªa en el ojo fingido de los trofeos de caza mayor en sus paredes.
Una tupida alfombra -algo desflecada, fuerza es decirlo, por el reiterado paso de los camareros- de tono amaranto, sangre de toro al trasluz, rioja suspendido entre cristales aterciopela confidencialmente las conversaciones.
Veinte y pico mesas, rodeadas de placenteras butaquitas, guardan id¨¦nticas proporciones antropom¨®rficas. Guardo el secreto de esta direcci¨®n, por respeto, tambi¨¦n, a la vetusta clientela, que ve pasar el tiempo entre aquella sinfon¨ªa mobiliaria. Nos consideramos en "lista de esquela", una especie de salvoconducto para el otro barrio.
Me pregunto, a menudo, si el conjunto fue ideado por Leonardo da Vinci, tan anticipado a todos los tiempos. No me extra?ar¨ªa nada.
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