Sobre ruedas
Pasearon el Sal¨®n del Prado, aventur¨¢ndose por la Castellana. Luego, al paseo de Coches del Retiro cuando no petardeaban los motores de gasolina. Fueron expresi¨®n del ocio ejemplarizante de las clases altas, altivas, a bordo de la variedad de carruajes, tanta o m¨¢s que la de modelos de autom¨®viles. Los t¨ªlburis, milords, land¨®s, fr¨¢giles y bellos veh¨ªculos tirados por espl¨¦ndidos caballos. Carrozas y calesas, faetones, jardineras y la berlina que- pidi¨® la Susana para ir a la verbena; hasta el sim¨®n, coch¨¦ de alquiler, de punto o plaza cuyo primer auriga madrile?o as¨ª se llamaba. Luego, los grandes autom¨®viles-de largo motor que llevaban un indolente y delicado Pr¨ªncipe de Asturias en el asiento trasero y un galgo ruso en el estribo.?Se hacen una idea? Bueno, pues todo eso ha desaparecido para disfrute de quienes, en aquellos parajes, utilizan el cochecito de San Fernando o circulan sobre ruedas: las bicicletas y los apasionantes patines. Multitud en d¨ªas festivos, con franca mayor¨ªa para los patinadores. Vienen de otras ¨¦pocas, cuando en el skating del Retiro se convocaban los conocidos deportistas. Raras veces, alg¨²n tipo emprendedor se arruinaba instalando una pista de hielo artificial para vanagloria del dandi de la transici¨®n secular anterior y el lucimiento de las se?oritas con talle de avispa.
Se ha convertido en un deporte popular, especialmente entre los ni?os, que van desde el bamboleo de los primeros pasos, a sostenerse sobre ruedas. Hay patines de pobres, de principiantes y de los otros, que son los m¨¢s usados. De cuatro ruedas anchas, chatas, ¨¢speras, sujetas al calzado, y los m¨¢s comunes: una pieza. con la bota, cuatro ruedas en una fila, de goma o de pl¨¢stico silenciosas, r¨¢pidas, con rodamientos y cojinetes. Son enjambres dominicales que se cruzan, se esquivan sin chocar ni estorbarse. No es un equipamiento simple: rodilleras y protecci¨®n de codos y mu?ecas, casco excluido, la seguridad ante todo. Se deslizan ¨¢giles, estampa vienesa o moscovita, formando c¨ªrculos, eses, zigzags, curvas, saltos a la media vuelta para detenerse en seco. El cuerpo se estiliza, inclinado el busto en la carretera, sincronizando el bracco, como peces sin aguas,. raudas aves terrestres.
Entre los paseantes, que desde?an, el lugar para los peatones e invaden la calzada, ahora pista -porque creen que es una libertad fundamental de la que se vieron privados sus antecesores-, cruza un imp¨¢vido exhibicionista con camiseta ce?ida, calz¨®n negro de l¨¢tex, un pac¨ªfico terminator que solicita la admiraci¨®n con el rabillo del ojo. Los barbudos, que no se afeitan para que les tomen por mayores o parecer m¨¢s j¨®venes. Muchachas de piernas fuertes y .morenas que tienen, sin saberlo, el son antillano en la cintura. Emparejadas o en grupo, confirman la capacidad intr¨ªnseca de la mujer para la danza, la cadencia, la est¨¦tica en marcha. Ruedan algunos cl¨¢sicos, resbalan con las manos cruzadas a la espalda como si de ellos tirase un hilo.
El jolgorio disminuye los d¨ªas laborales. Alumnos de liceos o colegios extranjeros, que disfrutan de vacaciones desacordes, con el parque para ellos solos. Mi nieto Ger¨® es quien me trajo estas ma?anas y tardes; son ellos, y los perros, quienes nos sacan a pasear por donde m¨¢s les gusta. Parece ocioso informar que mi infantil pariente era el mejor, el m¨¢s r¨¢pido y elegante. Le espere, junto al monumento al cursi de don Ram¨®n de Campoamor, a quien rompieron el bast¨®n de piedra sobre el que sujetaba las manos. Le da escolta una de las. madres que am¨® tanto, quiz¨¢ una hija y una nieta, cuya envidiosa mirada de m¨¢rmol se interesa m¨¢s en el patinaje que en las doloras. En medio del paseo, un eslalon formado por conos de pl¨¢stico para ejercitarse en los vaivenes laterales.
Me envuelve el agudo frufr¨² de los gorriones y siento la comuni¨®n con la naturaleza y la paz hasta conmigo mismo cuando se produce un blando impacto sobre mi ya escasa cabellera. Desde las ramas de la pimpante acacia que me da sombra, uno de aquellos p¨¢jaros que desafinaban no consider¨® necesario comprobar si hab¨ªa alguien justo en la vertical de su cola, porque me resisto a pensar que fuera premeditado. Hac¨ªa tiempo que no echaba de menos un tiragomas, aunque deseo hacer constar que: me gustan much¨ªsimo los pajaritos y acepto sin controversia que est¨¦ proscrito su consumo. ?Oh el Retiro!
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