La terra trema
En los a?os en que Par¨ªs jugaba el papel de ciudad faro, un lugar de referencia para muchos inmigrantes, exiliados o simplemente estudiantes, era la cinemateca de la Rue d'Ulm que, contra viento y marea, mantuvo hasta los a?os setenta el precio fijo y pr¨¢cticamente simb¨®lico de un franco y un c¨¦ntimo de franco. Algunas de las pel¨ªculas eran de obligada reposici¨®n, y entre ellas figuraba aquella de t¨ªtulo misterioso, que narraba las peripecias de una familia de pescadores en la costa oriental de Sicilia, en el pueblecito que despu¨¦s supimos era Aci Trezza, no lejos de Catania y a la sombra del Etna. Desde las primeras im¨¢genes, qued¨¢bamos suspendidos a aquel universo elemental, literalmente en blanco y negro, con malos que lo eran irreversiblemente y v¨ªctimas carentes de toda culpa. Fuera cual fuera nuestro lugar de origen, nos reconoc¨ªamos en aquella historia de Mezzogiorno, protagonizada por los propios habitantes de Aci Trezza, que se expresaban en su lengua siciliana, y que llegaba a nosotros a trav¨¦s de un milan¨¦s privilegiado, obligado a recurrir a su fortuna personal para evitar que la filmaci¨®n fuera interrumpida. Nos conmov¨ªa aquella sobria par¨¢bola sobre la condici¨®n humana, la obligada confrontaci¨®n a la naturaleza y la distorsi¨®n del sentido de este combate al quedar mediatizado por la jerarquizaci¨®n entre los hombres y la explotaci¨®n social.En el momento ¨¢lgido del drama, cuando la ignominia de los especuladores y la p¨¦rdida de la barca que aseguraba la subsistencia no parecen ofrecer otra perspectiva que la emigraci¨®n, se vislumbra como alternativa el plantar cara, el luchar por la transformaci¨®n social. Esa transformaci¨®n social del Mezzogiorno, que tambi¨¦n el Norte esperaba; un Norte consciente no s¨®lo de la situaci¨®n del Sur, sino, asimismo, de las razones del Sur. Pues en el Torino del ya entonces desaparecido Cesare Pavese, como en el Mil¨¢n que m¨¢s tarde muchos identificar¨ªamos a la voz de Ivan della Mea (que fustigaba, en su lengua vern¨¢cula, la genuflexi¨®n social), Mezzogiorno no era sin¨®nimo de cultura de la indigencia, sino de civilizaci¨®n a pesar de la indigencia; civilizaci¨®n que, cuando la indigencia fuera abolida, se restaurar¨ªa en todo su esplendor. Y a la vez que la situaci¨®n de las poblaciones del Sur era analizada en t¨¦rminos de condiciones sociales, el desarrollo econ¨®mico y cultural de las sociedades del Norte (moldeadas por valores urbanos y por la generalizaci¨®n de la educaci¨®n) no era jam¨¢s disociado de la dur¨ªsima lucha de los que hab¨ªan contribuido al mismo, incluidos aquellos trabajadores del Mezzogiorno que, a caballo entre dos mundos, encarnaban, por esta situaci¨®n misma, la unidad concreta de lo que se denominaba Italia. Gentes de Mezzogiorno cuyo sue?o y cuya frustraci¨®n el propio Visconti reflejar¨ªa emblem¨¢ticamente en esa familia de Rocco que apuntaba a abrirse camino en la capital lombarda y que los barceloneses pod¨ªa hacer evocar una imagen punzante: la de aquellos a los que (durante el llamado "plan de estabilizaci¨®n" y la consiguiente crisis) eran en la estaci¨®n de Francia acogidos por... la Guardia Civil, que les brindaba un billete de retorno para el mismo tren (de nombre ex¨®tico - -el Shangai- o meramente descriptivo -el Sevillano-) que les hab¨ªa tra¨ªdo.
El desprecio al Sur exist¨ªa tambi¨¦n entonces en la Italia del Norte, pero no se daban las condiciones sociales de que imperase en las conciencias, ni menos a¨²n de que fuese imp¨²dicamente proclamado.- Hoy, sin embargo, en la Venecia de vieja tradici¨®n obrera, quizas en ese mismo Murano que envi¨® un nutrido batall¨®n de voluntarios a la guerra de Espa?a, tiene audiencia un l¨ªder que declara: "Pensar hoy en lanzar econ¨®micamente al Mezzogiorno es una simple locura". Palabras de las que inmediatamente se hizo eco un pol¨ªtico de un norte m¨¢s cercano: "El norte italiano es trabajador y rico". ?Hay manera m¨¢s clara de sugerir que los del sur, adem¨¢s de pobres, son simplemente unos vagos? "Que en el sur los tartesos se tiren panza arriba", escribi¨® en cierta ocasi¨®n con brutalidad un poeta vasco cuya memoria nos gustar¨ªa vincular a otras l¨ªneas. La diferencia es que, entonces, tal poema hiri¨® directamente la sensibilidad de sus lectores y el propio poeta pareci¨® repudiarlo. Hoy las cosas han cambiado y, por ce?irse al caso de Italia, el evocado l¨ªder concluye c¨ªnicamente: "El norte y el sur no pueden salvarse formando parte del mismo Estado". Cuando se responde exclusivamente al imperativo del "s¨¢lvese quien pueda", est¨²pido ser¨ªa, ciertamente, correr junto a aquel que se considera intr¨ªnsecamente cojo. Que el Mezzogiorno pase, pues, a convertir se en esa antesala del infierno a la que por la naturaleza de sus habitantes se halla destinado y construyamos juntos una Padania limpia y que trabaja. Para engalanar el objetivo, no faltar¨¢ referencia que vincule a piamonteses, friulianos, lombardos o v¨¦netos en una ra¨ªz com¨²n... racial y celta (sic), ?en territorios en que se hablan lenguas de m¨²ltiples ra¨ªces, pero en ning¨²n caso celtas!
Todo ello ser¨ªa meramente grotesco si no resultara altamente doloroso. Pues la pregunta: ?c¨®mo puede un obrero de Mestre comulgar con pro p¨®sitos tan imp¨²dicos?, s¨®lo posibilita una respuesta: hemos sido vencidos. Hemos perdido (provisionalmente al menos) la batalla en la lucha por la dignidad de la condici¨®n humana; no se nos permite ya vivir en conformidad a la convicci¨®n de que los hombres, como las culturas y las lenguas, son, salva veritate, intercambiables; he mos sustituido la solidaridad sustentada en convicciones racionales por piadosas e hip¨®critas declaraciones de samaritana caridad, perfectamente compatibles con el m¨¢s absoluto de los desprecios. Hemos sido vencidos, y con moral de derrota es dif¨ªcil mantenerse erguidos. Tiende, pues, l¨®gica mente, cada uno a arrimarse al sol que m¨¢s calienta... de haber realmente alg¨²n sol que caliente. Pues cuando la Europa de Maastricht nos mueve esquizofr¨¦nicamente a la vez a consumir y a prever la sustituci¨®n de la amenazada pensi¨®n; cuando ancianos, enfermos y parados con subsidio son en todas partes considerados poco menos que saboteadores de la patria (cuya salud econ¨®mica es incompatible con tal despilfarro!); cuando, en suma, ni siquiera es seguro que la genuflexi¨®n garantice la subsistencia, entonces, el orden que nos ha vencido no est¨¢ lejos de devorarse a s¨ª mismo. Quiz¨¢s, una vez m¨¢s, la terra trema.
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