El ¨¢ngel vigilante
En la excelente exposici¨®n Arte y poder, que estos d¨ªas se est¨¢ mostrando en el Centre de Cultura Contempor¨¤nia de Barcelona, hay un rinc¨®n imprevisto, m¨¢gico, donde el visitante puede contrarrestar el desolador balance del siglo al que ha sido introducido. Tras centenares de im¨¢genes grandilocuentes y musculadas, de proyectos fara¨®nicos, de sue?os convertidos en fulgurantes pesadillas, el visitante que acierta a contemplarlo -sin que, por tanto, nublada la vista por el l¨²gubre itinerario, le pase desapercibido- se encuentra con un cuadrito de fondo negro sobre el que se dibuja la silueta blanca del ¨¢ngel vigilante, seg¨²n la denominaci¨®n que le dio su autor, Paul Klee. Pero ?qui¨¦n es ese ¨¢ngel vigilante que, pese a la descomunal diferencia de escala con sus compa?eros de exposici¨®n, es capaz de mantener el desaf¨ªo al desastre?Para tratar de responder a esta pregunta, el visitante -aunque m¨¢s genuinamente deber¨ªa decirse el ciudadano del siglo XX- posee ya en todos los frentes el balance est¨¦tico del desastre. A trav¨¦s del arte de los fascismos y el estalinismo, la cara funesta de la utop¨ªa se despliega como una sombra inquietante que se resiste a pertenecer ¨²nicamente al pasado. Lo parad¨®jico, sin embargo, es que esta sombra procede de una realidad que quiso ser presentada como feliz, ejemplar y, en la mayor¨ªa de los casos, directamente paradis¨ªaca.
El arte totalitario es, antes que nada, un arte para suscitar la fe, buscando no s¨®lo la propaganda pol¨ªtica inmediata, sino, por as¨ª decirlo, el adiestramiento del esp¨ªritu. En este sentido, los tiranos de nuestra ¨¦poca, y sus artistas, culminan una s¨®lida tradici¨®n cuyo principio est¨¢ en los or¨ªgenes mismos de las tiran¨ªas y de sus visualizaciones art¨ªsticas.
El com¨²n denominador de las representaciones totalitarias en cualquier ¨¦poca no es tanto la ideolog¨ªa, obviamente cambiante a lo largo de la historia, sino la falta de amor al detalle y al matiz, el desprecio de la sutileza, la ausencia de iron¨ªa.
Estas carencias y, en particular, la ausencia de iron¨ªa -y la autoiron¨ªa- otorgan a aquellas representaciones un tono marm¨®reo, expl¨ªcitamente avasallador, que tiende a exaltar una sublimidad sin belleza y un orden sin armon¨ªa. En la traducci¨®n de la Verdad indiscutible a la que se somete, el arte totalitario tiende a un encabalgamiento de lenguajes cuyo objetivo es siempre la presentaci¨®n de un mundo sin fisuras ni levedad, un mundo conformado por el peso de la Verdad: por eso la pintura se hace escultura -plana, muerta-; la escultura, arquitectura -cicl¨®pea, aplastante-, y la arquitectura, cubierta suprema de una tentaci¨®n de eternidad. El arte espec¨ªfico del siglo XX, el cine, es la onda expansiva que multiplica ilimitadamente estas im¨¢genes. Desprovisto de iron¨ªa, y en consecuencia de cr¨ªtica, un arte de la perfecci¨®n es un arte monstruosamente deforme cuya apelaci¨®n a los valores positivos -Bien, Honor, Patria, todo, siempre, con may¨²sculas- se transforma, de modo inevitable, en una agresi¨®n a la sensibilidad. Frente a los calificativos degenerado o corrupto con que las dictaduras bautizaron las expresiones est¨¦ticas que les resultaban adversas -como el expresionismo o el surrealismo-, es el arte de los valores positivos el que incurre en degeneraci¨®n y corrupci¨®n por m¨¢s que se muestre, o precisamente porque se muestra, como ejemplar.
Ejemplares son esas escenas cotidianas en que se representa el buen sentido de las familias, de los ej¨¦rcitos o de las multitudes bajo la tutela -protectora de los dictadores; ejemplares, esos h¨¦roes contundentes de piedra que proliferan en toda Europa como homenaje a la disciplina y al trabajo. Pero bajo las pinturas pedag¨®gicas, bajo las esculturas de un Arno Breker o bajo las pel¨ªculas propagand¨ªsticas alienta la corrupci¨®n m¨¢s agresiva, la que procede de entender la vida, no como delicada suma de contradicciones, sino con las brutales may¨²sculas de la abstracci¨®n, es decir, como Vida.
De ah¨ª que ning¨²n delirio expresara mejor el gusto totalitario por la existencia como Absoluto que el delirio arquitect¨®nico. Cuando uno contempla los proyectos del Mosc¨² estalinista o del Berl¨ªn nacionalsocialista advierte de inmediato que nada hay m¨¢s imprescindible para la ordenaci¨®n masiva de los esp¨ªritus que un orden arquitect¨®nico que no deje resquicios para la imaginaci¨®n individual. Cuando las le¨ª, me impresionaron mucho las memorias de Albert Speer, el arquitecto de Hitler. Sus planteamientos eran de una coherencia implacable: las enormes avenidas, los edificios gigantescos, las simetr¨ªas apabullantes, todo estaba minuciosamente concebido para poner en escena una escenograf¨ªa del Absoluto que sirviera a las ansias de un poder milenario.
Iniciada la guerra, la conversi¨®n de Speer en ministro de armamento fue igualmente coherente: quien hab¨ªa encarnado los desmesurados anhelos constructivos de Hitler pod¨ªa ser, asimismo, un buen organizador de la destrucci¨®n. Al fin y al cabo, Albert Speer era, como arquitecto al servicio del totalitarismo, lo suficientemente previsor como. para dise?ar las ruinas de sus propios proyectos. La realidad, sin embargo, desbord¨® toda previsi¨®n, de modo que, cuando ahora observamos el inaudito plan del Eje Norte-Sur de Berl¨ªn, coronado por el Gran Palacio, apenas podemos olvidar que seis a?os despu¨¦s todo quedaba reducido a las cenizas del a?o cero de Alemania. El que es todav¨ªa nuestro siglo ha asistido con horror a los extrav¨ªos b¨¦licos, tecnol¨®gicos, pol¨ªticos, morales, de la existencia entendida como Absoluto. Las secuelas de la destrucci¨®n han sido directamente proporcionales a las promesas de para¨ªso que el arte totalitario se ha encargado de difundir en toda Europa. Por suerte, sin embargo, la resistencia a aquellos extrav¨ªos ha sido tambi¨¦n poderosa. El ¨¢ngel vigilante de Paul Klee, ese cuadrito que parece correr el riesgo de ser aniquilado por la fuerza masiva del lenguaje totalitario, sobresale a la postre como vencedor. ?Qui¨¦n es ese ¨¢ngel vigilante que vence desde su aparente modestia? Seguramente, el detalle, la. iron¨ªa, el matiz, aquello que hace que la vida, afortunadamente, se escriba con min¨²sculas. Por eso brilla con luz propia.
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