Dolencias laicas
En una reciente mesa redonda sobre la conflictiva relaci¨®n entre el mundo laico y la intolerancia religiosa tuve ocasi¨®n de expresar mis dudas sobre la posibilidad que ustedes y yo tenemos de alcanzar o mantenernos permanentemente en el verdadero laicismo, esa disposici¨®n tan necesaria para la convivencia deseable -es decir, juntamente pol¨¦mica y pac¨ªfica- en las democracias modernas. Por supuesto, el laicismo al que me refiero es algo m¨¢s profundo y complejo que la mera -y a mi juicio totalmente imprescindible- separaci¨®n entre el ordenamiento de los asuntos civiles y la gesti¨®n eclesial de las diversas creencias religiosas, gracias a la cual coexisten sin matanza ni prohibici¨®n los creyentes de todas ellas con el resto de los ciudadanos que las rechazan como dogma pero las asumen como cultura. Partiendo de. esta base, el laicismo debe llegar a ser no tanto un tipo de creencias como una forma especial de tener las creencias propias, sean cuales fueren. Dicho por v¨ªa negativa: el integrismo que fomenta enfrentamientos y hasta persecuciones, empujando a conculcar derechos ajenos en nombre de principios propios, no es perversi¨®n exclusiva de ciertas ideolog¨ªas sino una manera morbosa de vivir cualquiera de ellas.Se trata, en suma muy apretada, de saber separar llegado el caso la obligaci¨®n que nos compromete civilmente con los dem¨¢s de la adhesi¨®n hacia ciertas ideas y valores que consideramos sumamente importantes pero que sabemos no universalmente compartidas... y dar primac¨ªa. a la primera sobre la segunda. Lograr esta separaci¨®n transitoria es cosa muy dif¨ªcil, porque vivimos nuestras obligaciones sociales a trav¨¦s de nuestras adhesiones ideol¨®gicas e incluso podemos considerar nuestra mayor obligaci¨®n civil encauzar la sociedad de acuerdo con la buena nueva en que ponemos nuestra fe. La actitud laica, por tanto, implica cierto desgarrarniento ¨ªntimo, un relativo desapego ocasional hacia nuestras creencias predilectas, la capacidad esc¨¦ptica de defenderlas pero siendo capaces de aparcarlas moment¨¢neamente en vez de imponerlas a otros por v¨ªas de coacci¨®n institucional y no de persuasi¨®n cultural. Es decir, asumiendo que no puede convertirse en obligaci¨®n general lo que es adhesi¨®n nuestra. Equivale esta escisi¨®n personal a la separaci¨®n pol¨ªtica entre la autoridad civil y la autoridad religiosa que dio origen a la democracia moderna.
Probablemente este empe?o es imposible de llevar a la pr¨¢ctica con plena radicalidad, al menos por dos razones: primera, porque nuestras obligaciones civiles universalmente compartidas tambi¨¦n son en gran medida ideol¨®gicas y aun dogm¨¢ticas; segunda, porque hasta el m¨¢s laico de los ciudadanos est¨¢ pose¨ªdo en alg¨²n campo -aunque no sea m¨¢s que un campo de f¨²tbol- por alguna fe sublime que lo hace epis¨®dicamente intransigente. Sin embargo, el objetivo de crearnos cada cual un cuerpo laico, es decir una personalidad ciudadana que tiene ideas y valores propios pero que no se los incorpora hasta hacerse socialmente indiscernible de ellos, me sigue pareciendo un l¨ªmite o ideal hacia el cual vale la pena tender. El poseedor de ese cuerpo laico no se siente nunca "herido" en sus convicciones (es decir, no confunde su indignaci¨®n por la estulticia o mala fe de sus rivales ideol¨®gicos con una agresi¨®n que deba, ser penalmente castigada) y sabe que las opiniones, lejos de ser todas ellas "respetables" (o sea, poseedoras de una dignidad indiscutible como la de las personas opinantes), saltan a la palestra para ser rebatidas, zarandeadas, pasadas por alto y hasta ridiculizadas.
Como queda dicho, aunque el integrismo puede darse en la forma de vivir cualquier idea, hay algunas que se prestan m¨¢s a ese fervor que otras. Las m¨¢s rebeldes al laicismo son las que pod¨ªamos llamar, utilizando un terminacho del an¨¢lisis ling¨¹¨ªstico oxonense, creencias perlocutivas, es decir aquellas cuyos efectos sobre la realidad provienen del simple hecho de ser proclamadas o negadas. Los dogmas religiosos son el paradigma de este gremio ideol¨®gico: la infalibilidad del Papa consiste en decir que el Papa es infalible y la grandeza de Al¨¢ en afirmar que Al¨¢ es grande, por lo que la p¨²blica negaci¨®n de estas verdades incontrovertibles reviste especial gravedad para los fieles (en cambio quien advierte "la silla est¨¢ coja" puede confiar laicamente en que algo m¨¢s que palabras convencer¨¢ de su error al incr¨¦dulo que va a sentarse en ella). Pero no s¨®lo las religiones . se prestan al integrismo perlocutivo: tambi¨¦n la sacralizaci¨®n simb¨®lica de ciertas convenciones pol¨ªticas o hist¨®ricas. ?Acaso no pertenece al reino de lo sacro -es decir, de lo intocable, a diferencia de lo laico, que es lo que se puede manejar y sobar- un delito tipificado como "ultraje a la bandera"? ?O la condena penal, en lugar de la refutaci¨®n documental, de los ignorantes o maliciosos que niegan la existencia de c¨¢maras de gas en los campos de concentraci¨®n nazis? Las cortapisas expresivas de lo "pol¨ªticamente correcto" responden tambi¨¦n en su mayor parte a un integrismo de este g¨¦nero.
Si hubiera que se?alar un laic¨ªmetro para medir el nivel de laicidad de creencias e instituciones, yo propondr¨ªa la risa. Dime de lo que no puedes o no debes re¨ªrte y te dir¨¦ cu¨¢les son los l¨ªmites de tu laicismo. Cuanto menos bromas soporta una instituci¨®n, por ejemplo, m¨¢s sagrada y menos laica es: comp¨¢rese a este respecto el Rey y el presidente del Gobierno, el Ej¨¦rcito y la Universidad o el cuerpo de bomberos, el Premio Nobel y el Premio Planeta, etc¨¦tera. Como vasco, me preocupa especialmente no ya la gravedad, sino la seriedad que rodea ciertos asuntos de mi tierra. En la Semana Grande del pasado agosto, en Bilbao, una desenfadada compa?¨ªa teatral escenific¨® con gran aplauso p¨²blico una farsa en la que aparec¨ªan tricornios, Intxaurrondo, banderas espa?olas y otras audacias del mismo sesgo. Pero nadie es tan osado como para hacer all¨ª lo mismo con pasamonta?as, Goma 2, ikurri?as y zulos carcelarios. Y ni siquiera tanto: estoy seguro de que el d¨ªa que un Boadellagorria pueda estrenar Ub¨² lehendakari en el Arriaga o el Victoria Eugenia ser¨¢ se?al de que nuestro incivil conflicto integrista entra en v¨ªas de curaci¨®n.
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