Lars von Trier resucita a Karl Theodor Dreyer
El cineasta dan¨¦s prosigue en 'Breaking the waves' el milagro de 'La palabra'
ENVIADO ESPECIAL Hab¨ªa hasta ayer dos islas nunca alcanzadas en la historia del cine. Una la ocupa el espa?ol Luis Bu?uel y otra el dan¨¦s Karl Dreyer. Muchos han intentado llegar a ellas, pero todos han naufragado. Ahora mismo, en M¨¦xico, Arturo Ripstein roza el territorio de Bu?uel, pero ayer Lars von Trier logr¨® hacernos pisar el solitario islote del milagro cinematogr¨¢fico de Dreyer. Su Breaking the waves asombr¨®. Con 40 a?os y el equipaje de tres brillantes filmes de aprendizaje (Elementos del crimen, Epidemic y Europa), Trier se adentra en la plenitud y reanuda en su cuarta obra el poema de la identidad entre carnalidad y espiritualidad que hace medio siglo nos leg¨® su compatriota Dreyer en la genial Ordet, que quiere decir La palabra- o,m¨¢s al fondo, El verbo- de este arte y por consiguiente de este tiempo.
Ha necesitado Lars von Trier cinco a?os para culminar la realizaci¨®n de su idea, convertida poco a poco en pasi¨®n, de contar y representar "una simple historia de amor, algo que hace unos a?os no se me habr¨ªa pasado por la cabeza, pero que ¨²ltimamente me urg¨ªa emprender, porque s¨®lo as¨ª me parec¨ªa posible crear y mover personajes identificables como seres de carne y hueso. Es una historia en la que todas las fuerzas actuantes est¨¢n motivadas por el bien. El bien impregna todo lo que ocurre en ella, pero, como Siempre, resulta incomprendido o mal interpretado, y ¨¦sta es la causa de que raramente se le encuentre y se le reconozca. Pero, aunque sea dif¨ªcil verle, el bien existe, y los dos protagonistas de la historia son buenos en el sentido espiritual del t¨¦rmino, a la manera de aquel evangelio del amor que Dreyer predicaba".Trier no ha dicho estas palabras aqu¨ª, sino que las escrib¨ªo en su casa de Copenhague. Es un hombre hosco y escondido, que tiene miedo f¨ªsico a viajar y terror moral a aparecer en p¨²blico y sentirse objeto de las miradas de la gente. Cuentan que, atosigado por las presiones publicitarias, inici¨® el s¨¢bado pasado un viaje desde Dinamarca a Cannes. Y en ese viaje debe seguir todav¨ªa pero en otra parte, porque aqu¨ª no ha llegado y su tel¨¦fono no contesta a las llamadas de Lars Jonsson, productor ejecutivo de Breaking the waves, que no oculta la pesadilla que para ¨¦l fue convencer a 22 inversionistas para reunir los mil millones de pesetas necesarios para llevar a cabo la loca aventura de filmar un c¨¢ntico espiritual destinado a vender dos horas y media de eternidad en un mercado donde reina la carro?a de Transpotting, la ensalada de tiros en la nuca a lo Quentin Rodr¨ªguez, las vomitonas de 12 o 13 monos y otros signos actuales de lo ef¨ªmero.
Breaking the waves tiene algo de conjugaci¨®n de los acordes dominantes en las tres obras (Dies irae, La palabra y Gertrud) que componen el testamento moral y po¨¦tico de Dreyer: el sexo, m¨¢xima concreci¨®n de eso tan impreciso (pero tan real) que llamamos el esp¨ªritu; la` existencia del milagro como derivaci¨®n natural de la palabra, del verbo, de la voz humana, y la pasi¨®n en sentido b¨ªblico (es decir, el sacrificio) como ¨²nica fuente de la libertad y, por ello, de la armon¨ªa colectiva.
Una mirada propia
Pero estos tres acordes dreyerianos que asume y combina con absoluta maestr¨ªa el poema de Trier obtienen en la mirada de ¨¦ste el aspecto de algo reci¨¦n nacido, reci¨¦n inventado, nunca dicho o filmado por nadie.Tiene Trier una mirada absolutamente propia. La voz de su maestro es s¨®lo un eco de su vigorosa voz propia. Su pronunciad¨ªsimo estilo en la filmaci¨®n no tiene equivalente alguno. Trier ha crecido en las cinematecas y ha hecho suyas las formas primordiales no s¨®lo de la mirada, sino tambi¨¦n del oficio de hacer pel¨ªculas; y de ah¨ª que sus im¨¢genes tengan una frescura y una facilidad para crear emociones realmente sorprendente,, pues son im¨¢genes altamente evolucionadas y rigurosamente modernas, pero que no obstante conservan la eficacia que el cine fundacional lograba con los p¨²blicos que hace muchos decenios descubr¨ªan la existencia de este arte. No es frecuente, en efecto, ver en la actualidad una sala apestada por 3.000 espectadores resabiados -cin¨¦filos de vuelta de todo lo habido y por haber en una pantalla- llorando como criaturas conmovidas durante la proyecci¨®n de Breaking the waves y aplaudir su final como una multitud de ni?os agradecidos por la llegada al galope del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa.
Y no es ajeno a este desbordamiento de entusiasmo el formidable reparto de la pel¨ªcula, en el que una actriz brit¨¢nica, Emily Watson, reci¨¦n llegada al cine desde la Royal Shakespeare Company, hace una creaci¨®n tan hermosa que hay que remontarse a las grandes actrices de la edad dorada de j¨²bilo para recordar algo parecido.
[La otra pel¨ªcula que compiti¨® ayer en el Festival de Cannes fue Goodbye South, goodbye, del chino Hou HsiaoHsien (El maestro de marionetas). Producido en Taiwan, el filme es un intento de reflejar la realidad de la isla]
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