Aznar, nuestro h¨¦roe
Ya nos advirti¨® Hans Magnus Enzensberger, en la temprana fecha de diciembre de 1989, sobre el encogimiento sobrecogedor de la figura del h¨¦roe en la, pol¨ªtica contempor¨¢nea. La polvareda levantada por el muro derribado por los berlineses estaba todav¨ªa en suspensi¨®n en la atm¨®sfera, y el. brillante polemista y extraordinario poeta alem¨¢n explicaba, en estas mismas p¨¢ginas (Los h¨¦roes de la retirada, 25-26 de diciembre de 1989), c¨®mo estaba constituido el nuevo paradigma de la heroicidad en este final de siglo.El h¨¦roe de la retirada tiene su origen en la modificaci¨®n sustancial que ha sufrido nuestra relaci¨®n con la realidad: ni la conquista ni la modificaci¨®n del mundo, sea por revoluci¨®n, sea por reforma, est¨¢n al orden del d¨ªa. Lo ¨²nico que admite nuestro universo -tambi¨¦n esta abstracci¨®n referida a lo concreto a la que llamamos realidad- es el respeto, el pacto con el estado actual de las cosas. En justa l¨®gica, ya no sirven emperadores, conquistadores, generales o grandes l¨ªderes en cabeza de masas humanas que ascienden hacia las cumbres de la historia. Lo que se tercia son caudillos de la renuncia, gentes dispuestas a convertir el abandono de posiciones en progreso, la traici¨®n ideol¨®gica en prosaica mejora de nuestra condici¨®n, el repliegue en victoria. Subraya Enzensberger, en referencia al general prusiano y fil¨®sofo de la guerra Carl von Clausewitz, que "la retirada es la operaci¨®n m¨¢s dif¨ªcil de todas'-' y que de todas las retiradas la m¨¢s sublime es "abandonar una posici¨®n insostenible".
Cita el escritor alem¨¢n a Nikita Jruschov, que sembr¨® la semilla de su ca¨ªda e incluso la del entero sistema. Tambi¨¦n al h¨²ngaro Janos Kadar, que empez¨® una larga retirada de 30 a?os hacia el capitalismo tras firmar m¨¢s de 800 sentencias- capitales. Tiene palabras de admiraci¨®n para nuestro Adolfo Su¨¢rez -y se equivoca, por cierto, al indicar que tiene asegurada la ingratitud de la patria. Rememora tambi¨¦n a Wojciech Jaruzelski, que salv¨® a Polonia de la invasi¨®n sovi¨¦tica al precio de la culpa terrible de proclamar la ley marcial. Muy de paso, recuerda un par de figurones de la revoluci¨®n de 1989 en Praga y en Berl¨ªn, y se entretiene, naturalmente, en el Napole¨®n de las retiradas de nuestro tiempo, Mija¨ªl Gorbachov, a quien regala unas frases de rotundidad afor¨ªstica: "Los ep¨ªgonos de la retirada se mueven por impulso ajeno. Obran bajo una presi¨®n que viene de abajo y de arriba. El verdadero h¨¦roe de la renuncia, en cambio, es ¨¦l mismo la fuerza motriz".
Todos los dirigentes de nuestra ¨¦poca est¨¢n condenados en mayor o menor medida al papel de h¨¦roes de la retirada, y a fe que algunos son capaces de componer cuadros de apasionante intensidad en el momento en que abandonan precipitadamente, pero con digna compostura, sus posiciones. El reci¨¦n desaparecido Fran?ois Mitterrand est¨¢ entre los maestros de este noble arte pol¨ªtico. Pudo ser el oportunismo el m¨®vil de su vocaci¨®n de comendador socialista, tal como se le ha reprochado, pero la brillante resoluci¨®n con que dirigi¨® la gesta de transformar la izquierda en gestora del capitalismo le hace merecedor de todas las grandes condecoraciones. Su sucesor Jacques Chirac no le va a la zaga y ya destaca con su penacho gaullista entre la polvareda que levanta la hueste francesa en su retirada de la grandeur, de la force de frappe, e incluso de la nation, con la demolici¨®n de sus viejos artilugios: el ej¨¦rcito de conscripci¨®n, las fronteras perfectamente impermeables o el colbertismo de sus empresas p¨²blicas ahora privatizadas.
No queda corto Felipe Gonz¨¢lez, que supo ver pronto la profundidad estrat¨¦gica de la batalla europea y atlantista y consigui¨® que sus heterog¨¦neos regimientos giraran bruscamente en el orden de marcha y dejaran atr¨¢s las quimeras de la propiedad colectiva de los medios de producci¨®n y las pulsiones m¨¢s caracter¨ªsticas del izquierdismo hisp¨¢nico, como el tercermundismo o la fobia hacia Estados Unidos. La trayectoria del propio Jordi Pujol, l¨ªder m¨¢ximo y sintetizador del nacionalismo catal¨¢n, puede comprenderse como un permanente repliegue desde los ensue?os de independencia, mediante la consolidaci¨®n de la democracia y la autonom¨ªa en Espa?a y a la vez la mayor expansi¨®n internacional y espa?ola de la idea de Catalu?a como entidad diferenciada que se pueda recordar desde los tiempos modernos.Ahora le ha llegado el turno al nuevo h¨¦roe, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar: la fuerza que le propulsaba hasta el 3 de marzo era una genuina voluntad de poder espa?ola, liberada de las hipotecas que exigen los particularismos perif¨¦ricos, capaz de aplicar el obligado programa de duro y austero ajuste, y qui¨¦n sabe qu¨¦ desconocidos programas semiocultos de las energ¨ªas ultraliberales o de un vago casticismo presentes en parte de la derecha. Las urnas le han impuesto la moderaci¨®n el respeto. En el mismo frontispicio donde se pregonaban presagios de una airada regeneraci¨®n espa?olista ante el 98 de la corrupci¨®n, del Gobierno compartido, del terrorismo, del paro o de un europe¨ªsmo excesivo y derrotista, aparece ahora inscrito el anuncio de un hito para la historia que cerrar¨¢ el contencioso espa?ol con los espa?oles. Es decir, m¨¢s y mejor de lo mismo en vez de una ruptura con el estado de las cosas.
Los mismos que le jalearon en su cabalgada -?ay las hemerotecas!- aplauden ahora sus torpes balbuceos en el nuevo lenguaje que exige su an¨¦mica mayor¨ªa y quisieran dar por terminada y vencida esta retirada. Pero nada est¨¢ ganado de antemano. Aznar debe demostrar, como exig¨ªa Enzensberger de sus h¨¦roes, que su acci¨®n ya no surge de "una moral pol¨ªtica que s¨®lo conoce figuras luminosas y seres desalmados", sino del ethos de la ambig¨¹edad. Se le pedir¨¢n dotes pol¨ªticas fuera de lo corriente, pues est¨¢ obligado a convencer a los nacionalismos vasco y catal¨¢n y a vencer a la vez las resistencias de los electores movilizados por el nacionalismo espa?ol. Deber¨¢ tambi¨¦n ganarse el respeto de todos, a pesar de la comicidad e incluso del patetismo que generan todos los h¨¦roes de nuevo tipo de nuestra ¨¦poca (v¨¦ase si no a sus parientes ideol¨®gicos m¨¢s pr¨®ximos, como Jacques Chirac, John Major o Helmut Kohl, en sus momentos m¨¢s arriscados). Nuestro h¨¦roe deber¨¢ disponerse adem¨¢s a pagar las numerosas facturas que se le extender¨¢n de uno y otro lado por sus es-
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