A veces no ha respuesta
Escucharnos la noticia del asesinato de ni?os en un colegio y al momento nos ponemos todos a darle sentido. Dar sentido a algo que es el sin-sentido por excelencia.?C¨®mo dar sentido a semejante, acto?
Se trata de un pasaje al acto y como tal est¨¢ fuera de todo discurso. Incluirlo en el discurso acompa?¨¢ndolo de interpretaciones parece que nos tranquiliza, poner palabras a algo que en principio nos deja mudos da cierta capacidad para manejarlo. Sin embargo, ciertas interpretaciones, cierto sentidos, me parecen, al menos, peligrosos.
Decir en los medios de comunicaci¨®n que un acto de este tipo es la manera en que alguien expresa su odio a la sociedad convierte al acto mismo en una respuesta posible, en un medio para expresar este odio que, el que m¨¢s y el que menos, todos sentimos en alg¨²n momento. Incluso si tales interpretaciones fueran acertadas, comunicarlas de esta manera masiva en todos los medios de comunicaci¨®n es como decir: "mensaje recibido", el mensaje ha llegado a su destino y el acto ha cumplido su objetivo.
Pero no puede haber destinatario para semejante mensaje, si fabricamos ese destino, si hacemos que haya destinatario, m¨¢s mensajes de este tipo pueden ser enviados.
Hoy he dejado a mi hija en el colegio con cierta, y absurda, intranquilidad, mientras recordaba las palabras de un experto, en televisi¨®n: los ni?os son lo m¨¢s precioso de la sociedad y para atacar a la sociedad se ataca donde m¨¢s le duele. Yo pensaba en cu¨¢ntos locos, y no locos, podr¨ªan estar, en ese momento, escuchando aquello, y c¨®mo les estaban ofreciendo en bandeja un destinatario para tanto odio que de no encontrar un destino, en el peor de los casos, habr¨ªan dirigido contra s¨ª mismos. Con esas interpretaciones mi hija, junto con toda la poblaci¨®n infantil, se estaba convirtiendo en el receptor posible del odio contra la sociedad. Como alguien que cree en el poder de las palabras, en sus efectos, como receptora de los mensajes que se env¨ªan desde los medios de comunicaci¨®n, y en este caso, sobre todo, como madre, me siento en el deber de exigir a los expertos en este tema un mayor rigor y cuidado en su decir, tomar medida de los efectos de sus palabras.
Y si quieren interpretar que lo hagan desde la particularidad de ese caso, el sentido que ese acto puede tomar en la historia de ese sujeto [Thomas Hamilton, el asesino de Bunblane]. Dar a ese sentido un car¨¢cter universal me parece, ya lo he dicho, al menos peligroso-
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