La soledad del ciudadano
A menudo se habla de la soledad del poderoso, encerrado en su madriguera dorada y aislado del mundo por los muros del servilismo y la adulaci¨®n. No es dif¨ªcil suponer las causas de este aislamiento y las consecuencias a las que da lugar: entre ¨¦stas, la gelidez e incertidumbre como atm¨®sfera cotidiana; entre aqu¨¦llas, el temor convertido en arrogancia y la debilidad en despotismo. Como es evidente, la duraci¨®n del tiempo de poder y de la soledad del poderoso incrementan los efectos funestos. A este respecto poseemos excelentes ejemplos hist¨®ricos y, lamentablemente, tambi¨¦n alguno bien reciente.Sin embargo, estos d¨ªas de elecciones no invitaban a pensar en la soledad del poderoso, sino en la del ciudadano. Al fin y al cabo, es precisamente en los per¨ªodos electorales cuando el poderoso, y el candidato a serlo, muestran su rostro m¨¢s abierto, aquel que de la manera m¨¢s vistosa y alegre niegue que ha sido, o quiz¨¢ vaya a ser, un temible prisionero del poder.La soledad del ciudadano es de naturaleza completamente distinta. Su manifestaci¨®n m¨¢s extrema, como es l¨®gico, se da en los reg¨ªmenes totalitarios, donde, por definici¨®n, se exige a cada ciudadano que est¨¦ pol¨ªticamente solo o, lo que es lo mismo, que sea pol¨ªticamente homog¨¦neo. De ah¨ª que sea alarmante constatar signos agudos de esa soledad en reg¨ªmenes democr¨¢ticos: en tales circunstancias, la soledad del ciudadano, si acaba deviniendo impotencia, corre el riesgo de petrificar la vida de la democracia, debilit¨¢ndose la capacidad de elegir y, muy especialmente, la posibilidad de pensar libremente.
Estas semanas electorales han significado un adecuado colof¨®n al inquietante tramo ¨²ltimo de la democracia espa?ola, que tanto ha contribuido a aumentar la soledad del ciudadano: la del indeciso, la del que no se ve con capacidad de decisi¨®n y la del que renuncia a decidir entre las opciones que se le ofrecen. Sumando estas tres facciones, el partido de la indecisi¨®n (o el de la no-decisi¨®n, por duda, indiferencia, ira, asco, o por lo que sea) es un partido demasiado formidable en estos d¨ªas como para no sembrar la alarma sobre la vitalidad de nuestro sistema pol¨ªtico. Independientemente de su voto final, en una u otra direcci¨®n, una enorme cantidad de ciudadanos militan en este partido que, no lo olvidemos, est¨¢ desprovisto de- representaci¨®n y ni siquiera de mecanismos que puedan insinuarla. La soledad del ciudadano crece al mismo ritmo en que lo hace su sospecha en relaci¨®n al poder. En una dictadura, como no puede ser de otra manera, la sospecha es total porque tambi¨¦n el poder se ejerce con total ocultaci¨®n. Por el contrario, una democracia, aunque no elimine la sana desconfianza del hombre ante cualquier tipo de poder, s¨ª debe proponerse rebajar al m¨¢ximo esta desconfianza, haciendo que la mayor transparencia posible sea uno de sus bienes m¨¢s preciados. La siempre indefinible libertad tal vez obtenga su mejor definici¨®n en la transparencia.
Y ha sido, por encima de cualquier otro, en este aspecto crucial que la vida pol¨ªtica espa?ola ha marchado por el camino contrario, encharc¨¢ndose en un fango de ocultaciones cada vez m¨¢s inmovilizador. No me extra?a que las campa?as electorales hayan terminado siendo campanas de camuflaje en las que la ocultaci¨®n ha privado sobre la transparencia. Se ha culminado as¨ª, de momento y a la espera de lo que ahora suceda, un proceso dominado por la cultura de la sospecha y, en consecuencia, del paulatino aislamiento del ciudadano con respecto a los distintos poderes del poder: un aut¨¦ntico cerco del ciudadano, degradado, a causa de ello, a la figura de s¨²bdito al que, mediante ocultaciones, se niega al un¨ªsono responsabilidad y libertad.
Es importante recordar la pluralidad de poderes que han actuado en este asedio que, en ¨²ltima instancia, no ha sido ni contra el Gobierno ni contra la oposici¨®n, ni contra un juez o contra un banquero, ni contra un grupo de comunicaci¨®n o contra su rival, sino, a trav¨¦s de la asfixiante instalaci¨®n de la sospecha y del enga?o, contra el ciudadano. Siendo grav¨ªsimos los casos de corrupci¨®n, la peor corrupci¨®n ha sido, finalmente, minar el clima de confianza en las instituciones y en las personas: la corrupci¨®n moral que hace que la mentira sea mostrada como verdad y que la verdad tambi¨¦n sea vista como mentira.
No ha sido el per¨ªodo electoral, desde luego, el m¨¢s adecuado para que se quebrara este s¨®rdido c¨ªrculo vicioso. Todo lo contrario: tengo la impresi¨®n de que la soledad del ciudadano, alimentada temerariamente por unos y por otros en estos a?os, ha alcanzado su paroxismo ante el alud de mensajes enmascaradores de esta ¨²ltima campa?a, quiz¨¢s la intelectualmente m¨¢s pobre y la ideol¨®gicamente m¨¢s turbia de cuantas han atravesado la reciente historia democr¨¢tica de nuestro pa¨ªs. Por masiva que sea la votaci¨®n, no por eso debemos concluir que el ciudadano se ha acercado a las urnas con las s¨®lidas convicciones respecto al sentido de su voto que requerir¨ªa un saludable ejercicio de la libertad. El partido de la indecisi¨®n es demasiado grande para que as¨ª sea, y de poco sirve olvidar este hecho bajo la invocaci¨®n detallada de los escrutinios o, previamente, de las encuestas. Las toneladas de cifras, que llenan las bocas de los pol¨ªticos y las p¨¢ginas de los peri¨®dicos, no deben disimular la confusi¨®n, el desconcierto, la tibieza o la desgana que a menudo acompa?an la acci¨®n de votar. Claro que esta soledad del ciudadano ante la urna no es, por supuesto, la consecuencia de una pobre y superficial campa?a. Es una soledad que viene de m¨¢s lejos, fruto de la ocultaci¨®n y de la sospecha. De ah¨ª el peligro que entra?a. Vencedores y vencidos deber¨ªan saber que sin erradicar ese peligro -sin paliar aquella soledad- el futuro dif¨ªcilmente ser¨¢ m¨¢s amable que el inmediato pasado.
es escritor y fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.