?Qui¨¦n ha sacrificado L¨ªbano?
En este fin de siglo puede estar habiendo, un consenso general para ocultar una evidencia hist¨®rica. ?Cu¨¢l es la prueba? No hay un solo experto en Oriente Pr¨®ximo que ignore que el actual conflicto de Israel con L¨ªbano tiene un origen muy concreto y muy lejano. Dicho origen se remonta al 5 de noviembre de 1969, fecha en la que se celebr¨® una reuni¨®n que finaliz¨® con los llamados acuerdos de El Cairo, y, posteriormente, con otras dos reuniones, celebradas el 10 de otubre de 1976 en Riad y otra vez en El Cairo el 21 de octubre de ese a?o. Nadie ha mencionado esos encuentros determinantes.En 1969, el general ?mile Boustany, comandante en jefe del Ej¨¦rcito liban¨¦s, se entrevist¨® en El Cairo con Yasir Arafat, l¨ªder de la OLP. El encuentro dur¨® m¨¢s de siete horas. Temin¨® en un compromiso por el que los libaneses abandonaron su voluntad de neutralidad y se sumieron en la guerra contra Israel. Este compromiso, impulsado por el presidente egipcio, Nasser, fue asumido de mala gana por el presidente liban¨¦s, Helou.
Evidentemente, en L¨ªbano hubo una reacci¨®n hostil a los acuerdos de El Cairo. La expres¨® valientemente Raymond Edd¨¦, jefe del Bloque Nacional, que denunci¨® el car¨¢cter anticonstitucional. de un acuerdo que arrastraba a un pueblo reticente a un conflicto general. Seg¨²n los t¨¦rminos del acuerdo, los fedai no pod¨ªan ya circular armados y uniformados por las ciudades libanesas, pero, a cambio, los palestinos adquir¨ªan todo el derecho a combatir al Estado de Israel en el territorio liban¨¦s. Con tales disposiciones, L¨ªbano compraba, su integraci¨®n en el mundo ¨¢rabe sacrificando su neutralidad y su paz.
En 1969, ese acuerdo era comprensible, si no justificable, dado que todo el mundo ¨¢rabe se consideraba en estado, de guerra. Pero en 1976, siete a?os m¨¢s tarde, tras. los acuerdos de paz de Camp David entre Israel y Egipto, era notorio que ninguno de los. otros pa¨ªses fronterizos con Israel, es decir, Siria, Jordania y L¨ªbano, pod¨ªan pensar entrar en un conflicto armado. Uno de los argumentos m¨¢s repetidos en aquella ¨¦poca era que no se pod¨ªa hacer la paz general sin Siria, pero que no se pod¨ªa hacer la guerra sin Egipto.
Y fue en octubre de 1976, en un momento en que L¨ªbano se inflamaba por una guerra civil interlibanesa y un conflicto enre milicias cristianas y fuerzas palestinas, cuando todo el mundo ¨¢rabe decidi¨® en Riad y El Cairo reconducir los acuerdos de 1969 e imponer a L¨ªbano ser el ¨²nico pa¨ªs ¨¢rabe en el interior de cuyas fronteras los palestinos podr¨ªan librar acciones de guerra contra Israel. Desde ese momento, qued¨® claro que el mundo ¨¢rabe sacrificaba a L¨ªbano, que se, lo entregaba a los sirios y a los palestinos, y, sobre todo, que lo situaba como ¨²nico blanco de las inevitables y terribles represalias del Estado hebreo.
Sin embargo, incluso el cinismo antiliban¨¦s de los Estados ¨¢rabes podr¨ªa haber acabado con la inauguraci¨®n del proceso de paz entre Isaac Rabin y Sim¨®n P¨¦res de un lado y Yasir Arafat del otro. A partir del momento en que los palestinos dejaban de estar en guerra, L¨ªbano pod¨ªa esperar quedar al abrigo de las cat¨¢strofes a que le condenaban los acuerdos de El Cairo. Pero ha ocurrido que una parte de los palestinos que han permanecido en L¨ªbano se han unido a las milicias shi¨ªes e integristas libanesas, milicias instigadas por los iran¨ªes y protegidas por los sirios.
Bajo el nombre de Hezbol¨¢, estas milicias fundamentalistas y neofascistas aceptaron una tregua en 1993, pero no tardaron en reemprender su guerrilla antiisrael¨ª. Las milicias de Hezbol¨¢ lanzaban constantemente cohetes contra los pueblos de Galilea, en la frontera israelo-libanesa. Los muertos y heridos se acumulaban. Cada vez que lanzaban un Katyusha hab¨ªa represalias israel¨ªes locales, limitadas y finalmente sin resultado. Hezbol¨¢ se impon¨ªa en los pueblos, sus milicianos se mezclaban con los civiles y jam¨¢s eran molesta dos por lo que quedaba del Ej¨¦rcito liban¨¦s. Las nuevas consignas de Hezbol¨¢ no expresaban ¨²nicamente la voluntad de expulsar a los israel¨ªes de la franja de territorio que ocupaban en el sur de L¨ªbano, sino tambi¨¦n la ,ambici¨®n de destruir el acuerdo israelo-palestino sellado por Rabin y Arafat.
En Par¨ªs, el primer ministro liban¨¦s, R¨¢fic Hariri, ha deplorado -?qui¨¦n no lo hubiera hecho en su lugar?- que los devastadores bombardeos de Israel hayan causado tantos muertos, tantos heridos y tanta destrucci¨®n. Se ha mostrado alarmado, y con raz¨®n, por el aut¨¦ntico ¨¦xodo de poblaci¨®n causado, una vez m¨¢s, por los bombardeos. Pero se ha guardado muy mucho de subrayar que los sirios no hac¨ªan nada por oponerse a la incursi¨®n israel¨ª y que Damasco s¨®lo la hab¨ªa condenado don la boca peque?a. Es m¨¢s, los sirios han logrado que se olvide que animan en L¨ªbano lo que proh¨ªben en Siria, pues hacen lo contrario que Hezbol¨¢: negocian con Israel. Y que los altos del Gol¨¢n est¨¢n tan ocupados por Israel como el sur de L¨ªbano.
Sim¨®n Peres ha decidido responder al hostigamiento de la guerrilla del Hezbol¨¢ liban¨¦s mediante una aut¨¦ntica guerra contra L¨ªbano. En los primeros d¨ªas, dos factores hicieron que el mundo respondiera con pasividad, por no decir indulgencia, al terrible atropello de la expedici¨®n punitiva. El primer factor es que los integristas proiran¨ªes de Hezbol¨¢ suscitan tanto rechazo por parte de los israel¨ªes como de los ¨¢rabes, pues pretenden sabotear el proceso de paz. El segundo factor es que todos temen que Peres pierda en las pr¨®ximas elecciones. El miedo a lo peor lleva a resignarse con el mal.
Sin embargo, los israel¨ªes han tomado una decisi¨®n tremendamente arriesgada. Pueden no vencer al Hezbol¨¢ liban¨¦s, lo mismo que Arafat no gana al Ham¨¢s palestino. Cierta dimensi¨®n de la represi¨®n indistinta y ciega ha demostrado en Argelia que suscita solidaridades de circunstancia con los integristas. Sim¨®n Peres, que no ten¨ªa ese temperamento, puede muy bien ganar las elecciones gracias a esta huida hacia adelante en la represi¨®n. Pero corre el riesgo de perder el capital de simpat¨ªa que le permit¨ªa llevar a su pa¨ªs hacia la paz.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.