A un inmortal de KAS
Tantas veces me he dirigido ya a ti, sin respuesta ni efecto positivo alguno, que la tentaci¨®n es darte por perdido. Pero ¨¦sta es a mi juicio una sentencia que nadie tiene derecho a dictar sobre nadie. Si te creyera inhumano, condici¨®n de la que ofreces a diario pruebas m¨¢s que sobradas, nada tendr¨ªa que decirte y s¨®lo me tocar¨ªa precaverme de ti y los tuyos como de las fieras. Como a¨²n os atribuyo alguna dignidad, que no lleg¨¢is a perder por cruelmente que despreci¨¦is la ajena, he de confiar todav¨ªa en el valor de la palabra entre nosotros.Te escribo, pues, desde la c¨®lera, pero tambi¨¦n desde la piedad que -como todo hombre requieres. Es esa misma compasi¨®n que t¨² no experimentas hacia vuestras v¨ªctimas y tan s¨®lo parece embargarte ante las penas de sus asesinos cuando son juzgados y presos o ante la ilusoria desdicha de un pueblo. Pero no te confundas: al agresor lo primero que se le debe es justicia (o sea, su detenci¨®n y condena), y s¨®lo despu¨¦s compasi¨®n; la piedad es por el sufrimiento de cada uno, no por el de una colectividad que como tal no sufre. Y empiezo.
T¨² y tus camaradas no sois responsables ante Dios o ante la historia ni tampoco ante un pueblo que, de existir, no os reconocer¨ªa como suyos. Sois responsables ante las familias de tanto sacrificado, sois responsables ante cada uno de nosotros, vuestros contempor¨¢neos. Tendr¨¦is que responder tambi¨¦n ante vuestros propios hijos, que alg¨²n d¨ªa os pedir¨¢n cuentas. En este momento manten¨¦is largamente secuestrados a dos seres humanos, y a ese crimen a?ad¨ªs el sarcasmo de oponer, frente a los que reclamamos su libertad, la liberaci¨®n de Euskal Herria. ?De veras crees que son siquiera comparables las libertades reales de dos personas y la abstracta libertad del conjunto de ciudadanos que, cuando se pronuncian civilmente, desdicen su supuesta esclavitud pol¨ªtica?
A fuerza de hacerlo cotidiano, hab¨¦is banalizado el mal en nuestra tierra, hab¨¦is hecho de la muerte algo trivial. Pero toda muerte humana es inmerecida, y m¨¢s que ninguna, la que sufre un hombre a manos de otro hombre. Toda v¨ªctima de muerte violenta es inocente; culpable es para siempre quien se la inflige. He de suponer que mat¨¢is porque desconoc¨¦is el terrible sinsentido de la muerte o porque os juzg¨¢is inmortales. o, tal vez mejor, porque consider¨¢is que la inmortalidad de vuestro imaginario Pueblo exige la inmolaci¨®n de los mortales. El poder al que la mayor parte de los tribunales ha renunciado, ¨¦se os lo atribu¨ªs a vosotros. Los derechos que, se os reconocen, esos mismos los neg¨¢is a los dem¨¢s. Hasta quien personalmente combate para procuraros tales derechos -como fue Tom¨¢s y Valiente - cae a vuestros golpes... Pero tanto aborrezco la muerte, que tampoco la consentir¨ªa contra el mayor criminal de vosotros. Ah¨ª me tendr¨¦is enfrente del energ¨²meno contrario, cuyo odio es reflejo directo del vuestro, que pida el restablecimiento legal de la ¨²ltima pena.
No dir¨¦ que, siendo en principio injustas, las muertes violentas hayan sido adem¨¢s social o pol¨ªticamente en vano: por desgracia, la historia lo desmentir¨ªa con creces. Tambi¨¦n las que t¨² has causado, instigado o aplaudido han sido seguramente, en este despreciable sentido, eficaces. Ahora bien, cu¨¢les de los resultados pol¨ªticos alcanzados con ellas son para nuestra comunidad provechosos o perversos, cu¨¢ntos de los primeros han valido esa pena, de eso habr¨ªa mucho que discutir. Hoy por hoy, tu rabia s¨®lo sirve para que vuestra causa, y de paso la causa nacionalista en general, quede m¨¢s y m¨¢s desacreditada.
Cierto que conoces bien el poder del miedo sobre los hombres. Es un poder tan f¨¢cil, que est¨¢ al alcance de cualquiera. Ese es el sentimiento del que, para encontrar seguridad frente a la violencia probable de los otros, nace toda asociaci¨®n pol¨ªtica. ?A¨²n no comprendes que ya no es la Polic¨ªa Nacional ni la Ertzaintza, sino vosotros, los que caus¨¢is temor a la mayor¨ªa? Busc¨¢is alcanzar ese l¨ªmite en que los ciudadanos, acuciados por vuestro terror y sinti¨¦ndose desprotegidos de su Estado o de su comunidad aut¨®noma, imploren de las autoridades: "Aunque sean infundadas, aunque no sean compartidas por casi nadie, cededa las pretensiones de ETA". O sea, disput¨¢is al Estado el monopolio leg¨ªtimo de la violencia en este territorio. Pero, mientras sea sin el apoyo, de vuestros conciudadanos, mientras cont¨¦is s¨®lo con el de los correligionarios, ese desaf¨ªo ser¨¢ tan ileg¨ªtimo como ineficaz e ineficaz precisamente por ?leg¨ªtimo.
?Y los GAL?, me replicas. ?Y los casos de Lasa, Zabala y Mikel Zabalza? En todos ellos los asesinos actuaron seg¨²n vuestros mismos procedimientos, y eso, que les desautoriza a ellos sin excusa, no os refrenda en un pelo a vosotros. Los GAL no fueron s¨®lo un error pol¨ªtico ni una chapuza t¨¦cnica; fueron una organizaci¨®n criminal que pretendi¨® -como vosotros a nosotros amedrentaros. Tanto peor si se trataba de una organizaci¨®n p¨²blica, porque entonces toca hacer p¨²blico escarmiento. Eso ha cubierto de abyecci¨®n a los ciudadanos que los jaleaban, a algunos funcionarios, a un ministerio; si quieres, incluso a todo un Gobierno. Pero el Estado sigue manteniendo su derecho a la violencia leg¨ªtima contra toda violencia sin derecho.
Yo no te rechazo desde un ang¨¦lico pacifismo, porque creo que, adem¨¢s de la p¨²blica, tambi¨¦n la violencia privada puede a veces justificarse como el ¨²ltimo recurso frente a una opresi¨®n sin otras v¨ªas de salida. Deseng¨¢?ate, que aqu¨ª no hay tal. Nuestra sociedad no es, desde luego, justa, pero su injusticia no depende de que en ella se hable m¨¢s o menos el euskera, que eso obedece a causas bien distintas de las que proclamas. Las injusticias que todos sufrimos son otras, y t¨², que te dices socialista, las debieras conocer. Es una sociedad en que, bajo el despotismo ciego del mercado, muchos hallan insatisfechas demandas humanas elementales. Pues bien, transformemos la sociedad, pero no encanall¨¦is a la juventud. Tampoco para m¨ª nuestro Estado es lo bastante democr¨¢tico, pero su deficiencia no estriba en haberte privado de tus derechos pol¨ªticos, sino en otros muchos fallos que comparte, por cierto, con los escasos Estados m¨¢s o menos democr¨¢ticos del mundo. He ah¨ª dos tareas a las que animar a los mejores: combatir toda injusticia real, ensanchar nuestra democracia.
Entre t¨² y los tuyos, en cambio, hab¨¦is logrado una sociedad en la que se enfrentan entre s¨ª los miembros de una misma familia y el vecino contra el vecino, en que los alumnos denuncian a sus profesores, en que la amenaza es el pan. vuestro de cada d¨ªa. Una sociedad en que se llega a equiparar sin rubor vuestros asesinatos con las muertes debidas al tr¨¢fico automovil¨ªstico o al c¨¢ncer. En que se insulta a los parientes de los muertos en su entierro y no se deja en paz a las v¨ªctimas ni en su tumba. Donde en los pueblos ha triunfado el silencio de la complicidad o del pavor y no hay m¨¢s f¨®rmula de clasificaci¨®n que amigo o enemigo. Es la propia sociedad vasca, gracias a vuestro siniestro tratamiento, la que ha ca¨ªdo moralmente enferma y a la que costar¨¢ mucho tiempo restablecerse.
Me asusta no menos la miseria intelectual en que tu gente -sobre todo, los m¨¢s j¨®venes- est¨¢ sumida. Os burl¨¢is de la raz¨®n, y cultiv¨¢is los simplismos m¨¢s fieros y reductores. No es la vuestra una llamada a la comunidad, sino a la horda; ni a la solidaridad, sino a la hostilidad con la mayor¨ªa. No invoc¨¢is la tarea del h¨¦roe, sino la del m¨¢s bruto. No propon¨¦is el empe?o en un dif¨ªcil debate, sino el coactivo recurso al grito desaforado, a la votaci¨®n a mano alzada o a la acci¨®n a mano armada. ?Qui¨¦n os ha ense?ado (a vosotros, tan sumisos al silbido del jefe) que toda desobediencia y la rebeld¨ªa infundada son un deber juvenil? Ante bastantes hab¨¦is conseguido pasar la m¨¢s negra reacci¨®n como si fuera un signo de progresismo. Por eso es nefasta la tibieza o la 11 comprensi¨®n" que todav¨ªa se os dedica en los institutos (para qu¨¦ hablar de muchas ikastolas) y en la universidad, en cierta prensa que se cree de izquierdas y en ciertos movimientos que se denominan pacifistas. Pues hay cuestiones de vida o muerte individual que no aguardan al reconocimiento del presunto derecho colectivo de autodeterminaci¨®n; de las dem¨¢s ya hablaremos despu¨¦s. Tambi¨¦n a esos muchos tibios que ?le lejos -por si acaso- os acompa?an, esta sociedad los vomitar¨¢ de su boca.
Si por pol¨ªtico se entiende lo relativo al reparto del poder en un territorio, el vasco es un problema pol¨ªtico. Lo malo es que en personas como t¨² ese conflicto se expresa tan s¨®lo en categor¨ªas prepol¨ªticas (pre y antidemocr¨¢ticas, cuando no enraizadas en el. salvaje estado de naturaleza) y, est¨¢ animado de pasiones incontroladas. Y las pasiones -como las ideas- no son todas igual de respetables y siempre, y m¨¢s cuando producen efectos p¨²blicos, hay que racionalizarlas. El patriotismo, por ejemplo. ?Acaso supones que los dem¨¢s renegamos de nuestra patria? S¨®lo en la medida en que os apoder¨¦is de ella para te?irla de sangre y resentimiento nos, la volver¨¦is aborrecible.Nada m¨¢s propio de los hijos que conservar el recuerdo y, la gratitud para con los patres. Es casi obligado que nuestro m¨¢s temprano sentido pol¨ªtico sea el patr¨ª¨®tico, pero se?al de inmadurez quedarnos enquistados en ¨¦l o exacerbarlo hasta convertir el natural patriotismo en un nacionalismo agresivo. El crecimiento del ser humano va del propio hogar hacia el mundo, desde los padres hasta los extra?os, de la cultura popular a la cultura universal, y nunca en sentido contrario.
Lo repetiremos hasta la hartura Tu mayor enemigo no es el Estado ni tampoco las naciones o nacionalidades espa?olas ni el Gobierno vasco. Es la pro pia naci¨®n, sociedad e individuos vascos. Y ni siquiera nosotros. Son la presente comunica ci¨®n mundial, el mestizaje cultural de las poblaciones, la se cularizaci¨®n de las conciencias, los principios democr¨¢ticos de gobierno... los incompatibles con la cultura de caser¨ªo, los va lores del linaje, algunas de las ancestrales (o inventadas) que rencias de la tribu o la fe del carbonero. Si estamos seguros de vencer y convencer, no es s¨®lo por ser m¨¢s; es por tener m¨¢s y mejores razones que las tuyas.
?Llegar¨¢ por fin el d¨ªa del olvido y del perd¨®n? Como explic¨® el pensador Jank¨¦l¨¦vitch tras el genocidio nazi, s¨®lo podremos perdonarte cuando seas capaz de solicitamos perd¨®n. El olvido ser¨ªa imposible y, adem¨¢s, indecente. Pues, aunque te arrepientas de tanto mal, ?qui¨¦n reanimar¨¢ a los muertos de una u otra parte? ?Qui¨¦n consolar¨¢ a sus madres, viudas e hijos? ?Qui¨¦n reparar¨¢ el destrozo pol¨ªtico y moral? No te pido entonces que seas un hombre en el habitual sentido en que cifras la hombr¨ªa; te pido a ti y a los tuyos que os atrev¨¢is a ser personas dotadas de raz¨®n y piedad. No pido s¨®lo que dej¨¦is de matar. Te pido que, sabedores de la com¨²n mortalidad que nos une, se¨¢is valientes para encarar vuestro horror y dejar as¨ª de matar.
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