"Nosotros somos la guerra"
Rivalidades ¨¦tnicas, personales y por el control del territorio dividen a las facciones armadas que desgarran Liberia
ENVIADO ESPECIAL ?We are the war!". "?Nosotros somos la guerra!". La pintada corona un muro embadurnado frente a la sede central de la Cruz Roja de Liberia, completamente saqueada. La misma suerte ha sufrido el resto de las organizaciones no gubernamentales con base en Monrovia. La cinta adhesiva de M¨¦dicos Sin Fronteras sirve ahora de esparadrapo para los cargadores de jovenc¨ªsimos combatientes, que tienen mucho m¨¢s de asesinos y salteadores que de guerrilleros.
La ideolog¨ªa no juega aqu¨ª papel alguno. Rivalidades de car¨¢cter ¨¦tnico, diferencias personales y una hostilidad feroz por el control de peque?os reinos para implantar la ley del saqueo fragmentan en mil pedazos el mapa pol¨ªtico de Liberia. La guerra civil parece haberse instalado en buena parte de los habitantes de este diminuto pero riqu¨ªsimo pa¨ªs de ?frica occidental.
La guerra de Monrovia se libra en cada barrio, que cambia de manos en el espacio de unas horas. En la zona costera del antiguo distrito diplom¨¢tico de Mamba Point, los adolescentes de Charles Taylor y su Frente Patri¨®tico Nacional de Liberia (NPFL) cedieron el terreno a una facci¨®n krahn.
Eran las cuatro de la tarde del jueves, con cielo cubierto y una humedad del 70%. Desde el ¨²nico hotel abierto en la ciudad, el Mamba Point, se pod¨ªa discutir con la horda de 50 muchachos de entre 9 y 18 a?os disparando a diestro y siniestro y celebrando su avance. El due?o del hotel, un liban¨¦s que ha sabido sortear hasta el momento la furia destructora que derrochan todas las facciones y que tiene, que dedicar buena parte de sus ingresos a garantizar la protecci¨®n de su local y sus hu¨¦spedes, logr¨® convencer a la banda de combatientes, que abandonaron el patio en busca de sus enemigos.
Aterrizado y escondido
Salom¨®n, junto con el resto del personal del hotel, vivi¨® aterrorizado y escondido en los pasillos del hotel los peores momentos del tiroteo. Salom¨®n, que habla espa?ol perfectamente porque estudi¨® y trabaj¨® en las Islas Canarias, celebr¨® como muchos el fin de la terrible dictadura que Samuel Doe implant¨® en 1980. Pero la desilusi¨®n para Salom¨®n, un bassa que no se deja turbar por pasiones ¨¦tnicas, lleg¨® pronto ante la ola de crueldad que se abati¨® sobre el pa¨ªs. Un reciente informe de Amnist¨ªa Internacional relata que "las facciones en lucha han sembrado el terror entre la poblaci¨®n. Los combatientes han mutilado a los cautivos empleando los intestinos de las v¨ªctimas para acordonar las nueve zonas que hab¨ªan quedado bajo el control del grupo victorioso y han seccionado cuerpos humanos para esparcirlos por los pueblos".Esas pr¨¢cticas tienen continuaci¨®n en las calles de la devastada Monrovia. Un brazo abandonado se pudr¨ªa al sol y era devorado por las moscas. Unos test¨ªculos colgaban de un muro. Y los perros, que vagan escu¨¢lidos entre los escombros de una ciudad que fue hermosa, desentierran los cad¨¢veres reci¨¦n sepultados y devoran lo que pueden. Una mano sin falanges asomaba de la tierra de un callej¨®n del centro como un sarmiento carcomido. S¨ªmbolos de una Liberia rica en oro, hierro y caucho a la que: ahora cruzan de parte a parte: fronteras que son heridas, l¨ªneas ¨¦tnicas, religiosas y rencorosas que no cauterizan.
La guerra ha dejado inv¨¢lida a esta naci¨®n de poco m¨¢s de 2,5 millones de habitantes. M¨¢s de 150.000 liberianos, seg¨²n estimaciones modestas, han perdido la vida en los combates tras seis a?os de una guerra civil que se reaviva cada d¨ªa en las calles de Monrovia y en buena parte del pa¨ªs que se quiso un calco africano de EE UU. Mientras que 750.000 liberianos han buscado cobijo fuera de las fronteras, no menos de 60.000 combatientes se encuadran en las distintas facciones, unos 6.000 de ellos adolescentes que han cambiado los pupitres escolares por la muerte. Ellos juegan a la guerra y muchos encuentran el fin en ella. Como el general Solaris, que baila. en una barricada que corta el paso en una de las calles del centro comercial de Monrovia: "Los rebeldes no pueden leer ni escribir, s¨®lo matar gente".
Varios centenares de vecinos que habitan en las inmediaciones del campamento de entrenamiento de Barclay (BTC, en sus siglas en ingl¨¦s), en el centro de la capital liberiana, se manifestaron el jueves en demanda de paz. En un comunicado dirigido a la provincia de Nimba, al noreste del pa¨ªs, de donde procede la mayor¨ªa de los partidarios de Taylor, ciudadanos y combatientes de las etnias krahn, gio y mano aseguran que han firmado un pacto para dejar de combatir. "Hacemos un llamamiento a los ciudadanos de la regi¨®n de Nimba para que no se dejen utilizar por Charles Taylor como tropas gubernamentales para atacar el BTC". En el mismo cuartel, la vida bulle sin cesar, con gente entrando y saliendo, un mercado al aire libre y milicianos de todas las edades disfrazados con todo tipo de aparejos y armados con un arsenal inveros¨ªmil.
En la Charlotte Tolbert Memorial, un templo protestante agujereado por la artiller¨ªa de Taylor, que los desplazados han convertido en dormitorio, Harvison Nwoes, un antiguo viceministro, krahn, recuerda que durante casi 150 a?os los ind¨ªgenas como ¨¦l han sido v¨ªctimas de los congos (descendientes de los esclavos emancipados en EE UU). Ante la destrucci¨®n de Monrovia, Nwoes s¨®lo conf¨ªa en el m¨¢s all¨¢: "Dios proveer¨¢". Por si acaso, su gente sigue combatiendo. Un laberinto ¨¦tnico de oscura soluci¨®n.
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