El humorista
El humorismo es una de las formas m¨¢s serias de acercarse a la realidad, por ser el ser del hombre constitutivamente fant¨¢stico y sus utop¨ªas -justicia, bondad, belleza, conocimiento- hijas todas de la fantasia. Si admiramos al humorista aut¨¦ntico y despreciamos al que deriva por el chiste, el juego de palabras, la astracanada o la iron¨ªa (cuando ¨¦sta es inexistente), se debe a que nos. descubre relaciones insospechadas entre las cosas que nos ampl¨ªan el mundo. Y como la realidad es equ¨ªvoca y misteriosa, al subrayar el humorista uno de sus aspectos nos aproxima a la certeza ¨²nica y humilde convicci¨®n de que dispone el hombre para vislumbrar las ¨²ltimas verdades.Todo arte es estilizaci¨®n de la realidad, y la caricatura representa la m¨¢xima estilizaci¨®n. Nadie mejor que Peridis para explicar con sus tiras todas las ma?anas, en este peri¨®dico, el punto en que se encuentra la situaci¨®n pol¨ªtica. Mingote es asimismo otro maestro de la s¨ªntesis pol¨ªtica que busca la caricatura. El dibujo humor¨ªstico es, adem¨¢s, polis¨¦mico y emite varias significaciones seg¨²n quien lo mire, sin dar una ¨²nica afirmaci¨®n categ¨®rica. De ah¨ª que en el antiguo r¨¦gimen fuera posible una cierta m¨ªnima cr¨ªtica en la prensa con los dibujos de los humoristas, que estaba vedada al editorial o al art¨ªculo, siempre m¨¢s percutantes. Emilio Romero, cuando. dirig¨ªa Pueblo, sub¨ªa astutamente a veces alg¨²n dibujo pol¨ªtico al lugar del editorial, d¨¢ndole as¨ª el rango e intenci¨®n correspondientes
Pero el humorista no toma la vida en broma, antes bien, siente la vocacional-responsabilidad de gritar a sus lectores lo que est¨¢ viendo en el mundo y en las gentes de su tiempo, porque percibe muy profundamente, como pensaba Max Scheler, que "en cada momento de la vida vemos algo que se escapa y algo que se acerca". El humorista piensa mucho en la muerte por ser la gran paradoja de la vida el venir al mundo para morir; en un mundo, adem¨¢s, como dec¨ªa graciosamente el poeta dinamarqu¨¦s Malinowski, "en el que la ficha del guardarropa est¨¢ en el bolsillo del abrigo y el abrigo en el guardarropa". La caricatura no es un boceto ni un parecido del personaje, sino, cuando acierta, es la extracci¨®n de su esencia, haciendo patente lo que estaba latente en aquella persona. Forges, por ejemplo, recurre a los comentarios de unos mismos tipos espa?oles que pasan por su horizonte, y M¨¢ximo acude al simbolismo del dibujo y de la frase que le acompa?a para decir con id¨¦ntica intenci¨®n lo que pretenden, convencidos ambos que en la almendra est¨¢ todo el porvenir.
Hay magn¨ªficos relatos de humor an¨®nimos, como el que circulaba por la Polonia comunista de "que la diferencia entre el comunismo y el capitalismo es que en el primero el hombre explota al hombre, y en el capitalismo ocurre al rev¨¦s". O esta historieta surrealista, que tiene visos de verdad, que me env¨ªa desde Venezuela mi primo J. M. Ortega, sobre la situaci¨®n de la Cuba de Fidel: "Un agente de la CIA hizo el siguiente informe al presidente de los Estados Unidos sobre la situaci¨®n en Cuba: 'No hay desocupaci¨®n, pero nadie trabaja. Nadie trabaja, pero se cumplen las metas de producci¨®n. Se cumplen las metas de producci¨®n, pero no hay nada en las tiendas. No hay nada en las tiendas, pero todos comen. Todos comen, pero la gente se queja constantemente. La gente se queja constantemente, pero todos van a la plaza de la Revoluci¨®n a dar vivas a Fidel. En resumen, se?or presidente, tenemos todos los datos, pero ninguna conclusi¨®n".
El humorista suele ser buen escritor -a veces excelente, como Julio Camba-, y por eso fue muy justo que Mingote ingresara en la Real Academia de la Lengua. Grandes escritores, como Oscar Wilde, han manejado la paradoja para provocar . la risa o la sonrisa, al tiempo que emitir su cr¨ªtica, tantas veces amarga. "?Qu¨¦ diferencia hay entre la literatura y el periodismo?", se preguntaba. "?Ah!, el periodismo es ilegible y la literatura no se lee". En los tiempos en que la historia est¨¢ tranquila y la sociedad parece estable es cuando el humorista debe arremeter contra la hipocres¨ªa acumulada por los falsos valores establecidos. ?sa fue la actitud de Wilde en la Sociedad victoriana, en la que solamente desde el humorismo cab¨ªa la cr¨ªtica. Por eso reclamaba: "Dejadme una m¨¢scara y os dir¨¦ la verdad".
?se fue asimismo el prop¨®sito de Quevedo, tan claramente visto por Ram¨®n G¨®mez de la Serna en su magna biograf¨ªa del complicado personaje: "Quevedo quiso dar algo de la verdad que suele oscurecer la hipocres¨ªa en el mundo, porque la mayor riqueza; la ¨²nica que merece la pena, es morir enterados de lo que sucedi¨® mientras nos toc¨® vivir".
Pienso que el buen humorista puede ser m¨¢s o menos culto, pero guarda la exigencia de no ser especialista en nada y de tener su alma bien sumergida en s¨ª misma, solitaria y un punto melanc¨®lica. La condici¨®n humana de la soledad, que se percibe precisamente en medio del gran estruendo que es el mundo, fue vivamente sentida, en particular por Ram¨®n, dios mayor del humorismo espa?ol. "Seguimos trabajando", dec¨ªa en sus postrimer¨ªas, "el camafeo de la soledad, esa joya de piedra dura en la que queda mejor revelada la presencia de lo humano Ya antes se hab¨ªa dado cuenta de que el escritor espa?ol no viene arropado por la tradici¨®n y la cultura, como en otras naciones, sino que "no es hijo de nadie: le pare la tierra y surge a la superficie de modo impresentable, recubierto a¨²n de sangre y de lianas boscosas". Y este desamparo que sinti¨® toda su vida le llev¨® a decir en una de sus ¨²ltimas y tr¨¢gicas greguer¨ªas: "El escritor espa?ol se siente, echado. de este mundo, lanzado, y es como el toro, al que no se le aplaude sino cuando muere y lo arrastran". Pienso que esto sigue siendo cierto, fuera de las m¨²ltiples comparsas d¨¦ bombos mutuos, para los actuales escritores espa?oles de raza.
La greguer¨ªa fue su gran invento literario, muy celoso de este emprendimiento. Admit¨ªa, sin embargo, que algunas im¨¢genes de otros autores pudieran aceptarse como greguer¨ªas. Por ejemplo, Disraeli al afirmar que Ias mujeres deben contraer matrimonio, pero los hombres no". Y lamentaba que no fuera suyo aquel aviso que vio sobre el mostrador de una taberna, que dec¨ªa: BBYVT. Pero sus
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greguer¨ªas tienen el resplandor de un fuego artificial que no deja ceniza salvo un intenso perfume de. poes¨ªa y realidad. Y algunas son pat¨¦ticas como ¨¦sta: "El d¨ªa del, fin del mundo se notar¨¢ porque todos los tel¨¦fonos comuniquen".
Pensaba en todo esto la otra ma?ana en que en la C¨¢tedra Ortega y Gasset, creada por la AEDE en la Facultad de Ciencias de la Informaci¨®n, de la Complutense -y que dirige con gran acierto ese hombre de m¨²ltiples vocaciones que se llama Pedro Crespo de Lara- se abri¨® al tema de El humorismo en la prensa, con la intervenci¨®n de cuatro ases del humorismo gr¨¢fico actual: Julio Cebri¨¢n, Peridis, Forges y M¨¢ximo. Pudieran extra?arse los pedantes de un tema as¨ª en tal c¨¢tedra, pero mi padre fue amigo y admirador de muchos humoristas de su tiempo, y medit¨® mucho sobre el humorismo de otras ¨¦pocas, como el curioso humorismo de Cervantes o las finas iron¨ªas de Heine o de Paul Louis Courier. Pero ser¨ªa su compa?ero de generaci¨®n Ram¨®n G¨®mez de la Serna el m¨¢s tratado y admirado. Juntos estuvieron -he dicho en otra ocasi¨®n- en las epifan¨ªas intelectuales de su tiempo y juntos sintieron c¨®mo el vendaval de la historia arrasaba aquel mundo, crisis prevista por el pensador y olfateada y temida por el humorista.
Siempre hemos de agradecer a los buenos humoristas el descubrirnos ese mundo que est¨¢ detr¨¢s de las apariencias y disiparnos en parte el terrible aburrimiento y la chabacaner¨ªa que abruman el horizonte.
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