Muy pocos "points"
Para los que somos entusiastas del Festival de la OTI, lo de Eurovisi¨®n siempre son¨® a tedioso acto c¨ªvico paneuropeo, un ritual cuasioficial marcado por la mediocridad. Contemplando el s¨¢bado la retransmisi¨®n de la edici¨®n n¨²mero 41 del festival europe¨ªsta, esos prejuicios se desintegran. En la vida real, Eurovisi¨®n presenta un panorama tan apasionante como infernal.De principio, esta convocatoria anual est¨¢ a punto de reventar a causa de la atomizaci¨®n del continente: la ca¨ªda del tel¨®n de acero y la fragmentaci¨®n de antiguos estados comunistas ha obligado a revisar nuestros conocimientos de geograf¨ªa pol¨ªtica. Nos revela las diferentes estrategias de definici¨®n nacional, seg¨²n la categor¨ªa de los representantes pol¨ªticos participantes (desde presidentes del Gobierno a simple funcionario diplom¨¢tico) O la opci¨®n estil¨ªstica. Cuando Estonia o Eslovaquia apuestan por un anodino sonido de pop internacional, queda clara su voluntad de integraci¨®n a toda costa, de la misma forma de que el capricho gospel de Austria -con cantante ciego y quinteto negro de acompa?amiento- suena a refutaci¨®n de una historia sospechosa.
Lo terrible del Festival de Eurovisi¨®n es que convierte a los espectadores en nacionalistas rabiosos. O, al menos, en paranoicos resentidos. Que los votos para la canci¨®n de Espa?a -Ay, qu¨¦ deseo, de Antonio Carbonell- llegaran desde Chipre, Malta, Croacia y Grecia revela que nuestra sensibilidad musical s¨®lo se entiende en el Mediterr¨¢neo y mares adyacentes. Con los datos de anteriores votaciones a su alcance, Jos¨¦ Luis Uribarri, comentarista de TVE, fue capaz de prever qu¨¦ pa¨ªses nos otorgar¨ªan points, aunque sus pron¨®sticos se frustraron con B¨¦lgica -?se ha agotado el factor Fabiola?- y Eslovaquia.
El fiasco de Carbonell -n¨²mero 20 en una lista de 23- demuestra la ingenuidad de presentarse con una tibia canci¨®n racial pero moderna. El director de la excelente Orquesta de la Radio Noruega declar¨® su admiraci¨®n por la estructura de la pieza, que compuso Ketama, refiri¨¦ndose seguramente a sus toques semibrasile?os, pero la interpretaci¨®n del vocalista gitano, en plan de enf¨¢tico latin lover, ahuyent¨® a la mayor parte de los jurados.
Sin embargo, triunf¨® -como ocurri¨® en tres de las cuatro anteriores ediciones de Eurovisi¨®n- la propuesta irlandesa. En la diminuta Irlanda, la m¨²sica forma parte de la vida diaria, y los seleccionadores del tema a concursar armonizaron la canci¨®n con el int¨¦rprete, sin caer en la tentaci¨®n de pasteleos vergonzantes. As¨ª, evitaron el pecado mortal de muchos aspirantes al premio: canciones atractivas que patinan a la altura del estribillo, concebido como concesi¨®n al (mal) gusto continental. The voice, por Elimear Quinn, es una solemne balada c¨¦ltica que destaca por su previsible belleza. Frente a algo tan sencillo y tan directo, para nada sirvieron los turrones de Jijona que regal¨® en Oslo la delegaci¨®n espa?ola.
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