Invasi¨®n

De un tiempo a esta parte estoy sobrecogido por la aparici¨®n -en los m¨¢s c¨¦ntricos, insospechados y sobre todo altos edificios- de unos horribles artefactos que brotan por doquier en azoteas y tejados de mi ciudad; basta levantar la vista desde avenidas y plazas para hallarlos. Primero pens¨¦ que eran una donaci¨®n de esculturas que T¨¢pies hab¨ªa cedido para solaz de los ciudadanos, con alg¨²n tipo de simbolog¨ªa que yo ignoraba y me ,apartaba de la ¨¦lite cultural; luego cre¨ª que eran alg¨²n nuevo tipo de mobiliario urbano que nuestro ilustre alcalde nos regalaba y que, por falta de espacio en las aceras, nos ofrec¨ªa desde los tejados; pero no hall¨¦ ning¨²n tipo de rentabilidad econ¨®mica (era imposible insertar publicidad tan lejos de nuestros ojos en un tiempo en el que ni siquiera levantamos la vista a los de nuestros cong¨¦neres). M¨¢s tarde, al salir de la ciudad y encontrar los artilugios al pie de las carreteras como gigantescos hitos que marcaran el camino a alg¨²n aerotransportado ciudadano, sospech¨¦ algo m¨¢s prosaico que las veleidades monetarias del municipio.Indagu¨¦ y hall¨¦ la respuesta: son antenas, repetidores de apoyo a esos tel¨¦fonos que andan por la calle con una persona pegada detr¨¢s haciendo aspavientos en alg¨²n paso de cebra.?Qui¨¦n es el responsable de haber autorizado su instalaci¨®n en lugares que nos pertenecen a todos? ?Por qu¨¦ nadie protesta ante la invasi¨®n de nuestro espacio visual con semejantes artilugios que rompen nuestros recuerdos y paisaje0 ?C¨®mo es posible que deje indiferente la instalaci¨®n de rojiblancas torretas en el campo y en la cima de cerros antes v¨ªrgenes? Quiz¨¢, aunque sea de letras, yo tambi¨¦n deba comprarme un m¨®vil.-