TRAVES?AS
Hace unas cuantas semanas muri¨®, sin que nadie le hiciera mucho caso, Ana Larina, que fue la viuda del dirigente bolchevique Bujarin, l¨ªder de la revoluci¨®n de 1917 y luego v¨ªctima del odio obsesivo de Stalin, que lo encarcel¨® y lo hizo torturar y lo oblig¨® a acusarse a s¨ª mismo de traici¨®n en los macabros procesos de Mosc¨². Proscrito, destrozado, convertido por la propaganda en un monstruo de maquinaciones y errores, Bujarin muri¨® fusilado en una c¨¢rcel rusa en 1938, pero alg¨²n tiempo antes, cuando ya sab¨ªa que iban a detenerlo, escribi¨® una carta que era a la vez su testamento pol¨ªtico y una apelaci¨®n desesperada al porvenir, un mensaje en una botella arrojada al mar en v¨ªsperas del gran naufragio de sangre del estalinismo y de la guerra contra Alemania. Era una carta dirigida "a una futura generaci¨®n de dirigentes del Partido", una defensa del propio Bujarin contra las calumnias que muy pronto iban a llevarlo no s¨®lo a la tortura y a la muerte, sino tambi¨¦n a la tergiversaci¨®n p¨®stuma de su figura. Pero nadie hubiera querido recibir entonces esa carta, y menos todav¨ªa guardarla, as¨ª que Bujarin, para evitar que se perdiera, le pidi¨® a su mujer que se la aprendiera de memoria. Durante m¨¢s de veinte a?os Ana Larina sobrevivi¨® en c¨¢rceles heladas e inmundas, en campos de concentraci¨®n, en aldeas de barrizales y de hielo situadas en las lindes del C¨ªrculo Polar, fue despojada sin misericordia y sin respiro de todo, hasta del hijo que hab¨ªa tenido con Bujarin, a quien s¨®lo volvi¨® a ver cuando ya era un adulto. Pero a lo largo de todo ese tiempo lo que no le quitaron fue la carta que se hab¨ªa aprendido de memoria, y que se recitaba a s¨ª misma en silencio o en voz baja cada noche para encontrar el consuelo de las palabras del hombre a quien hab¨ªa amado, literalmente, una por una, sin incertidumbre ni vacilaci¨®n, las palabras no escritas en ninguna parte y sin embargo vivas y reales, convertidas en una parte de ella, de su conciencia y su memoria. En su testimonio terrible de aquellos anos, titulado Esto no lo puedo olvidar, Ana Larina cuenta que algunas veces, cuando cre¨ªa que empezaban a pasar los peores peligros, se atrev¨ªa a transcribir la carta, por miedo no a olvidarla, sino a morir sin que quedara nada de ella, pero entonces, al tenerla escrita, le reviv¨ªa el pavor a los registros y a los interrogatorios, y de nuevo quemaba el papel, y la carta permanec¨ªa a salvo en su memoria, intocada y clandestina, como escrita con tinta invisible.
Cuando se public¨® ese libro, sin que a nadie se le ocurriera traducirlo al espa?ol, Ana Larina era una anciana de pelo blanco y recogido, con la boca sumida, con gafas, todav¨ªa con unos delicados p¨®mulos de rusa: hab¨ªa sido, en los a?os treinta, una muchacha deslumbrante, de pelo liso y ojos rasgados y serenos, la esposa casi adolescente de un hombre acosado y en¨¦rgico que le doblaba la edad. Fue la inmersi¨®n en el horror lo que la convirti¨® en una persona adulta, y s¨®lo gracias al ejercicio obstinado de la memoria pudo preservar a trav¨¦s de veinte a?os de c¨¢rceles la m¨¦dula de su dignidad personal: hay un espacio ¨ªntimo al que no tienen acceso ni los registros de los polic¨ªas ni las coacciones de los tiranos, un fr¨¢gil lugar a salvo y un tesoro que nadie nos puede quitar sin quitarnos la vida.Encarcelado el poeta Ossip Mandelstam, que hab¨ªa tenido la osad¨ªa de escribir un poema sat¨ªrico contra Stalin, prohibidos sus libros, confiscados o quemados sus papeles, Nadiezhda, su viuda, conserv¨® en la memoria los versos que de otro modo habr¨ªan sido borrados del mundo, y hoy resulta que la memoria de
esa mujer, anulada y proscrita, v¨ªctima y viuda en medio de las muchedumbres oscuras de los sojuzgados, de los amn¨¦sicos, de los embrutecidos por la monoton¨ªa del terror y la obediencia, ha sido m¨¢s fuerte que toda la formidable planificaci¨®n de la mentira y el olvido.
Busco entre mis libros las memorias de Ana Larina y las de Nadiezhda Mandelstam, y enseguida pienso en todas las cosas que debieron ocurrir para que esos vol¨²menes ahora imborrables existieran, para que hayan llegado hasta mi y me permitan ahora el gesto grato y usual que sacarlos de la estanter¨ªa y de hojearlos: fueron escritos en la clandestinidad, qui¨¦n sabe en qu¨¦ condiciones, en qu¨¦ lugares nocturnos, a la luz de velas o de l¨¢mparas d¨¦biles, luchando contra el miedo, contra el sue?o, contra el desaliento, fueron escondidos y trasladados
-con riesgo para la vida de quienes los llevaban, en copias ¨²nicas que f¨¢cilmente podr¨ªan ser destruidas o simplemente extraviarse, atravesaron fronteras terribles, y ahora los tengo yo, al alcance de mi mano, igual que tengo tantos otros testimonios de la: memoria humana, del af¨¢n de guardar y de legar a otros lo que no pueden ni debe ser olvidado.
Escribo esto y enseguida me viene a la memoria un poema de Luis Cernuda que me aprend¨ª hace a?os: Recu¨¦rdalo t¨² y recu¨¦rdalo a otros... En "Si esto es un hombre", Primo Levi cuenta que en uno de los trances de m¨¢xima vejaci¨®n y espanto del campo de Auschwitz unos versos recordados de memoria de la Comedia de Dante lo salvaron de la desesperaci¨®n, le devolvieron ¨ªntegra y secreta su dignidad humana. Tal vez la superioridad de la poes¨ªa proviene de su origen anterior a la escritura, cuando la memoria y la palabra dicha en voz alta ofrec¨ªan la ¨²nica forma posible de transmitir la experiencia. Nunca entiende uno mejor unos versos que cuando se los ha aprendido de memoria, cuando los lleva siempre consigo sin necesidad siquiera del equipaje m¨ªnimo de un libro y los puede recobrar a voluntad en cualquier parte, palabra por palabra, ¨ªntegros y suyos, sonando con el metal de su voz o ni siquiera esos, dichos en silencio, como se recitar¨ªa a s¨ª misma Ana Larina el testamento de Bujarin o Nadiezhda Mandelstam los versos que le depararon a su marido la c¨¢rcel y la muerte. "El lector se convirti¨® en el libro", dice Wallace Stevens en un poema sobre la ¨ªntima felicidad de leer que estoy queriendo aprenderme de memoria estos d¨ªas. Es curioso que en ingl¨¦s y en franc¨¦s "de memoria" se diga "de coraz¨®n": par coeur, by heart. Sin duda nunca llevamos m¨¢s en el coraz¨®n unas palabras que cuando las guardamos exactamente en la memoria.
Babelia
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