Orden internacional e ilusi¨®n cartogr¨¢fica
Los territorios han sido siempre objeto de pasi¨®n, un motivo esencial de discordia entre. los hombres. Pero esta continuidad no puede hacernos olvidar los profundos cambios que han tenido lugar en la significaci¨®n pol¨ªtica del espacio. Luchar por un pedazo de tierra puede ser, en distintos momentos de la historia, un hecho grandioso, una p¨¦rdida de tiempo o una estupidez. Y el modo de hacerlo puede constituir una resistencia razonable o una brutalidad, puede ser inteligente o torpe, en funci¨®n, sobre todo, de que se haya comprendido adecuadamente lo que la geograf¨ªa significa para los hombres en cada momento.Aunque se afirme con tono solemne el principio de territorialidad, el espacio pol¨ªtico est¨¢ sometido actualmente a una gran incertidumbre. Probablemente sea exagerado hablar del fin de los territorios, pero no cabe duda que la gravedad del espacio nacional ha cedido el paso a una territorialidad difusa, ambigua y vers¨¢til. Quiz¨¢ sea esta novedad mal asimilada lo que explica la persistencia de conflictos que no se resuelven por el enquistamiento de modelos naturalistas inservibles.
La concepci¨®n naturalista del territorio olvida su condici¨®n de artificio social y se incapacita para pensar otra configuraci¨®n del espacio. Por eso me parece que es hoy tan necesario insistir en la pluralidad de los modos de territorialidad, aunque esto nos obligue a pensar fuera de la l¨®gica tradicional, al margen de conceptos como competencia, frontera o integridad territorial.
La historia del territorio es bastante caprichosa. El territorio no es un dato objetivo, sino un artificio. Unas veces aparece como s¨®lido y resistente, pero otras se revela fr¨¢gil e incierto. Aunque sea invocado como fundamento incontrovertible de los Estados, a nadie se le oculta su inadaptaci¨®n a las nuevas situaciones de la econom¨ªa, desbordado por los flujos transnacionales, marginado por la sofisticaci¨®n de las t¨¦cnicas de comunicaci¨®n, impotente para ordenar la proliferaci¨®n contempor¨¢nea de las reivindicaciones de identidad.
- La escena mundial acoge, precisamente ahora, un conjunto de estrategias pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales que contradicen el principio de territorialidad. Las l¨®gicas de la movilidad se imponen en general sobre las de territorializaci¨®n. El efecto de la mundializaci¨®n confiere a los actores sociales una movilidad in¨¦dita; no solamente les emancipa del marco territorial y pone a su disposici¨®n m¨²ltiples recursos para escapar de ¨¦l, sino que suscita estrategias nuevas que les incitan a trascender las fronteras y adoptar modos de identificaci¨®n m¨²ltiple.
La. nueva seguridad se interesa m¨¢s por los flujos y menos por los l¨ªmites; poco a poco, el territorio y la frontera del otro se convierten en competencia propia. Las fronteras tradicionales ya no designan los contornos de la soberan¨ªa ni permiten distinguir lo interior de lo exterior. Esta confusi¨®n de espacios es el resultado inevitable de una diseminaci¨®n de la violencia que encuadra mal con los viejos esquemas que se han venido utilizando para comprender las relaciones internacionales. Muchos conflictos han escapado ya de cualquier inteligibilidad territorial.
Nadie pretende que el territorio haya sido pura y simplemente abolido. Pero esta crisis es tan radical que ya no permite considerarlo como eje del nuevo orden internacional. Nos encontramos en un escenario m¨¢s complejo, definido por nuevos modos de regionalizaci¨®n, entre redes liberadas de las constricciones territoriales, a la vez que se redefine el papel internacional del individuo y de los actores sociales. Por otra parte, nuevas corresponsabilidades multilaterales han puesto en marcha operaciones de intervenci¨®n de la comunidad internacional en un territorio por razones humanitarias, disolviendo en buena medida la vieja prohibici¨®n de injerencia en nombre de la solidaridad y de la paz. La soluci¨®n de los conflictos ha de ensayar modos de desterritorializaci¨®n e inventar procedimientos m¨¢s o menos novedosos de organizaci¨®n del espacio pol¨ªtico. La complejidad de un mundo transnacional y profundamente da?ado en su ordenamiento estatal deja a los agentes pol¨ªticos la posibilidad de actuar de otra manera distinta que reivindicando el monopolio sobre un territorio determinado. Se trata, en definitiva, de superar las l¨®gicas territoriales antag¨®nicas.
No me parece exagerado afirmar que estamos asistiendo al nacimiento de una nueva l¨®gica pol¨ªtica. El modo europeo de construcci¨®n regional es una respuesta funcional a esta crisis. Desde Roma a Maastricht, el proceso de la unidad europea es un verdadero laboratorio para la reinvenci¨®n del espacio, haciendo posible la pertenencia a comunidades m¨²ltiples y la elaboraci¨®n de pol¨ªticas con extensi¨®n variable seg¨²n los asuntos de que se trate. Esta transgresi¨®n de las l¨®gicas territoriales no obedece a una mera yuxtaposici¨®n de los Estados soberanos ni conduce a la configuraci¨®n de una entidad m¨¢s amplia que vaya a adoptar los esquemas tradicionales de la soberan¨ªa estatal. Lo que aparece es un conjunto de unidades ¨ªnterdependientes que se aglomeran seg¨²n grados diversos y que son m¨¢s o menos privados de autoridad, sin que esto se invierta sim¨¦tricamente en una autoridad central, lo que Ernest Haas ha llamado "imbricaci¨®n regional asim¨¦trica". Esta ausencia de territorialidad principal erosiona el integrismo Estado-nacional e introduce efectos de interferencia en las l¨®gicas territoriales convencionales. Desde este punto de' vista, la historia reciente europea evoca un proceso de descomposici¨®n de los Estados nacionales que ilustra perfectamente la agon¨ªa de los territorios, la disociaci¨®n de territorio y soberan¨ªa, la superposici¨®n de espacios concurrentes portadores de autoridad pol¨ªtica.
La crisis de la territorialidad modifica las condiciones de la solidaridad. Actualmente la solidaridad trasciende las circunscripciones territoriales. La irrupci¨®n de nuevas solidaridades ofrece posibilidades in¨¦ditas de activar las interdependencias m¨¢s all¨¢ de los espacios tradicionales. La mundializaci¨®n engendra lealtades m¨²ltiples, implicando a los individuos en redes sociales cada vez m¨¢s numerosas y diversificadas. El individuo se encuentra actualmente en un contexto en el que puede definir las condiciones de su propia movilizaci¨®n. Lo que sale beneficiado del desorden geogr¨¢fico es la alianza prioritaria de los individuos, con todos los riesgos que esta indefinici¨®n comporta, y el incremento de responsabilidad.
El pluralismo de las alianzas y la multiplicidad creciente de los modos de identificaci¨®n han de ser aceptados como fundamentos del nuevo orden mundial. La importancia de los bienes comunes -como la paz o el medio ambiente- y nuestra sensibilizaci¨®n hacia ellos nos enfrenta con un patrimonio que no soporta las fronteras y se emancipa de todo control territorial, invocando una serie de imperativos capaces de reunir a los hombres en un destino com¨²n compartido. Dicho de una manera gr¨¢fica: Mururoa y Sarajevo pueden resultarnos m¨¢s cercanos que Gibraltar o Iparralde y mucho m¨¢s que cualquier proximidad conseguida mediante la imposici¨®n.
El nuevo pacto social estar¨¢ todav¨ªa por definir, pero lo que est¨¢ claro es que ya no da m¨¢s de s¨ª el propuesto por Hobbes, y que todav¨ªa sirve de modelo a los Estados: prestaci¨®n estatal de seguridad a unos individuos que renuncian a una parte esencial de su libertad pol¨ªtica. Este tratado encontraba su equilibrio en el respeto escrupuloso de los marcos territoriales. Pero ya no estamos en ese contexto. Se hace necesaria una nueva captaci¨®n social del respeto, una vez que el mundo de los individuos ya no obedece m¨¢s que a las reglas simples de la sociolog¨ªa general; sus comportamientos, apenas reglados por una autoridad coactiva, son inestables, vol¨¢tiles y fugaces, pero tambi¨¦n asentados en el compromiso o en la opini¨®n libremente consentida. Si este juego social se convierte poco a poco en la base de las relaciones mundiales, la paz estar¨¢ cada vez m¨¢s en funci¨®n de un conjunto casi infinito de microdecisiones, y no transferida al equilibrio abstracto de una l¨®gica perversa.Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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