Marguerite Duras

La lluvia se ha posado sobre las flores amarillas, rojas, azules. Y en el cielo luce un sol fr¨ªo y triste. Este a?o, la primavera se ha adelantado. Y las ardillas corren por las ramas desnudas de los ¨¢rboles, huyendo de todas las miradas. Bailamos sobre las aguas turbulentas del domingo. Y todos los ciervos salvajes y heridos nos hemos quedado un poco m¨¢s solos. Marguerite Duras ha muerto. Es necesaria una plegaria, una oraci¨®n, una sonrisa: algo a lo que agarrarse. Pero resulta imposible. S¨®lo hay lugar para el silencio. Tristes e interminables silencios. Y sobre ellos quiero, hoy m¨¢s que nunca, gritar su nombre: Marguerite Duras. El amor y la muerte y la soledad fueron los grandes temas que recorrieron su obra. Pero, junto a ellos, siempre hubo un lugar privilegiado para elevar la voz ronca, los l¨¢pices que creaban una prosa dura y tierna, hermosa e inquietantemente cercana a la poes¨ªa, contra la injusticia, el racismo y la intolerancia. M. D. siempre estuvo al lado de los m¨¢s desprotegidos de la sociedad. Por eso, en esta tarde helada de marzo, debemos recordar y gritar su nombre y sus palabras, como ella lo hizo, con su l¨²cida e inteligente mirada, contra todo eso que aborrec¨ªa.-