La fiesta so?ada
Hubo toros y toreros. Los toros no se cayeron, los toreros torearon. Hubo tambi¨¦n quites. Y la afici¨®n no se lo pod¨ªa creer. La afici¨®n se pellizcaba, por si acaso, y preguntaba al vecino de localidad si estaba so?ando. Dec¨ªa: "Me haga el favor: ?eso que estoy viendo es un quite, ¨¦sos son dos toreros en plaza compitiendo por la hegemon¨ªa de la fiesta, eso es un natural, eso es cargar la suerte, o estoy so?ando?".El vecino de localidad no pod¨ªa responder con certeza, pues ten¨ªa la sensaci¨®n de que estaba so?ando tambi¨¦n o se hab¨ªa vuelto lila de repente. No pod¨ªa ser que tras a?os suspirando por toros ¨ªntegros, toreros valientes, toreo ejecutado seg¨²n manda dios, la fiesta en estado de gracia, un buen d¨ªa, de repente, se les viniera todo junto encima. Y no acababa de aplaudir unos lances cuando ya estaba aclamando otros, y ese ¨ªdolo que llaman Joselito entraba en liza y recreaba unos quites de fantas¨ªa, y ese otro ¨ªdolo llamado Enrique Ponce le daba r¨¦plica poniendo toda la carne en el asador, y Joselito entraba de nuevo, y Ponce despu¨¦s...
Flores / Joselito, Ponce, Rivera
Cinco toros de Samuel Flores y 4? de Manuela Agustina L¨®pez Flores, bien presentados, cornalones, encastados y nobles.Joselito: bajonazo (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo, otro hondo delantero -aviso- y dobla el toro (petici¨®n, gran ovaci¨®n y tres salidas a los medios). Enrique Ponce: aviso con mucho retraso antes de matar, pinchazo hondo trasero ca¨ªdo, rueda de peones y estocada corta ca¨ªda (vuelta); media trasera ca¨ªda y rueda de peones (silencio). Rivera Ord¨®?ez, que confirm¨® la alternativa: pinchazo, otro muy trasero, estocada ladeada a un tiempo -aviso-, cinco descabellos y se echa el toro (pitos); estocada baja (petici¨®n y vuelta). Asistieron el Rey, la duquesa de Lugo y la condesa de Barcelona. Plaza de las Ventas, 23 de mayo. 13? corrida de feria. Lleno.
Tres quites hubo en el segundo toro, cuatro en el tercero, en el cuarto cinco. ?Con dos varas, cinco quites! Hasta parec¨ªa excesivo. Joselito y Ponce se alternaban en la exhibici¨®n y no se sabe qui¨¦n gan¨® aunque Joselito llevaba ventaja. Habr¨ªan podido continuar hasta las tantas y Joselito seguir¨ªa recreando lances de toda variedad y gusto, mientras a Ponce se le acab¨® pronto el repertorio.
En los turnos de muleta, sin embargo, fue distinto. En los turnos de muleta a Enrique Ponce le sobrevino un arrebato de inspiraci¨®n, entr¨® en ¨¦xtasis y cuaj¨® quiz¨¢ la faena de su vida. No al principio. Al principio le gritaban los aficionados "As¨ª no es" y, efectivamente, as¨ª no era. A los toros hay que tra¨¦rselos toreados de delante y no tendiendo la muleta a un lado, estilo guardabarrera. Ponce hac¨ªa gestos de extra?eza por la inaudita exigencia cuando, de s¨²bito, ¨¦l mismo se encarg¨® de demostrar c¨®mo se ejecuta el toreo bueno. De manera que, ante el general asombro, ofreci¨® al toro pastue?o el medio pecho, le present¨® la pa?osa, se lo trajo toreado, templ¨® de lujo, lig¨® los naturales, cuaj¨® ayudados de gran hondura y belleza, y de aquella interpretaci¨®n cabal de las suertes brot¨® la magia del arte de torear.
Enrique Ponce recuper¨® en el quinto toro sus viejas argucias, m¨¢s postura que fundamento, los cites fuera de cacho, el toreo que as¨ª no es. Resulta dif¨ªcil de entender esta actitud y este conformismo pues en esa tarde de ensue?o se estaba disputando el mando de la fiesta. "?No te dejes mojar la oreja!", le hab¨ªan gritado a Joselito. Y no se la dej¨® mojar. O, por lo menos, ese empe?o puso. A su primer toro le plante¨® una faena largu¨ªsima, premiosa, sin hondura ni demasiada templanza. Al segundo le instrument¨® unos ayudados de excelsa torer¨ªa y ya con la plaza rugiendo como un volc¨¢n, desmay¨® los pases en sendas tandas de redondos y de naturales.
Demasiado desmayo, quiz¨¢, pues no obligaba al toro, que acud¨ªa a su aire, acab¨® perdiendo el celo y tom¨® la querencia de las tablas. All¨ª sigui¨® porfiando Joselito y ante la nula codicia del animal recurri¨® al unipase. Joselito pinch¨® dos veces, escuch¨® un aviso y perdi¨® la oreja que buena parte del p¨²blico ped¨ªa con clamorosa insistencia.
Un lote dificultoso correspondi¨® a Rivera Ord¨®?ez, que perfil¨® buenas ver¨®nicas, y estuvo voluntarioso y valiente. Ni siquiera le arredr¨® la casta agresiva del sexto y consigui¨® sacarle una corajuda tanda de naturales. Mat¨® de bajonazo y no import¨® para que el p¨²blico pidiera la oreja. El p¨²blico se hab¨ªa puesto de un triunfalista subido y el presidente hubo de contener su orejismo desaforado. A algunos no debi¨® de sentarles bien tanta maravilla junta, y el sue?o del toreo bueno y la fiesta espl¨¦ndida se les acab¨® convirtiendo en delirio.
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